Lo que el viento de la censura se llevó en el cómic

  • La industria del cómic soportó durante años un estricto código de conducta autoimpuesto por la industria que cercenó la libertad artística. ¿Qué puede enseñar la industria del cómic a las plataformas de streaming que juguetean con la idea de eliminar clásicos de su repertorio?

La Seducción de los Inocentes fue un libro publicado por el psiquiatra William Wertham en 1954. Tenía la (estúpida) tesis de que el cómic corrompía a la juventud y la empujaba hacia la delincuencia. Motivó una investigación del Senado de EEUU sobre el tema y forzó a los grandes editores a instituir la Comics CS Authority, que se encargaría de asegurarse de que todos los tebeos cumpliesen con las normas fijadas en el Comics Code de octubre de aquel mismo año.

Todo para proteger a los niños, siempre con una inflexión en la voz que nos recuerde a la esposa del reverendo Lovejoy de Los Simpsons. «¿Es que nadie piensa en los niños?». Porque la censura, cada vez que ha asomado su fea cara, ha estado relacionada con el buenismo más infecto y la protección del falso derecho que exigen siempre ciertas personas a no verse expuestas a algo que les moleste y que les obligue a pensar y tener criterio propio. 

Vivimos en tiempos sorprendentemente similares, en los que los ciudadanos tenemos cada vez más voz, pero al mismo tiempo es cada vez más difícil debatir sobre determinadas cuestiones. Los populismos, sea cual sea su ideología, son siempre absolutos en sus tesis y promueven la eliminación de cualquier disidencia interna, eliminando el debate y fomentando los maximalismos. 

Cualquiera que no cumpla a rajatabla los dogmas de unos y de otros se convierte, de inmediato, en un ‘fascista’ o en un ‘comunista’, lo que no sólo desgasta términos que deberían quedar marcados como lo que fueron en la Historia, sino que provoca que los medio de comunicación se hayan polarizado hasta la obsesión y que los campus universitarios se hayan transformado en lugares blandos en los que se desprecia cualquier visión que se salga de las normas imperantes. 

Entretenimiento de bien

“Para tener una contribución positiva en la vida contemporánea, la industria debe buscar nuevas áreas para el desarrollo de un entretenimiento sólido y completo. La gente responsable de escribir, dibujar, imprimir, publicar y vender comic books ha hecho un trabajo fantástico en el pasado y se ha dirigido hacia esta meta. Su historial de progreso y avance continuado se compara favorablemente con otros medios de la industria de las comunicaciones. Un ejemplo representativo es el desarrollo de los comic books  como una herramienta única y efectiva para la instrucción y la educación. Han supuesto una importante contribución al campo de las letras y a la crítica de la vida contemporánea”. 

Con esta declaración tan magnánima debutaba la herramienta censora del Comics Code. Como siempre, las intenciones de cualquier herramienta de control de la libertad son maravillosas y se basan en un intento desproporcionado y erróneo de garantizar la protección de los más débiles privándoles de elementos de juicio.  

¿A qué se obligaron en 1954 los editores? A cosas similares a las que ya establecía para el cine el Hays Code, de unos años antes. Por ejemplo, a “no presentar a los criminales de una forma que se provoque simpatía por el criminal, a no promover la desconfianza en las fuerzas de la ley y de la justicia o a no inspirar a otros el deseo de imitar a los criminales”. Lo que básicamente erradicaría productos como Breaking Bad, Los Sopranos, Torrente o Cop Land, sin ir más lejos. O eliminaría cualquier opción de debate sobre la situación incendiaria a la que se enfrenta hoy la Policía en EEUU.

No podían presentar detalles de cómo se planeaban y ejecutaban los crímenes (adiós a las películas de robos como Ocean´s Eleven), no podían presentar a los agentes, jueces, funcionarios gubernamentales y demás de una forma poco respetuosa, lo que básicamente borraría The Good Wife de la faz de la tierra. El crimen debía ser mostrado como algo “sórdido y desagradable”, lo que nos privaría de algunos diálogos buenísimos de Trainspotting, y los criminales “no podían aparecer como glamurosos u ocupar una posición que generase el deseo de imitarlos” -adiós, filmografía de Scorsese-. 

El bien siempre debía triunfar sobre el mal y el criminal tenía que ser castigado por sus delitos, lo que nos obligaría a meter en la cárcel a Mr. Ripley. Por supuesto, las escenas de violencia excesiva debían ser prohibidas -lo sentimos, Tarantino- y no estaban permitidas la tortura, la presencia innecesaria de cuchillos y pistolas (John Woo, vete a tu casa), la agonía física (El Juego de Gerald y 27 Días, lo dejamos por hoy), o crímenes crueles y gore (lo que sacaba de la partida a todos los slasher y a la Cabaña del Bosque en pleno). 

No se podían mostrar métodos inusuales de ocultar armas, no se podía retratar la muerte de agentes de Policía, no podrían aparecer detalles de los secuestros y el secuestrador siempre tenía que ser castigado. Las palabras “crimen” u “horror” en general tenían que aparecer en pequeño, todo el horror tenía que tener una lección moral (ejem, fuera Hereditary, Midsommar, The Lighthouse y demás), y quedaban prohibidos los muertos vivientes, los vampiros, los monstruos, los hombres lobo y el canibalismo. Hasta que se revisó el código en 1971, estos bichos se quedaron fuera de juego y los autores tenían que inventarse cosas “parecidas”, como Man-Bat o Morbius, para disimular un poco. 

Los desnudos, el sexo explícito, la vulgaridad y la mala gramática estaban también vetados, el divorcio tenía que aparecer como una faena bien gorda, los protagonistas tenían que respetar a sus padres y se tenía que enfatizar el valor del hogar y la santidad del matrimonio, siempre que pareciese que la pareja en cuestión no demostraba pasión ninguna.

Ayer y hoy…

Me dejo para el final algunas normas que hoy se intentan eliminar tanto como en los años 50. Los motivos pueden ser distintos, pero que la consecuencia es similar. Por ejemplo, “el ridículo o ataque a cualquier religión o grupo racial nunca se puede tolerar”, “las mujeres deben ser dibujadas de manera realista sin exagerar sus atributos físicos”, “la publicidad del alcohol y del tabaco no es aceptable” o “no se aceptará publicidad sobre la venta de artículos para apuestas, o cuestiones impresas relacionadas con las apuestas”. ¿Nos suena de algo?

Hemos pasado de un mundo en el que se censuraba la cultura que podían (o no) consumir los niños a otro en el que se trata a todo el mundo como a niños

Por supuesto, tengo mis opiniones, como cualquier lector, sobre las cosas antes mencionadas. No vería ningún producto rodado hoy en día que se burlase exclusivamente de un grupo racial o que fomentase la venta de homeopatía, lejía gourmet o lametones de sapo. Incluso en el tema de la salud estoy bastante de acuerdo con las propuestas del código de eliminar la publicidad de tabaco, alcohol, apuestas y “productos médicos, sanitarios o de aseo de naturaleza cuestionable”.

Pero la censura, y especialmente la censura de obras del pasado, nos impide analizar nuestro propio pasado y explicarles a nuestros hijos por qué antes las cosas eran distintas y por qué tenemos que seguir luchando para mejorarlas. 

Si nuestra tentación pasa siempre por eliminar aquello que nos hace sentir incómodos, cada vez nos sentiremos incómodos por más cosas y no estaremos preparados para lidiar con aquello que nos resulte desagradable. Ni aunque sea de mentira.

Hemos superado los defectos de nuestro pasado gracias a personas imperfectas que quizá hicieron cosas mal pero que SÍ hicieron otras bien. Ahora hablamos de cómo Friends tenía poca representatividad de afroamericanos o de errores graves en la representación trans, pero es fácil olvidarse del gran impacto que tuvo sobre el reconocimiento social de distintos grupos LGTB+, o que David Schwimmer puso bastante empeño en introducir un poco de variedad racial entre sus novias, dando voz a una de las primeras asiático-estadounidenses que yo vi nunca en una comedia televisiva -aunque también es justo decir que se han escrito reflexiones muy interesantes sobre cómo toda la competencia de Rachel tenía algún factor de diferencia, racial o nacional, que permitía al espectador no considerarlas como parejas ‘válidas’ y mantener el apego por la novia de América-. 

Cambiar las cosas

Puede que Watchmen o Batman TDKR no tuviesen una representación demasiado completa y que el cómic durante demasiados años haya sido una experiencia blanca y heterosexual. Pero el primer gran superhéroe de la nueva etapa de Marvel fue Blade. Y en la magnífica revisión televisiva de Watchmen el tema racial tiene un papel fundamental. Tanto, que dota de retroactivamente a un personaje de mucha más diversidad y llega al punto a transformar radicalmente la identidad de otro en un caso peculiar y brillantísimo de ¿’blueck-face’?.

Del mismo modo, el gran Jordan Peele ha cogido el enorme legado literario de H.P.Lovecraft, ensuciado por un racismo que hasta para su época era exagerado, y lo ha transformado en un producto evolutivo como Lovecraft County, en el que dota de una nueva dimensión el terror, acompañándolo de racismo. Los personajes de The Lighthouse, sin ser diversos, batallan contra una tensión sexual homoerótica marcada por el enorme falo chorreante en el que viven. El Hombre Invisible en su última versión se ha convertido en una fábula sobre el abuso de poder y la fragilidad de una mujer sometida a abusos. Estoy convencido de que Falcon and the Winter Soldier tratará el dilema del legado de un Capitán América que no es lo bastante blanco y es reemplazado por un John Walker all-american incapaz de estar a la altura del manto. Es mejor cambiar el futuro de la cultura entendiendo el peso que tuvo su pasado.

Los Looney Tunes encontraron una forma sensata de lidiar con estos temas, un texto ejemplar que reza: «Los dibujos animales que vas a ver son producto de su tiempo. Pueden incorporar algunos de los prejuicios raciales o étnicos que eran comunes en la sociedad estadounidense. Estas representaciones estaban mal ya entonces y lo están ahora. Aunque lo que van a ver no representa la visión de Warner Bros. sobre la sociedad actual, se presentan como fueron creados originalmente porque hacerlo de otra manera sería lo mismo que afirmar que dichos prejuicios nunca existieron«. 

Disney+, por su parte, ha introducido en algunas de sus películas clásicas una advertencia razonable: “Este programa se presenta como se creó originalmente. Puede incluir representaciones culturales anticuadas”. Perfectos ambos. Mantienes la obra y la contextualizas mínimamente.

No puedes mejorar la realidad borrando la ficción, pero la ficción es una forma extraordinaria de actuar sobre la realidad. El cuento de la criada surge de una reflexión sobre el papel de la mujer en la sociedad. El Capitán América de Englehart y Gruenwald nos enseñó que las banderas no valen nada si no luchas por los valores que representaban, y que esos valores van cambiando a medida que la sociedad evoluciona. El sello Milestone surgió para dar más diversidad a los cómics y hoy es evidente que la industria trabaja en esa dirección. Se enfrentan a otra forma de censura, la de una parte del público que ni entiende el cambio social ni sabe que los cómics siempre fueron un paradigma de libertad y de aperturismo. Pero no conviene hacer demasiado caso a los lloricas que creen que ver a Idris Elba como Heimdall tiene extraños poderes destrozainfancias. 

En diciembre de 1968, cuando la situación era tristemente similar a la actual -tristemente porque eso significa que hemos avanzado menos de lo que nos gustaría pensar- Stan Lee escribió: “El racismo y el odio son algunas de las plagas más mortíferas que experimenta hoy el mundo (…) pero a diferencia de lo que sucede con un equipo de supervillanos disfrazados, no pueden ser detenidos con un puñetazo en la barriga o un rayo láser. La única forma de destruirlos es exponerlos, revelar la insidiosa maldad que habita en ellos”. 

Sin libertad de expresión, sin la capacidad de comprender los errores del pasado para no repetirlos en el futuro, sin la posibilidad de plantear en lugares inofensivos debates que pueden ser trascendentes, seremos incapaz ya no de enfrentarnos al mal, sino ni tan siquiera de identificarlo. Porque cambiar la ficción para disimular los problemas del mundo real ha demostrado ser una herramienta mucho más pobre que utilizarla para abordarlos y hacerles frente.

Podemos convertirnos en Flanders mojigatos, incapaces de soportar que nos digan siquiera cosas con las que no estamos de acuerdo, o podemos creer que las verdaderas transformaciones no surgen de tapar la boca a nuestros rivales, sino de nuestra convicción en que la razón y el diálogo siempre serán mejores herramientas de transformación social que la censura o la búsqueda constante de la confrontación.