El regreso del Caballero Oscuro: El Chico Dorado, Frank Miller sigue con ganas de dar guerra

Intentar descifrar lo completamente lunáticos que son los tiempos en los que se están escribiendo estas líneas es una tarea titánica. No hay más que hacer un repaso a los últimos acontecimientos: elecciones con mensajes descaradamente nocivos, presidentes que no disfrazan su psicopatía, el poder ignorando cualquier mensaje preventivo que le dé la ciencia, reivindicaciones a tropel, algunas más justas que otras, un virus que nadie vio venir, una pandemia impide que la población tenga interrelaciones normales (eso si es que no han pedido a seres queridos)… Está quedando un mundo bastante prometedor.  

Una obra como El Retorno del Caballero Oscuro: El Chico Dorado toma la mejor tradición del cómic superheroico y es el ser un reflejo y termómetro social de la época en la que se han concebido. Y este cómic es el bofetón que de vez en cuando el mundo se gana.

Viniendo de una tercera parte de la saga en la que el mensaje político y el simbolismo queda más difuminado en favor del componente superheroico, el lector no se podría esperar una obra tan hiriente, punky y desenfrenada. Siendo algo que el cómic mainstream ha estado dejando de lado por otro tipo de contenido, es algo de agradecer y un soplo de aire fresco. Es un cómic que no deja prisioneros, que es absolutamente incendiario.

Sin embargo, precisamente esa fortaleza, es también un defecto de la obra. Logra subvertir las expectativas del lector, pero no tiene un mensaje plenamente meditado. Sabe perfectamente ser una distorsión de la locura que reina nuestra (pos)posmoderna sociedad, sacando a relucir todos sus defectos pero que no logra dar ideas de hacia dónde se debe dirigir el mundo para mejorar.

Una manifestación de radicales agrediendo a unos pacíficos nostálgicos patriotas. No se dejen engañar por sus prejuiciosos ojos.

Pero esta obra no es panfletaria en ningún momento gracias a que es ambiguo. Pero también sabe disimular todo ello y saber ser, en primer lugar, un cómic de superhéroe. Tiene todas las características propias del género, tratando diferentemente algunas cuestiones que son muy propias del medio.

Trabajos como este nos recuerda qué tipo de contenido es el que hace evolucionar el medio: aquellos que tienen algo que decir. Ya sea porque quieren hacer una valoración del momento en que se han producido, una actualización de un determinado icono o la deconstrucción de este. En este caso, recuperamos a Carrie Kelley, quien toma el manto del murciélago, y los herederos de Superman y de Wonder Woman (presentados en el tercer volumen) quienes deberán contrarrestar el desorden que reina en el mundo. Eso en el contexto de la campaña de reelección del presidente más chiflado que ha tenido Estados Unidos: Donald Trump. Y, como no podía ser de otra manera, detrás de él están los verdaderos villanos de la historia: El Joker, que disfruta del caos en el que nos hemos sumergido y Darkseid, cuyas motivaciones son más profundas y pasan por el exterminio global. Como se deja entrever, busca un cambio de perspectiva, una renovación de este universo para que pueda ser atractivo para nuevos públicos.

Leer esta pieza desprende una energía que es sorprendente proviniendo de un veterano sin nada que demostrar como Frank Miller.  Es una obra que viene a recordar al lector que puede seguir siendo relevante, que todavía le quedan balas que disparar e historias que contar.

Con El Retorno del Caballero Oscuro: El Chico Dorado se puede decir que se da otro regreso: el de las mejores capacidades narrativas de Frank Miller. A pesar de todo, es una obra temáticamente concisa, sorprendente en sus recursos, con cuestiones hondas que toca de forma inteligente y con una construcción dramática notablemente desarrollada.

El Retorno del Caballero Oscuro: El Chico Dorado, por tanto, se puede entender como una obra de autoconsciencia. No de metalenguaje, no es un cómic que hable sobre el propio cómic y de su lenguaje. Más bien se trata de una pieza de despedida, de alguien que sabe que su tiempo ha pasado y que es necesario dejar paso a nuevas voces que, con suerte, serán tan atronadoras como la suya. Que las abraza pero que, hasta que llegue el momento, va a seguir luchando como el primer día. El guion de Miller tiene un tono crepuscular , una visión que hace que se deba releer y reinterpretar el primer DKR y sus intenciones. Y en eso consiste un buen trabajo de autor, en construir de tal modo que haya una unidad y una evolución que permita sacar más jugo a los precedentes. Miller vuelve a establecerse como un maestro con una pieza tan deliciosamente imperfecta como subversiva.

El arte de Rafael Grampá, no muy dado a hacer trabajos en superhéroes, destaca por su capacidad de transmitir y acompañar esa visceralidad tan propia de Miller con ese toque tan particularidad en los dibujantes brasileños de su generación. Tiene un estilo que logra aunar un estilo más contemporáneo con reminiscencias a los volúmenes anteriores de El Regreso del Caballero Oscuro.

 

Imagen de la portada de ECC Ediciones.

Aparte de ello, el color de Jordie Bellaire logra distinguirse de la línea cromática más gris y de colores más fríos de Klaus Janson y de Brad Anderson, ofreciendo un tratamiento más vivo, dando un apartado más colorista dando a la obra un tono más habitual en un cómic de estas características. Tal vez sea así para subrayar la locura del ambiente que hay en esta historia o para mostrar cierto optimismo en el futuro. No en vano esta pieza no está protagonizada por un señor mayor, si no por unos jóvenes que están comenzando a acostumbrarse a vivir en el mundo que han heredado.

La edición española de ECC Ediciones trae consigo unas portadas alternativas.

El Chico Dorado es producto de un tiempo totalmente esquizofrénico en el que es difícil discernir qué es el caos y qué el orden. Tiempos en los que las campanas apocalíticas suenan cada vez más cerca. Más valdría que pille a la humanidad preparada.