Pudridero, de Johnny Ryan, o cómo jugar con muñecos articulados y mugre

Carantigua es un criminal galáctico extremadamente peligroso que es literalmente arrojado desde una estación-penitenciaría espacial al planeta alrededor del que ésta orbita. En ese yermo se abandona a su suerte a los reclusos más brutales, sin ningún tipo de ley excepto la del más fuerte. Carantigua tendrá que entrenfrentarse en lucha cuerpo a cuerpo sin cuartel a docenas de personajes alienígenas, a cuál más grotesco y violento, para sobrevivir, tratar de evadirse de ese infernal lugar, y cobrarse venganza contra sus captores. Este pudridero en el que ha sido abandonado ha encontrado la horma de su zapato con el nuevo interno.

Pero en esa suerte de averno sideral, aparte de los peligrosos presos ocupantes de la superficie, moran bajo tierra en su nave los sacerdotes del Caligulón, una extraña forma geométrica de lisérgicas materializaciones. Además, hay quien está dispuesto incluso a ser encerrado en ese pavoroso lugar para encontrarse con Carantigua y ajustar cuentas con él por los horrendos crímenes que cometió contra su pueblo. Las cosas no pintan bien para el luchador que lleva permanentemente la mitad superior de la cara embadurnada en sangre, pero éste no piensa rendirse, y está dispuesto a pasar por encima de quien se atreva a ponerse en su camino para volver a la estación orbital y enfrentarse al líder de sus carceleros.

Prison Pit es una provocadora obra de Johnny Ryan, el polémico autor de Juventud Cabreada, que fue publicada en blanco y negro por Fantagraphics en Estados Unidos, entre 2009 y 2018 a lo largo de 6 entregas. En España ha visto la luz como Pudridero (hubo otras opciones para traducir el título, como «Agujero Chungo«) en 3 libros de formidable edición en tapa dura, cortesía de las editoriales Fulgencio Pimentel y Entrecomics Comics. Es interesante cómo el nivel de lujo de estos libros parece desentonar con su contenido, una odisea thrash de trazo deliberadamente tosco y amateur, generando un contraste que no hace sino aumentar el disfrute de su lectura. Porque ante todo estamos ante un tebeo profundamente desagradable, feista, lisérgico, y brutal; pero al tiempo, a nivel visceral, inusitadamente entretenido.

Es como si un niño de temprana adolescencia obsesionado con la mugre, el pus del acné y con la masturbación hubiese cogido elementos de (por ejemplo) Hora de aventuras, los cómics de Jack Kirby, Dragon Ball, Mad Max, Masters del Universo, El Víbora, el Wrestling norteamericano, el canal televisivo Adult Swim, el Black Metal noruego, el Jimbo de Gary Panter, el Berserk de Kentaro Miura, y el spaghetti western, los hubiese metido en una coctelera y después los hubiese vomitado en su cuaderno en clase con un bolígrafo, en lugar de prestar atención al profesor. La trama es tan solo una nada disimulada excusa para presentarnos páginas y páginas de sangrientas coreografías de hiperviolentas peleas entre bestias cada vez más extravagantes que continúan luchando con heridas incompatibles con la vida, dándose giros en los enfrentamientos que superan de largo lo caricaturesco, para zambullirse de lleno en lo deliberadamente cafre, esperpéntico y asqueroso.

Estamos por tanto ante una divertidísima gamberrada de un Johnny Ryan jugando a ser pueril, y posiblemente deleitándose por ser juzgado como tal. Tanto, quizás, que al final el mecanismo se pasa de vueltas y ese juego termina volviéndose… bueno, pues pueril. Pudridero es de una lectura apasionante si se conecta con ella (está muy lejos de ser para todos los paladares, claro) aunque en ningún caso puede ser tomada en serio: vamos, incluso no debería ni intentarse hacerlo. Las intenciones de escandalizar a quien no participe en el provocador juego propuesto son tan reiterativas que resultan hasta ridículas, cosa que solo añade disfrute a la lectura de la obra. Es como un adolescente investido de incorrección política diciendo caca culo pedo pis y pintando esvásticas solo para escandalizar viejas. Lo más sensato es no entrar a hacerle caso… pero sí reírse del caca culo pedo pis que lanza, porque los chistes escatológicos, al final, pues son graciosos.

Para ser disfrutado (y en ese aspecto puede dar mucho de sí), como decimos Pudridero requiere por tanto del acuerdo tácito con el lector de dejarse llevar, desconectar el cerebro y montarse en una montaña rusa de ostias, tripas, pajas, canibalismo y violaciones entre muñecos articulados de los 80 y 90 diseñados por un enfermo mental. Es un enajenado videojuego beat ‘em up, en el que el protagonista va despedazando con las manos a enemigo tras enemigo, untándose luego en sus efluvios, hasta llegar al final boss. Llamar antihéroe a Carantigua (Cannibal Fuckface en el original, por cierto) quizás sería demasiado benevolente dado lo enfermizamente degenerado que demuestra ser. La historia es un delirio lisérgico, que busca y acertadamente proporciona un intenso sabor genuino primigenio (o primitivo), lleno de personalidad propia. Y a pesar de lo intencionadamente feo y malo que resulte el dibujo, de lo exagerado de los diseños de personajes, de que el lema sea el exceso sin fin, Ryan sabe narrar, y lo demuestra.

Desde las secuencias iniciales de los capítulos, en las que las viñetas pasan del negro a la localización de la historia, hasta los finales en los que un fundido nos devuelve a la oscuridad absoluta (desde y hasta el abismo), pasando por los momentos en los que la cámara recorre el yermo generando atmósfera, o el uso en las páginas de peleas de rejilla de cuatro viñetas (como John Romita Padre solía hacer cuando Spider-Man se enfrentaba a sus enemigos), el autor evidencia que sabe lo que hace, y el tebeo funciona como un tiro. Pudridero es exactamente el cómic que quiere ser, nada más y nada menos, y en ese aspecto lo consigue con precisión maestra. Ryan usa un lenguaje absolutamente coloquial, de barrio o de cárcel, soez y macarra, que de entrada parece desentonar con la ambientación fantástico-sideral, pero que le sienta como un guante a esta historia. Los personajes, aparte de su capacidad de lucha cuerpo a cuerpo exhiben casi todos y cada uno algún superpoder o mutación normalmente gore, en plan el cine de horror de David Croneneberg, o La Cosa de John Carpenter, pero más escatológicas y/o sexuales. Este catálogo de horrores resulta extremadamente variado e imaginativo, con seres enclenques que se masturban y generan un gigantesco exosqueleto de esperma a su alrededor para pelear, u otros que desde sus granos lanzan emisiones de pus que cercenan miembros de enemigos. Se pueden ustedes hacer una idea.

El hecho de que la publicación de Pudridero se haya dilatado tanto en el tiempo, en realidad, ha beneficiado a la obra: le ha sentado bien la aparición de manera espaciada, de manera que hayamos cogido a cada entrega con ganas, sacándola todo el jugo . No es recomendable un atracón de tan machacón exceso, ya que su intensidad puede llegar a empachar. En España hace poco que por fin ha sido completada la obra con su tercer volumen por parte de Fulgencio Pimentel. Está por tanto de enhorabuena el lector en castellano, que ya puede disfrutar de esta traca final, donde la orgía escatológica de sangre y palabras malsonantes, ya es absoluta, con páginas y páginas de pelea ya casi sin ninguna pausa. Las metamorfosis biológicas de Carantigua para llegar a este punto le han dejado ya prácticamente irreconocible, y este último tramo de la saga culmina en un final que es plenamente consecuente con nihilismo punk expuesto a lo largo de toda ella. Lo ves venir en cuanto se plantean las claves, pero lo cierto que tal vez, cualquier otro hubiese traicionado su propio espíritu. Y en cualquier caso, sigue resultando muy impactante. La obra en su conjunto se antoja amoral de un modo que en realidad es en sí una postura moral, si nos diese la gana debatirlo. Pero lo cierto es que no invita mucho a ello.

Prison Pit no ha cosechado muchos galardones en su andadura, y tan solo hemos localizado que haya ganado el premio a Mejor Rotulación en el Stumptown Small Press Festival de Portland, Oregón, allá por 2011. Es una obra que lógicamente despierta tantas pasiones como desprecio, que en realidad, pues es lo que busca. Pero sí ha tenido su público y de hecho, el primer episodio hasta ha gozado de adaptación al medio audiovisual animado a través del estudio Six Point Harness. A Ryan le sonaban de un programa de animación titulado El Tigre de Nickolodeon, así que cuando le enviaron la propuesta, aceptó. Usaron el cómic directamente como storyboard (una lógica y brillante decisión), añadieron a la imagen texturas de grano para darle un aspecto retro. A Ryan le preocupaba el tema de que la adaptación fuese color al ser en blanco y negro el tebeo, pero finalmente quedó  muy satisfecho con resultado. Está por ver si encontrarán financiación para realizar las restantes partes, y de hecho, la página web de Prison Pit, donde se podía adquirir el DVD, está ya inactiva. Así que habrá que conformarse con la versión serializada en YouTube. Y, por supuesto, con el cómic, más aún ahora que ya está disponible completo en nuestro idioma.