Genio, la espectacular epopeya intimista de un padre superdotado

La visión que se tiene de alguien que ha conseguido todo en su vida gracias a su talento y a su inteligencia, tiende a ser positiva. Es un clásico modelo aspiracional, aquello que querría cualquiera en su vida. Pero no es oro todo lo que reluce.

Con el paso de los años, si se está haciendo bien, las cosas se complican. Las responsabilidades van en aumento, junto con la incertidumbre y el cuestionamiento de todo aquello que creías conocer. A lo cual no ayuda la idea de que la inestabilidad es cada vez más frágil. Y es que, a veces no basta con el talento ni la inteligencia para resolver algunos problemas.

Steven T. Seagle es uno de los escritores más valientes que ha tenido este medio. Él es toda una rareza que en el mercado americano mainstream tenga cabida historias de índole tan personal y autobiográfica. Leer su cómic es un trabajo de empatía y de observación de conflictos tan personales como universales. Pero, para el autor, no debe ser muy diferente de exorcizar todas sus inquietudes y ponerlas en papel.

Genio irrumpe con fuerza en el mercado español. Y lo hace arrollando el alma de cualquier lector que quiera adentrarse a esta propuesta. Es una obra que envuelve emocionalmente al espectador hasta que, finalmente lo rompe. Todo eso sin grandes estridencias y artificios. Si algo cuenta esta historia, quitando los envoltorios, es la lucha de un padre porque su familia no se desmorone.

La premisa consiste en ponerse en la piel de Ted Marx, un chaval superdotado y compartir su viaje. Se opta por contar la historia de una forma lineal pero desfragmentada con momentos de abstracción perfectamente medidos. En ellos, el protagonista debe desentrañar el secreto mejor guardado de su figura de culto: Albert Einstein. Uno que dejaría obsoleto todo lo que creemos saber acerca de la física.

A pesar de tener unos objetivos muy ambiciosos, estos se conducen hacia el pequeño microcosmos familiar del protagonista. Seagle da más importancia a los efectos que a los descubrimientos que se dan en la trama. Conseguir eso supone un esfuerzo de caracterización y de verdad muy minucioso, cosa que el autor ha logrado con creces.

Porque, si se eliminan todos los conflictos internos, se tendría una historia de superación y de revolución científica. Gracias al punto de vista escogido, la obra está perfectamente contenida y los hechos son analizados de una forma fría que, a pesar de lo que puede parecer, les sientan a las mil maravillas a la narrativa. En cualquier caso, todas las tramas son interesantes y serían lo suficientemente portentosas de forma aisladas. Pero están hilvanadas de tal forma que se enriquece el cómic.

La manera más eficaz y fácil de que el lector sepa qué es lo que sucede en el interior de un personaje es la voice over. Puede ser muy útil si sabe emplear con soltura o cargante y redundante si uno se excede. Aquí se ha empleado con un tino meticuloso. 

El ritmo, además, está muy medido. La historia tiene un prólogo que, como buen arranque, concentra tanto el tema como el devenir de la historia en unas pocas páginas. A partir de ese momento, la narrativa está contada de forma fragmentada. Hay unas delicadas pero grandes elipsis que exigen que el lector rellene los huecos para que siga la trama. Se confía en la inteligencia del lector. No deja todo nada demasiado mascadito y, en tiempos en los que el subtexto tiende a brillar en su ausencia, es de agradecer.

El arte (¿Cómo no?) viene por parte de su compañero de fatigas habitual: Teddy Kristiansen. Este es un artista que sabe exprimir y experimentar con cada una de las páginas, pero que, a la vez, es un maestro de la narrativa que bebe de multitud de influencias tales como el expresionismo alemán o el arte pictórico del siglo XIX. Pero pasándolo por un filtro simplificador hasta dejarlo en la más mínima expresión.

Es un artista de sutilidades en las que un ligero cambio de tono o de estilo significan un mundo. Además, se lanza a contar también con los bordes de las páginas o a hacerlas de tal modo que el valor simbólico lo cope todo. Es increíble la cantidad de ideas creativas expone en todas y cada una de las páginas sin que estas tengan que resaltar su buen hacer gratuitamente. Es un artista que no tiene nada que demostrar y que no para de dar con conceptos y con nuevas maneras de contar. No tiene techo.

Genio, por tanto, resulta uno de los cómics más fascinantes y complejos que han llegado al mercado últimamente. Una pieza que, por mucho que se hable de ella, no se entiende hasta que no se experimente por uno mismo. Una a la que volver con el paso del tiempo.

Dolmen Editorial trae la obra en un tomo de precio razonablemente accesible, aunque se echa en falta la inclusión de un contenido extra que complemente la lectura.

Genio es una nueva pincelada de una de las carreras más dignas que ha habido jamás en el medio. Obra de madurez en la que no deja espacio para lo facilón. Pero que emociona y sobrecoge como ningún otro cómic que ha llegado en mucho tiempo. Sin sentimentalismos vacíos ni mensajes huecos. Solo con el puro poder evocador que tienen las mejores historias.