El Green Lantern: ni el Morrison más brillante, ni el Morrison más oscuro

Sucede a veces que, a pesar de que en las portadillas de los cómics conste el lema de creado por…, los superhéroes que los protagonizan son más el fruto de la maduración de guionistas que vinieron después que de los tipos que les dieron nombre. Es el caso de Green Lantern. Fue creado por Bill Finger y Martín Nodell en 1940, pero no parece descabellado decir que el gladiador esmeralda que conocemos los lectores del siglo XXI es, en cierto sentido, fruto de la mente de Geoff Johns. En los últimos años, el escritor franquicia de DC ha hecho absolutamente suyo el personaje y su universo. A lo largo de cuatro años, Johns ha expandido su mitología, introducido conceptos y personajes, y ampliado los confines de ese universo complejo y colorista por cuya paz velan los Guardianes de Oa. Después de una etapa tan definitoria (a pesar de que, por últimas, estaba girando una y otra vez sobre las mismas ideas), pasar la antorcha constituía un riesgo tanto para la editorial como para el guionista que aceptase el encargo. A priori, ponerla en manos de Grant Morrison parecía una de las mejores apuestas posibles.

La decisión de poner al escocés al frente de la serie anunciaba un cambio de tono. Cualquiera sabe que Morrison no es un autor al que puedas pedirle que coja el testigo del autor que lo precede y trate de imitar lo que ha hecho para darle continuidad. De hecho, con el relevo se anunció también el relanzamiento que la cabecera, que pasaba a llamarse El Green Lantern. Pronto, el guionista dio a conocer que iba a plantear su narración en temporadas, como si de una serie de televisión se tratase, y que las historias se organizarían en arcos argumentales de doce entregas. En España, la primera temporada ha terminado en fechas recientes y parece un momento oportuno para hacer balance.

 

Para empezar, huelga decir que las doce primeras entregas de El Green Lantern no son obra del Morrison más inspirado, ni del más arriesgado. Para algunos lectores, un Morrison contenido es una buena noticia, ya que suele ser sinónimo de una narración interesante y bien armada pero más fácil de seguir y de comprender. Para otros, que el de Glasgow se parezca más al resto de guionistas y menos al tipo que escribió obras maestras del medio como su Animal Man o Asilo Arkham es como que te organicen una cena con Marion Cotillard y que ese día ella tenga una faringitis o dolor de cabeza. La conversación será interesante y tu no podrás evitar pensar que es bellísima cada vez que la mires, charlaréis como podáis sobre el cambio climático, sobre literatura francesa contemporánea y su actuación en Aliados, pero.

Quizá que lleve su nombre impreso en la portada, con todo lo que implica, sea el principal problema de El Green Lantern. De Morrison uno siempre espera la maravilla y cuando ofrece un buen tebeo, uno que igualmente no está al alcance de cualquier autor, te quedas algo tibio.

El Green Lantern rompe con la etapa anterior en cuanto a que pasa a ser una serie en la que se acentúa el carácter policial y cósmico de los Green Lantern Corps, y se diluye la carga más introspectiva y sentimental que le había dado Johns. En el primer arco argumental Morrison nos ofrece una historia en la que se encadenan buena parte de los clichés del género, pasados por su propio cedazo y envueltos en el manto interestelar propio de la cabecera. La trama arranca con los Guardianes ofreciéndole a Hal Jordan recargar su anillo y emprender la misión de desenmascarar a un traidor en el cuerpo. Ese será el motor que precipite la narración a través de las galaxias, ofreciéndonos escenas de interrogatorios con el clásico juego del poli bueno y el poli malo, persecuciones, encontronazos con el crimen organizado alienígena, una infiltración…

Precisamente el envoltorio es uno de los puntos más atractivos de la etapa, por la capacidad de Morrison para imaginar y expandir el universo en el que navega Hal Jordan, pero sobre todo por la plasmación gráfica de toda esa diversidad fauvista y sin corsés que termina por aflorar en cualquier cómic del autor. Si en otras obras en las que Morrison había estado excelso pero el conjunto se había visto lastrado por la ilustración (Animal Man) o por el baile constante de dibujantes (Nuevos X-Men), Liam Sharp no sólo está espléndido en la ejecución técnica, sino que logra hacer explotar ante la mirada los conceptos fruto de la imaginación de su compañero, apoyado por el trabajo con el color de Steve Oliff. El estilo por el que ha optado, además, concede a la serie un toque psicodélico y vintage que casa a la perfección con las referencias a la Silver Age, el juego con los estereotipos del género y la explotación del contexto de ciencia ficción dura.

En cambio, es en su inventiva donde Morrison no rinde como en sus grandes obras. Quizá porque el escocés lleva ya cuatro décadas escribiendo cómics que buscan provocar y romper, ha acabado intentando provocar y romper aplicando recetas que ya ha usado en el pasado, y que no resultan ya tan innovadoras ni sorprendentes. La idea de transformar al Dios furioso de la Torá en un alienígena malvado que compra la Tierra en una subasta a otros extraterrestres quizá nos habría sorprendido –y escandalizado a algunos– en los ochenta o en los noventa, pero son apuestas de guion punkis que ya agotaron Hellblazer o Predicador hace veinte años. Hacer pelear al superhéroe con una rata gigante tiene su punto camp, pero ya lo explotó en su Batman y Robin. En su descargo hay que ponderar que escribir algo que vaya más allá con un personaje con una historia tan extensa y cuando eres un autor con una carrera tan notable y dilatada es misión casi imposible.

Entre lo que Morrison logra con acierto en la colección, y que además la conecta con la de Johns, también está su forma de trenzar su conocimiento y cariño por la historia del personaje con el argumento que está narrando. El lector que ya haya vivido otras aventuras siguiendo al cuerpo de Green Lanterns a lo ancho y largo del espacio se reencontrará con algunos de sus agentes más singulares, como el virus Linterna Verde creado por Alan Moore… Pero como no podía ser de otra forma con Morrison, el uso de la tradición no impide que intente dar una vuelta de tuerca (o tres o cuatro) a los cimientos de la franquicia. Concluye la primera temporada cuestionando la esencia misma del cuerpo de Green Lanterns al oponerlos a los Blackstars, la organización en la que Hal Jordan está infiltrado y que se erige como el gran antagonista de esta etapa. Si bien el escocés no presenta su versión más ambiciosa en el empleo de los recursos narrativos, ni teje esta vez una historia especialmente compleja, sí que busca epatar y revolucionar a partir de algunos de sus giros argumentales.

Con todo, la serie funciona. Divierte. A pesar de que Morrison está algo más verborrágico que de costumbre, mantiene su corrosivo sentido del humor y el ritmo que imprime a El Green Lantern es trepidante, suceden muchas cosas, cada pocas páginas, y con muchos personajes cruzando las viñetas. Además, cada número puede leerse (casi) como una aventura cerrada, a pesar de que se forma parte de un tapiz narrativo mayor, y los argumentos se trenzan de manera que uno desea seguir leyendo, que llegue el próximo lanzamiento de novedades. No es el mejor trabajo del escocés (ni por asomo), pero sigue siendo mejor, más profundo y más divertido que la mayoría de tebeos de DC que llegan a las mesas de novedades.