Palabra de Editor #54 – Diversidad editorial y cacaos mentales

Palabra de Editor es la columna de opinión de Pedro F. Medina (@Studio_Kat), Editor Jefe, responsable de licencias y redes sociales de Fandogamia y periodista con una faceta nada oculta de showman en los eventos de cómic y manga

Retomo este texto que comencé a escribir hace meses, pero que no me decidía a rematar porque cada semana había más chicha que añadir. Quizá me vaya mucho por las ramas, no prometo nada. Érase una vez allá por octubre, cuando el patrón Pedro Monje (a quién jamás reconoceré de primeras cuando se acerque a mi stand del Salón del Cómic de Getxo porque soy una persona horrible incapaz de memorizar caras) me sugirió escribir algo sobre las devoluciones masivas que tuvieron las editoriales durante septiembre, a la vuelta de verano. Y yo con cara de póker: “¿qué me estás contando? ¡Yo no he tenido de eso! Ha sido uno de los mejores septiembres que recuerdo”. Pero él seguía con la cantinela, “acabo de hablar con un montón de editores que me lo han comentado, muchísimas devoluciones”. Se me desconectó el cerebro hasta que caí en que no todas las casas editoriales funcionamos igual (¡GUAO! ¡Vaya revelación!), que tenemos nuestras fechas de más, nuestras menos, que no tenemos el mismo ritmo de publicación, que no sacamos las mismas cosas ni tenemos los mismos precios. Quienes redujeron el ritmo de publicación tras el Comic Barcelona se encontraron con la limpieza de inventario de las librerías tras las vacaciones, y un montón de tebeos regresando a la distribuidora para hacer sitio a la nueva marabunta de novedades. Las editoriales podemos acercamos entre nosotras en el fondo, pero nos separan innumerables detalles: hablar de publicar tebeos no puede hacerse en términos absolutos. Tampoco es lo mismo ser un editor de mesa trabajando para un conglomerado empresarial que un editor de trinchera que se recorre decenas de ferias para vender su catálogo. Ni los motivos de nadie para subir o mantener precios pueden responder a factores remotamente parecidos, por cuestiones como la tirada, el papel, la cadencia de impresión, los royalties o cuando piensan pagarle a la imprenta (si esta acepta esos términos) o tienen previsto cobrar de la distribuidora (si esta no decide retrasar los pagos un mes más sin previo aviso). No entro en calificativos de bueno o malo (aunque pagar a tiempo siempre es bien y aconsejo practicarlo); simplemente, todo es diferente.

Y ahora me asalta otra impresión: quizá este sea uno de los motivos por los que la cooperación editorial ha sido siempre tan complicada. Nos comportamos como rivales incluso entre afines, porque somos incapaces de comprender que funcionamos de maneras muy dispares… aunque el resultado final en todos los casos sean libritos con viñetas.

Con estas palabras (de editor) siempre peco de hablar mucho de lo que hago, que si me he ido a tal feria o me ha pasado no sé qué, yo, yo, yo. Hay una regla por ahí que dice que para redactar hay que mantenerse a una distancia, en aras de la objetividad (aunque lo único que se me grabó a fuego en la Facultad de Periodismo es que la objetividad es una quimera) y también de no ser un chupón que va buscando protagonismo todo el rato. Mea culpa. Escribo en función de lo que he aprendido a fuerza de ensayo y error. Ni siquiera tengo un Máster de Edición ni naranjas, me metí en esto como antaño el aprendiz acababa formando parte de un gremio, con la experiencia que da la forja. Creo que las cosas que me ocurren en el ejercicio de mi profesión dan pie a historias como las que te podría contar un colega delante de unas cervezas. Por eso, aunque a veces utilice cifras y contraste datos del sector, en el fondo debería recordaros a pie de página que cada tebeo que publicamos es totalmente diferente a cualquier otro, sujeto a condiciones muy diferentes (en materia económica, laboral, logística, industrial, incluso medioambiental) y que, aunque puedan seguir patrones parecidos, se asemejan tanto como los copos de nieve… incluso dentro de una misma colección. Y por eso los logotipos de la editorial salen cada vez en una altura distinta en los lomos de los libros; por eso y para provocar el TOC de la audiencia, que es algo que nos llena por dentro.

Otro ejemplo de disonancia a la hora de producir cómics: en noviembre tuiteé una encuesta, antes de que Elon Musk tratara de atarnos a todos en las tinieblas: “¿CREES QUE SOBRAN LAS SOBRECUBIERTAS EN LOS MANGAS?”. Muchos de los comentarios trataban de sonsacarme si retirar las sobrecubiertas conllevaría una reducción de precio, y aquí fui lo bastante honesto como para opinar que no, que en todo caso implicaría que no subieran más. Aunque los costes de producción se han estabilizado desde finales del año pasado, en la coyuntura actual creo que sería difícil ver a una editorial bajar sus precios incluso si consiguiera un ligero descuento por retirar las sobrecubiertas, sobre todo sabiendo que el público está dispuesto a pagar los precios que se han establecido como estándares porque, bueno, ya lo están haciendo, iqual que con la gasolina o el precio de la fruta. Oferta y demanda y un poco de cara dura. Pero muchos escenarios que hasta hace poco considerábamos imposibles ya están ocurriendo, y de forma simultánea. En nuestro mercado tenemos mangas con sobrecubiertas muy trabajadas que aportan valor añadido, otros con sobrecubiertas que son un absoluto destrozo del original y que en realidad para publicarse así no merecen la pena, los hay que se publican sin sobrecubierta en ediciones que (¡la excepción que confirma la regla!) sí que son más económicas de lo habitual (aunque suele tratarse de material que ya ha sido publicado anteriormente en España, así que son una suerte de edición reciclada- en el sentido de cobrar dos veces por la misma cosa), otros sin sobrecubierta pero al precio estándar (con la trampa de que algunos no vienen de Japón-Japón), mangas en tapa dura (Collector’s Edition Deluxe) y también ediciones sumergidas en la sangre de los caídos que trataron de comprar el pack promocional de Tokyo Revengers. No es un debate nuevo y, como apuntaba Carlos Miralles, “el problema es considerar el manga como un todo, y no como una forma de expresión que, como tal, necesitaría una forma de reproducción específica para cada uno de sus productos. A nadie se le ocurriría decir que las novelas tienen que ir o todas en tapa dura o en rústica”. Pues eso.

Los cómics, como productos culturales dentro de un sistema que es simultáneamente artesanal e industrial, son jodidísimos de encasillar y clasificar. Aceptamos etiquetas demográficas para el manga y poco más, pero luego nos cuesta la vida distinguir categorías temáticas, géneros ni, por supuesto, elaboraciones diferentes (licencia/nacional, y de ahí no pasamos). Desde hace unas semanas se están recogiendo datos para la creación de un Libro Blanco del Cómic en España, una iniciativa impulsada desde la Sectorial del Cómic que permitirá paliar la distorsión respecto a la realidad que aparece cada año en el Informe del Comercio Interior del Libro que emite la Federación de Gremios de Editores de España (el último que tengo en mis manos dice que el 27’1% de los cómics se vende en quioscos, lo que viene siendo un anacronismo de cajón que no ocurre en ninguna otra materia registrada). Y, sin embargo, será complejo encontrar pautas comunes a todas las editoriales de cómic, aferradas a estrategias mercantiles y productivas muy diferentes, reflejo, causa y consecuencia al mismo tiempo de sus resultados comerciales y de nuestra diversidad editorial patria, con decenas de pequeños minifundios y unos pocos pesos pesadísimos. En el último Salón del Cómic de Zaragoza, sin ir más lejos, cada expositor te decía una cosa distinta sobre sus estimaciones previas y ventas finales, y eso que todos ocupaban stands modulares más o menos similares. Aunque el primer semestre del año discurrió con aparente normalidad, el segundo fue complicado por incierto y desigual. Varias editoriales han anunciado su cierre. Otras han paralizado su producción y pretenden vender sus fondos antes de seguir imprimiendo, pero también las hay que se anuncian con más vitalidad que nunca, y a cada día que pasa aparecen nuevos proyectos de edición (más o menos profesional). Y esto ocurre mientras algunas librerías amplían sus locales y montan auténticos templos del cómic, pero otras están chapando porque la herida postpandemia nunca cerró del todo. E inmersos como estamos en un debate más abierto que nunca sobre las regalías de derechos de autor, que también presentan distancias insalvables entre consagrados y newcomers. Diría que estamos entrando en territorio inexplorado, de no ser porque todo esto ya ha pasado y volverá a pasar: la historia es cíclica, los tebeos también. Y, con todo, ¿quién sabe lo que se nos viene encima?

Eso sí, en la vida como en los tebeos: SIEMPRE A TOPE.