Falconspeare, la divertidísima desventura de los cazavampiros más singulares

El terror es un género más amplio de lo que pueda parecer. Si bien es cierto que su principal función es perturbar, acepta la hibridación con otros géneros como ningún otro. Se pueden mezclar con el resto de géneros sin que se tenga que sacrificar ninguna de las características de cada uno de ellos.

Se podrían citar múltiples ejemplos de combinación del terror verdaderamente inesperadas. Pero si de verdad tiene un género gemelo ese es la comedia. A priori no podrían ser más antagónicos: uno busca perturbar y el otro ser divertido. Pero la barrera entre el susto y la risa es muy difusa. Muchas veces tiene que ver con el timingOtras con la manera en la que se tome uno el producto que está consumiendo. Pero no se puede negar que muchos de los recursos son compartidos. La diferencia es si se emplean con un objetivo u otro.

Lo cual conduce a pensar en que seguramente cuando la comedia se casa con el terror, se despiertan las risas más extrañas. Pero también algunas de las más sonoras. Y ha habido grandes ejemplos en todos los medios, siendo el audiovisual el más propicio para ello.

En el cómic, lograr hacerlo de una manera efectiva, seguramente sea lo más complejo a lo que se puede aspirar. No en vano, no tiene la sonoridad del cine ni cuenta con el poder evocador e imaginativo como sí lo tiene la literatura (al final, el monstruo está en manos del dibujo…). Al igual que también resulta particularmente complejo el humor gráfico. Y conseguir lo que Warwick Johnson-Cadwell ha logrado con Falconspeare (y, en extensión, en los títulos que lleva publicados) tiene mucho mérito. Y plasmarlo de tal modo que parezca fácil, es doblemente destacable.

La premisa parte del retorno de James Falconspeare, un antiguo cazavampiros que se pone en contacto con el profesor Meinhardt, el Sr. Knox y la Srta. Van Sloan, los protagonistas de la historia. Los tres ya se han establecido como unos reputados asesinos de monstruos. Pero la verdad es que hacen lo que pueden…

En cualquier caso, el legendario cazador los emplaza a que acudan a su ubicación. Tras su estupor inicial, el trío de embarca a la aventura para averiguar qué ha sucedido con el señor. Y eso es lo que activa la trama, llena de peripecias.

Lo mejor que tiene esta propuesta, muy consecuente con lo que ofrecía El Sr. Higgins Vuelve a Casa y Nuestros encuentros con el Mal, es que tiene una falta de pretensiones absolutamente desprejuiciada. Son historias, en apariencia, sencillitas y hechas con el corazón. No pide al lector que le dé muchas vueltas a las cosas, si no que quiere que disfrute del viaje.

A ello contribuye un ritmo enfervorecido y una escasa duración. Si bien, deja con ganas de más y se echa en falta que se profundice algo más en determinadas cuestiones, lo cierto es que eso atentaría con la clara intencionalidad que tiene el tomo.

También ese espíritu se deja ver en que subvierte, sin llegar a parodiar, algunos de los tropos dramáticos de este tipo de historias. Se nota que Warwick Johnson-Cadwell debe ser una enciclopedia del género. Más allá de que viene apadrinado de otra, como es Mike Mignola, su obra tiene un constante juego referencial. En este caso, bebe claramente de las películas de la Hammer así como de las adaptaciones del Poe de Roger Corman. Manteniendo constantemente un tono similar al de El Baile de los Vampiros, que, al final, es lo que da una unidad a esta saga.

El arte expresionista del autor tiene buena parte del mérito. Consigue trasladar al lector a los ambientes lúgubres propios de los relatos góticos, pero con una tonalidad propia de la comedia. Consigue un punto perfecto de tener una atmosfera densa, pero sin que sea pesada. Al contrario, el acercamiento cómico rebaja constantemente el tono.

Si algo es, es alguien que sabe manejar muy bien el tempo humorístico. Más allá de conseguir poner en papel a unos personajes muy expresivos con pocos elementos, es alguien que consigue imprimir un ritmo muy medido y con una fluidez que hace que esta meticulosidad sea invisible. Pero, al funcionar en todo momento como mecanismo cómico, está claro que hay un pensamiento en todas ya cada una de las decisiones.

Su trazo rasgado limpio, pero casi dubitativo, contribuye a alimentar la sensación de caos. Todo es muy caricaturesco y eso favorece a crear las situaciones grotescas que aquí no dejan de darse, así como las criaturas perversas y, especialmente, la absurdidad del todo. Además, escoge una paleta colorista, lo cual se aleja de la estética romántica y lúgubre que suele acompañar este tipo de títulos.

Norma Editorial trae este tomo en unas condiciones similares a los tomos anteriores. Eso significa que a pesar de que no trae extras, el tomo se presenta de una forma muy manejable y cómoda y en una resistente encuadernación cartoné. Todo lo relacionado con Mike Mignola es una de las franquicias más queridas por parte de la editorial, con lo que el mimo es más que evidente.

Falconspeare es todo un deleite tanto para los que busquen algo ligero como para el seguidor más acérrimo del terror. Una celebración de un género que, tal y como ha hecho Mignola con Hellboy, sabe construir un universo muy rico y vivo. Una pequeña pieza que refrescará lo que queda de verano.