‘El hombre indestructible’, un Blasco inédito a la altura de sus mejores trabajos

Aunque para varias generaciones de lectores su nombre está asociado a personajes tan carismáticos de la España de posguerra como Cuto o Anita Diminuta, el barcelonés Jesús Blasco fue un artista todoterreno cuya versatilidad –trabajó el western, la ciencia-ficción o el bélico- y talento desbordante le llevó a desarrollar su trabajo para editoriales foráneas como Fleetway, ya fuera en solitario o en colaboración con sus hermanos. Esta circunstancia explica que parte de su obra aún permanezca inédita en España, a pesar del predicamento del que su arte goza en países como Italia o Francia, donde se le considera con justicia como uno de los artistas más grandes de la historia del cómic.

En línea con los esfuerzos editoriales e institucionales para recuperar su obra que se han producido en los últimos años desde distintos ámbitos, Dolmen Editorial recupera en su línea Albión El hombre indestructible, una obra que presenta similitudes formales y temáticas con uno de sus títulos más recordados, Zarpa de acero. Cabe recordar en este sentido que Blasco abandonó Zarpa de acero para embarcarse, de la mano de otro autor de lo más prolífico, el británico Scott Goodall, en este nuevo proyecto que se publicó en la revista Jag. Al igual que sucede con el protagonista de Zarpa de acero, el misterioso  protagonista de El hombre indestructible exhibe poderes similares, aunque su origen se remonta milenios atrás. Acusado injustamente de un crimen que no cometió, este capitán de la caballería real durante el reinado del faraón Ramsés II fue enterrado vivo en la pirámide de Osiris, donde aprende una serie de habilidades extraordinarias que aplicará siglos después en su batalla contra el crimen y bajo la nueva identidad de Mark Dangerfield, tras ser encontrado –milagrosamente vivo- en el Londres de 1968 por un equipo de arqueólogos.

Aunque en un principio Dangerfield solo goza de los poderes de invulnerabilidad e invisibilidad (durante cien respiraciones exactas y cada veinticuatro horas), Goodall le otorga con el paso de los números pintorescas habilidades sobrehumanas que varían en función de los desafíos a los que se encuentra. Así, le veremos implorar a Osiris, en condiciones de peligro extremo, superpoderes como el de la “danzarina luz de sol”, la habilidad de multiplicar su temperatura corporal por mil o el poder de la levitación, entre otros muchos. Además de inevitable reclamo para el lector que consumía este título con cadencia semanal, este tipo de licencias acerca al material al terreno netamente superheroico, como certifica el peculiar talón de Aquiles del personaje –cada cierto tiempo su cuerpo envejece y solo puede revitalizarse al contacto con el fuego- y la galería de villanos a los que se enfrenta, que además de traficantes de armas incluyen ladrones de arte equipados con flamantes gadgets como el Vengador Oscuro y genios del mal de opereta como El tejón.

Zarpa de acero y El hombre indestructible registran niveles similares de testosterona, aunque este último título carece del barniz ominoso del primero. A diferencia de la ambivalencia moral de Louis Cradwell y sus devaneos con el mundo del crimen, Dangerfield transita por el lado luminoso de la vida desde un principio, en un nada disimulado intento de sus autores por hermanar el material con algunas de las series televisivas más pop de la época como Batman, El Santo o Los Vengadores (hasta el punto de que uno de los personajes secundarios, Julian Hardwicke, presenta rasgos físicos similares al inolvidable John Steed de esta popular serie británica).

 Estas licencias audiovisuales vienen como anillo al dedo a un Blasco que siempre reivindicó el cine como la forma más pura de imagen. En este sentido, El hombre indestructible supone un muestrario perfecto del estilo depurado que alcanzó a finales de los años 60, una vez abandonado el tono cartoonesco de sus inicios, y que nada tiene que envidiar al trabajo de aquellos maestros que tanto admiraba, como Milton Caniff, Alex Raymond o Hal Foster. Blasco demuestra aquí su pulso extraordinario a la hora de reflejar la anatomía humana, con un formidable repertorio de plásticos escorzos –deudores de su pasión por los clásicos del slapstick como Buster Keaton o Charles Chaplin-, en los que sin embargo no renuncia a su vocación naturalista. Blasco nunca pretendió reflejar la realidad tal cual es, sino recrearla a su manera, lo que le lleva a utilizar las posibilidades del blanco y negro no con fines expresionistas, sino para reforzar la fisicidad de las secuencias de acción y captar la atención del lector de los momentos de mayor peligro. O lo que es lo mismo, gracias a su mayestático arte consigue que nos sigan fascinando hoy día una serie de derivas argumentales que, en otras manos, probablemente nos resultarían bastante más ingenuas e inanes.

La capacidad de Blasco y Goodall para la narración hipercomprimida y episódica dota a El hombre indestructible de un ritmo trepidante y adictivo. El artista barcelonés pudo beneficiarse además del innovador formato de la revista Jag, en la que fueron publicadas en su totalidad las aventuras del personaje. A diferencia de publicaciones similares de la competencia, como Valiant o Tiger, Jag se publicó durante un tiempo en formato tabloide de 16 páginas, lo que le permitió a Blasco explayarse a fondo en detalles, fondos y expresiones, dando como resultado la que para muchos es la publicación más atractiva de la historia de la revista. La antología editada por Dolmen recopila todo el material publicado sobre el personaje. Es el caso de la colección regular,  publicada en formato serializadoentre mayo de 1968 y marzo de 1969 siempre con las firmas de  Goodall y Blasco, pero también de tres historias que se publicaron en los anuales de Jags, a manos de dibujantes como como Jorge Moliterni, Eric Dadswell o Harrry North. Aunque hayan tenido que pasar más de 50 años para disfrutar de este material en España, la espera ha merecido la pena. Un clásico a redescubrir.