‘La venganza de don Mendo’ marca el camino a seguir para las adaptaciones de clásicos de nuestra literatura

Aunque quizá no resulte tan conocida para las nuevas generaciones, La venganza de don Mendo (Pedro Muñoz Seca, 1918) es una de las más hilarantes cumbres del teatro español. Desde su estreno en 1918 cosechó la reacción inmediata entusiasta del público y su estrella ha brillado durante décadas, convirtiéndose en la cuarta obra teatral española más representada de todos los tiempos. Entre sus innumerables virtudes, destaca su condición de sátira de los grandes dramas románticos del siglo XIX y el teatro del Siglo de oro, cuyos tópicos, personajes y situaciones sabotea a conciencia. Es también la forma más pura de astracán, subgénero teatral popularizado por el mismo Muñoz Seca en el que todos los elementos están al servicio del humor: abundantes juegos de palabras, desvergonzado uso del anacronismo para propiciar situaciones cómicas y mofa y befa de costumbres y tiempos pretéritos, así como uso indiscriminado del ripio y el retruécano en versos consagrados al noble arte del absurdo.

Al difuminar las fronteras entre alta y baja cultura por la vía del humor, Múñoz Seca pretendía acercar el teatro al gran público, con la seguridad que otorga manejar un magistral y atemporal libreto que ha aguantado estoicamente el peso de cientos de las adaptaciones teatrales y alguna que otra versión cinematográfica de momentos tan jocosos como aquella que dirigiera Fernando Fernán Gómez en 1961. Sin embargo, ha tenido que pasar más de un siglo para que disfrutemos de la primera versión de la obra en cómic, medio históricamente alérgico a mezclarse con la tradición literaria española.

El responsable del paso de La venganza de don Mendo a viñeta ha sido Ricardo Vilbor. El autor valenciano, que también ejerce de profesor de lengua castellana, ya se había fogueado en la materia con una acertada versión comiquera de La vida es sueño, y desde entonces le rondaba la idea de acercar otros clásicos de la literatura española tanto a sus alumnos como a los nuevos lectores, aprovechando las posibilidades narrativas del cómic. Si el público responde, La venganza de don Mendo será la primera de una serie de adaptaciones de grandes obras de nuestra literatura que se publicarán en el seno de Grafito, y que incluirán títulos capitales como Don Juan Tenorio.

En esta traslación de La venganza de don Mendo a viñeta se respeta escrupulosamente la estructura de la obra, dividida en cuatro actos, su elenco de personajes y su sinopsis: el caballero don Mendo Salazar y la joven magdalena viven un furtivo romance. Sin embargo, el padre de la muchacha pretende desposar a su hija con el Duque de Toro. Aprovechando que don Mendo le ha prometido no revelar su aventura amorosa, Magdalena le traiciona y le condena a ser emparedado. Salvado de su funesto destino por su amigo, el Marqués de Moncada, don Mendo llevará a cabo un plan para vengarse de Magdalena que se verá salpicado de equívocos y situaciones inesperadas.

Quienes desconozcan la obra original se sorprenderán de lo poco que han envejecido versos como “Me anulo y me atribulo y mi horror no disimulo, pues aunque el nombre te asombre, quien obra así tiene un nombre, y ese nombre es el de …chulo” o “Sabed que menda…es Don Mendo y Don Mendo…mató a menda”. Pertenecen al original de Muñoz Seca, que Vilbor ha respetado en la medida de lo posible, salvo en casos puntuales en los que determinadas rimas dificultasen la lectura. También se ha sentido libre de incorporar anacronismos que heredan el espíritu burlón del texto original pero lo actualizan para hermanarlo con los neolenguajes. Así, en los muros de la cárcel donde está apresado don Mendo pueden leerse memes populares en redes sociales como “emosido engañado” o “vanpiro esiten”. En otros momentos, los personajes recurren a modernas expresiones coloquiales acordes a su edad, pero no a su condición –ese divertido whaaat? Con el que Magdalena verbaliza su desconcierto-. Un gran trabajo de selección, cirugía y revitalización, no siempre visible en un primer momento, pero que se descubre con las sucesivas lecturas, lo que permite una lectura fluida del cómic aunque se desconozca la obra de Muñoz Seca.

Si en La vida es sueño el autor valenciano se valió de los pinceles de Alberto Sanz y los colores de Mario Ceballos para reproducir el tono onírico y el poso filosófico de la obra, aquí se recurre con acierto al trazo cartoonesco y burlón de José R. Flores, cuya querencia por la hipérbole gestual encaja con el ritmo frenético de la obra y potencia el elemento vodevilesco  de sus dos últimos actos. Flores se presta al juego propuesto por Vilbor, incorporando anacronismos visuales –Magdalena posa con una revista Superpop o luce unas modernas gafas de sol- y guiños a la cultura pop contemporánea y pretérita, con homenajes que van desde la serie de perros jugando al póker del pintor Cassius Marcellus Coolidge o a la cartelería de la citada película de Fernán Gómez en la portada.

La complicidad entre Flores y Vilbor se extiende a un hábil juego metanarrativo que otorga carta de naturaleza a la obra. En realidad, no solo estamos leyendo una traslación al cómic de La venganza de don Mendo, sino que asistimos a una representación teatral de no muy elevado presupuesto de la misma, lo que explica que los corceles sean sustituidos por caballitos de palo o que los soldados leales al rey Alfonso presenten siempre los mismos rasgos, entre otros hallazgos de esta original fórmula. Este carácter a medio camino entre lo didáctico y juguetón que impregna toda la obra se extiende al cuaderno de ejercicios para alumnos que se ofrece a modo de complemento, en el que se premia la capacidad de crear los ripios y retruécanos más absurdos. En Sala de Peligro no hemos querido ser menos:

Espero que algún lector

Si tropieza con este escrito

Acuda con fervor

A su librero favorito

Pues es brillante la adaptación

Que ha editado Grafito

y no ha de dejar pasar la ocasión