La Monja Guerrera, la serie de Netflix ambientada en España que más vocaciones religiosas despierta

A la hora de tener de adaptar un material base que perfectamente podría provenir de la lista negra se deben de tomar las decisiones con un extra de cuidado. Al ser un producto que, en su núcleo, incluye un innegable riesgo, es muy fácil resbalar y crear un estruendoso fracaso.

El trabajo de Ben Dunn no destacó precisamente por su calidad. Fue un producto deudor de la nunsplotation que mezclaba los superhéroes con la sexualización de las monjas. A la hora de adaptar esta pieza, Simon Barry (acompañado de veteranos como el mismísimo Snake, David Hayter, o la veterana Amy Berg) toma algunas decisiones inteligentes a la hora de lograr conseguir actualizar y reformar algunos de los elementos que peor han envejecido, que no son pocos. Pero, por el camino, se ha sacrificado parte del encanto inicial. Por ejemplo, de ello, se ha desechado multitud de referencias de terror de la tradición del cine de monjas y de demonios que les podría haber sentado bien.

Es una mala adaptación porque sacrifica la esencia de la serie (aunque no reniega del todo puesto que conecta con la mitología del cómic de una manera sugerente). Y lo hace porque la esencia no es que sea particularmente interesante. Pero, al optar por ello, en parte, agua la fiesta. La Monja Guerrera pasa de ser un festival extravagante a una serie adolescente con unos pocos momentos de gracejo. Y es que si se piensa fríamente lo que nos ofrecen aquí es una serie adolescente (subtrama amorosa poco creíble contada a machetazos incluida) con tintes paranormales y una mitología no muy original, pero sí que meditadas y con una verosimilitud interna sólida.

Tristán Ulloa pensando en cómo terminó con un alzacuellos

Esta serie no logra superar una premisa que, claramente, iba a ser el gancho para el espectador. Opta por no aceptar la locura de su punto de partida (salvo por determinados momentos. En cuanto la propuesta abraza los aspectos más extravagantes y divertidos, es cuando el visionado se hace más placentero) y tirar por unos derroteros y un tono de mayor solemnidad. Aunque no llega hasta tal punto de hacerse insoportable. Aquí se sabe moverse en muchas cosas sin terminar de asentarse claramente en ninguna.

Tal vez sea así para contentar a distintos tipos de público, pero, lo cierto, es que en base a eso deja a uno la sensación que, de haber tenido un enfoque más claro, hubiese sido un producto más afilado. Esta serie se ha estrenado casi a la vez que Doom Patrol, que viene a demostrar que se puede aceptar lo lúdico y lo absurdo. Lástima que esta serie no quiera atreverse del todo a ello.

Otro, pero similar se puede encontrar componente estético. Hay un claro problema a la hora de conseguir que esta serie tenga una identidad visual propia. Por un lado, reina una paleta de colores grises y apagados, una iluminación fría en su mayor parte (muy deudora de lo que se ha podido ver en El Cuento de la Criada). Eso va a juego con el tono en determinados momentos. Pero, por otro lado, en otras secuencias se optan por imágenes más vivas y coloristas. Hay un choque clarísimo entre una cosa y otra que, probablemente, se haya debido a esa falta de riesgo a la hora de tomar decisiones. Cuando se intenta gustar a todo el mundo, lo más probable es que no se termine gustando a nadie.

También emplea una serie de recursos formales y estilísticos manidos de forma errática. Ejemplo de ello es la titubeante voice over que tiene la protagonista. Normalmente se emplea para empatizar con el personaje. Pero en el bueno uso de ello es cuando se aporta información que, de otra manera, no podría dársela al espectador, complementando a las imágenes. No es este caso, que termina siendo muy plana y usada en momentos aleatorios y de forma muy prescindible. Lo mismo se puede decir de los flashbacks, que resultan del todo forzados y implantados de formas mil veces vistas.

Como resultado de ello, se puede entender que es una serie que ha sido demasiado cautelosa. Que cada paso que daba, se hacía con miedo a perder parte de su público. Se ha intentado abarcar demasiados palos sin llegar a llamar la atención de ninguno en particular. Se dan muchos pasos en falso, tanto en forma como en fondo. Y ello lo conduce peligrosamente a lo peor que le puede lanzar a cualquier obra: al olvido rápido.

Joven hincha boquerona confusa.

Por la parte positiva, está un Alba Baptista que se nota muy esmerada en el papel. Logra que se sienta algo de interés por su personaje cosa que es el principal aliciente para continuar viendo la serie. Toda una sorpresa para la serie ya que es una oportunidad para ella y logra aprovecharla destilando carisma.

También es cierto que tiene un ritmo muy medido. Es ágil y dinámica, sin momentos de calma dilatados de más. Eso no quiere decir que no siga tropos habituales, arquetípicos o, incluso, aburridos. Por momentos el tono hace que algunas escenas muy cliché se hagan un tanto áridas. Si se plantean de formas más interesantes o con un tono más festivo (que en determinados momentos, lo tiene) hubiese encajado todo de forma más orgánica.

La Monja Guerrera no tiene todos los alicientes como para conquistar a un público mayoritario. Especialmente frente a tanta competencia. Ni siquiera tiene nada nuevo que aportar. Pero, si se le da una oportunidad, tal vez se encuentro uno más virtudes de lo que podría esperar. Aun con todo, no se siente como una completa pérdida de tiempo.

P.D: Sí, es una serie rodada en Málaga y saca brillo algunas de las zonas más bonitas de la ciudad. La representación del español medio, ya tal.