Melvina, de Rachele Aragno, es el gran descubrimiento en cómic infantil del año

¿No os ha pasado nunca que, siendo pequeños y estando con vuestros padres, se os acercaba algún amigo o conocido de vuestros padres y, a medio camino de la curiosidad y el salir del paso, os preguntaba vuestro nombre o vuestra edad… y quienes respondían eran siempre vuestros propios padres? ¿Por qué? ¿Tan difícil es dejarnos contestar a la simple pregunta de cómo nos llamamos? Si ya desde tan pequeños nos niegan la voz, ¿de verdad tienen alguna intención de concedernos el voto? ¿Os acordáis del sentimiento que aquello generaba? La falta de confianza que se proyectaba, lo (aún más) pequeños que nos hacía sentir… Quizás no lo recordemos. Todos escondemos los primeros intentos de auto-determinación, tímidos o valientes según cada caso. Y la mayoría de estos conatos están asociados a una negación por parte de un adulto, en forma de desprecio, sobreproteccióno, en ocasiones, vacio e indiferencia. Sin espacio para ser nosotros mismos.

La mayoría de los recuerdos que tenemos de nuestra vida se distorsionan con el paso del tiempo. Por mucho que nos esforcemos en proteger y preservar nuestras experiencias, cuando las recuperamos nunca son ni serán tan exactas a los sucesos reales en porcentaje elevado, aproximado por varios estudios al 80%, incluso en recuerdos de corto plazo. El mismo envoltorio con el que se guardan esos recuerdos puede alterar sus partículas contra nuestra voluntad. Sin embargo, hay muchos otros recuerdos que quedan grabados a fuego en el subconsciente de nuestro ser a largo plazo. Nuestra mente, nuestro cerebro, transita por muchas fases y etapas durante su vida. De los primeros pasos absorbentes apenas resisten los recuerdos, pero esa primera etapa de nuestra vida da relevo a una nueva donde la experimentación y los pensamientos abstractos que empiezan a formar nuestra personalidad sirven para, bajo muchas llaves propias y privadas, almacenamos nuestros recuerdos más antiguos que se verán sepultados muy prontos por las experiencias humanas y humanistas que edificarán la personalidad con la que saldremos a luchar en el mundo.

Son muchas las obras en la literatura que tratan sobre el vacío experimentado por los niños en un hogar que no les entiende y/o atiende, como se puede comprobar a la perfección en el Coraline de Neil Gaiman. Son muchas las obras en la literatura que tratan la catarsis que supone la reafirmación en la transición de niño a adulto, como ocurre en Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll. Son muchas las obras que juegan con los sentimientos encontrados y contradictorios que sentimos cuando las responsabilidades nuevas pesan más que los deseos antiguos.

Esos años en los que aprendemos a hacernos mayores son los más importantes de nuestra vida. ¿Qué ocurriría si nos los robaran? De eso trata el Melvina de Rachele Aragno.

En el momento en el que un niño se siente seguro de sí mismo, deja de buscar la aprobación continua de un adulto en todos y cada uno de los pasos que da. Pero, sin embargo, a veces desean esa aprobación adulta. Aunque… ¿quiénes son exactamente los adultos? Y es que, citando al propio Gaiman en El Oceano al Final del Camino los adultos no parecen adultos en su interior. Por fuera son grandes y desconsiderados y parece que siempre saben lo que están haciendo. Pero en el interior, son como siempre han sido. Como cuando eran pequeños. La verdad es que no existen los adultos. Ni uno solo en todo el mundo. Pero cuando somos pequeños, nos sentimos impresionados por ellos.

Melvina es la novela gráfica de Rachele Aragno que ha sido publicada por Liana Editorial y es uno de los mejores cómics infantiles publicados en los últimos tiempos, y eso es mucho decir teniendo en cuenta la omnipresencia, en calidad y cantidad, de cómics infantiles y juveniles dentro y fuera de nuestras fronteras. En Melvina encontramos una aventura de auto-descubrimiento personal envuelta en fantasía e imaginación donde las catarsis, el ritmo y el dibujo no dan tregua al lector, que se ve envuelto en un vórtice de colores y de espejos que le hipnotizan y obligan a paladear todas y cada una de sus páginas.

Rachele Aragno demuestra ser muy inteligente de principio a final, introduciendo y conjugando elementos y patrones clásicos de la literatura que ayudan al lector a zambullirse en el esquema de la obra sin muchas explicaciones, aprovechando el espacio para la reflexión. Melvina, la protagonista, es una proyección de la propia Rachele. Ella es “la Elegida” en este mundo y tiene una misión. El fallecimiento de sus abuelos cuando tenía trece años rompió la burbuja en la que había crecido y dejó huella en ella, quien se replanteó algunas de las dinámicas de su vida. En ese momento, Rachele empezó a escribir y dibujar esta obra en su cabeza. Aunque Melvina ha sido publicado muchos años después, queda claro que la obra está trabajada, a fuego lento, en la conciencia de la autora.

La aventura lleva a Melvina (y lectores) de un lado a otro, tan lejos como la imaginación de Rachele lo permite, dejando espacio para los momentos reivindicativos y reflexivos al final de cada día. En este viaje hay tiempo para los (re)encuentros, los juicios, la bondad, la inocencia y las decepciones. La frustración ante la falta de espacio propio para madurar y la creencia de que es posible cambiarlo todo son ejes del relato, maduro en su ejecución. Otto, su anciano compañero de viajes, se verá reflejado en la joven Melvina, un recurso inteligente ya que sirve que este relato funcione a la perfección a los ojos de un adulto y no solo como cuento infantil. Gracias a él, Melvina y nosotros descubrimos que no hay que tener prisa por crecer y que hay que disfrutar de todos los momentos de nuestra vida.

El dibujo, de la propia Rachele, colorido y detallista, brilla a la perfección en escenarios, animales y fantasía. Desde El Libro de la Vida hasta La Llave Transportadora pasando por El Amuleto de la Elegida o el Cetro de los Sibilantes Señores Serpenteantes, cualquier excusa es excelente para captar nuestra atención. El enemigo, sibilino, da miedo en todas sus apariciones y la gestión de los espacios blancos y vacios en el tramo final de la obra demuestran mucho oficio en Aragno. Gracias a ello, la catarsis y la tensión se saborean a la perfección. En definitiva, una obra completa, sobresaliente y redonda que no podéis, ni debéis, dejar pasar.