La sala de los Espejos: Liv Strömquist, a vueltas con la dictadura de la imagen

A través de sus anteriores ensayos en formato cómic, la autora sueca Liv Strömquist ha tratado temas como el cómo y el por qué de la representación (o falta de ella) de la vagina o el amor en sus diversas vertientes desde un punto de partida del activismo feminista y el estudio de las desigualdades de género. Para ello, habitualmente, se hace servir de una pátina de humor con una cantidad variable de acidez así como de un uso desprejuiciado de celebrities de ayer y hoy como Leonardo DiCaprio, Beyoncé o la emperatriz Sissi y de filósofos que le permitan dar un respaldo teórico a su discurso: Kierkegaard, Barthes, Susan Sontag…

En su última obra, La Sala de los Espejos (Salamandra, 2022), Strömquist aborda la relación de las mujeres con su propio físico no solo desde el actual culto a la imagen y al canon Instagram, sino a los cambiantes estándares de la belleza y el deseo a lo largo de la historia. El punto fuerte de la autora sueca sigue siendo convertir temas complejos en accesibles a (casi) todos los públicos mediante el uso de ejemplos de la cultura popular y dosificando el trabajo de destacados pensadores en un formato cápsula claramente orientado al público contemporáneo y eminentemente digital.

Esto supone que Strömquist «descubre» a autoras como Camille Paglia o Simone Weil a un público que, posiblemente, no se acercaría a ellas de manera «tradicional» (aunque, indudablemente, hay algo de cherrypicking de pasajes que sostengan la tesis que nos está contando) , pero también que este acercamiento puede resultar demasiado superficial para quienes sí están familiarizados con ellas.

Tan solo hay que fijarse en la repercusión de la historietista y la multitud de países donde su obra está presente para comprobar que la fórmula Strömquist funciona y ha encontrado una audiencia que sabe apreciar lo que la autora sueca quiere contar y cómo decide contarlo. Ese territorio parece estar ubicado en un ámbito que va más allá de las fronteras del sector del cómic propiamente dicho, y supone un acceso a una tipología lo suficientemente amplia de medios y lectores como para que los aspectos en los que Strömquist no destaca no le pasen factura. Y tiene sentido, porque estos, casi en su totalidad, conciernen a la proficiencia de la autora en el uso de recursos del cómic.

En ese aspecto, no se puede decir que la caja de herramientas de la autora sea especialmente amplia: su característico estilo puede ser anatema para aquellos lectores de cómic que siguen identificando un dibujo figurativo como culmen de la excelencia, pero es en la ausencia de soluciones secuenciales más solventes (y, como comentaba Pepo Pérez , el abuso de los bustos parlantes para despachar bloques de texto) que permitan dosificar el ritmo y distribuir la información lo que supone el principal cortafuegos para que alguien con un cierto rodaje comiquero le «compre» la propuesta gráfica a Strömquist.

La sensación, por momentos, es que la dibujante soluciona muchos de los pasajes de obras de formato largo con soluciones que pueden funcionar en contenidos de corta duración (algunos autores de El Jueves utilizan esos mismos recursos, generalmente con resultados más sólidos) orientados más al gag o la sucesión de gags que a la elaboración de un discurso complejo. 

Pero el tema es que, aunque sería deseable que la parte de cómic dentro de este «ensayo-cómic» estuviese mejor definida, ello no afecta al objetivo global de la obra. La sala de los espejos quizás no destaque por su uso del lenguaje nativo del cómic, pero sigue siendo una lectura genuinamente interesante que, lejos de espantar a lectores con un infranqueable muro de erudición hermética, apuesta por el entretenimiento como arma didáctica que permita a más gente reflexionar o, al menos, informarse, sobre dinámicas manifiestamente perjudiciales para una gran parte de la sociedad. Liv Strömquist sigue siendo una autora que ha superado el difícil reto de hacerse con una personalidad artística propia (por imperfecta que esta pueda ser) a partir de la cual poder vertebrar sus trabajos. Que le quiten lo bailao.