Rosa, la novela gráfica de Gaëlle Geniller sobre identidad en el París de los años veinte

El siglo XX occidental estuvo marcado por dos de las guerras más cruentas de la historia. Pero, al mismo tiempo, también se desarrollaron toda una serie de movimientos artísticos que desde Europa se exportaron al resto del mundo. Tras finalizar lo que luego se denominaría, por desgracia, la primera Guerra Mundial, París se convirtió en uno de los epicentros de la cultura más vanguardista. Música, pintura, moda, estilo de vida… todo lo que pudiera ser una forma de expresión que mostrara la libertad y la vida tras la gran guerra era bienvenido.

En este contexto de los años veinte, conocidos históricamente como los felices años veinte, es donde se desarrolla el cómic Rosa, la novela gráfica de Gaëlle Geniller. Una novela gráfica con un apartado gráfico y una narrativa espectaculares, y un guion lleno de referencias y temas profundos bien tratados a través de personajes fantásticos.

La historia se desarrolla en El Jardín, un cabaret gestionado por un grupo de mujeres cuyos nombres pertenecen a distintas flores: Girasol, Violeta, Margarita, Jacinto… y por primera vez, Rosa. Rosa es la flor más joven de El Jardín, y como único joven de entre todas las flores, está nervioso por su primera actuación. Sin embargo, su forma de bailar y mostrarse ante el público le supone no sólo una ronda de aplausos en el escenario. Sino también entre bambalinas, y es que las flores (entre las que se encuentra su madre) no podrían estar más orgullosas de él.

El Jardín es un cabaret, ante todo, familiar. Cada una de las flores tiene un pasado y un presente, que se desarrolla en la obra, todas se apoyan entre sí y cada una tiene su propio espectáculo. Algunas bailan, otras cantan, otras hacen stripteases pero, por encima de todo, todas son libres de actuar y trabajar como quieran. Organizados los espectáculos según los días de la semana, las flores pronto se dan cuenta que Rosa tiene su primer admirador, un hombre que los días que Rosa baila llega el primero para estar siempre en la misma mesa en primera fila.

Las flores no dudan en proteger a Rosa, pero al mismo tiempo encuentran al hombre muy interesante no sólo por su fidelidad sino por su actitud en general. Marcada, sobre todo, por el respeto a todas las flores. Así, la relación de éste con las flores, y en especial con Rosa, marca el desarrollo de la historia. Ya que su visión externa de El Jardín dará paso a infinidad de conversaciones sobre identidad, libertad, arte, amistad, amor y familia… entre otros. Cuando Rosa parece convertirse en la sensación del momento en París, no sólo por sus bailes sino por cómo presenta su identidad en público, El Jardín tendrá que tomar decisiones para protegerse.

El apartado gráfico de Geniller refleja sus estudios en animación, no sólo en la forma de presentar las escenas de baile de los personajes sino también en sus diseños. Su dibujo se centra en el color, y obvia los delineados en negro. Creando a partir de las luces y sombras de distintas gamas de colores los tonos de las escenas. Además, cada una de las flores se asemejan a su nombre en cuanto a su gama de color. Tanto en la portada, como en los interiores, el color rojo es el protagonista cuando se trata de Rosa dentro de El Jardín: en sus trajes, las cortinas del escenario y los muebles de su camerino predomina el color rojo. Pero luego, al mismo tiempo que evoluciona el personaje, sus colores y vestimentas van cambiando según va creciendo con los eventos que ocurren a su alrededor.

Si bien se sabe que la acción se desarrolla en París, porque se comenta en varios momentos, Geniller no hace representaciones de sitios que puedan reconocerse fácilmente. Los fondos hacen referencia en todo momento al edificio que conforma El Jardín, parques y cafeterías donde se desarrollan las conversaciones entre personajes. Más importantes que las localizaciones en sí. Sin embargo, los personajes son tan expresivos, realistas y preciosistas, que no necesitan de grandes fondos para funcionar su narrativa. La autora, además, aprovecha la temática vegetal para enfatizar sentimientos y situaciones a través de la representación de ramificaciones tras los personajes. Simbolizando así la fascinación, el cariño, la sorpresa… manteniendo la temática en todo momento.

Lo más interesante de este cómic, además de todo lo comentado hasta el momento, es la importancia que la autora otorga de forma natural y sosegada a la diferencia. Rosa es un joven que no se muestra ante el mundo como se le supone, se reafirma en cada una de sus palabras y acciones a través de acciones tranquilas, y sobre todo conversaciones. Porque tiene dudas, y acude a la gente que tiene alrededor. Y a partir de sus experiencias se tratan temas como la visión distorsionada de la prensa sensacionalista, las expectativas familiares, los roles y expresiones de género, la importancia del arte y la libertad de expresión, entre otros. Aunque Geniller sitúe en los años veinte su historia, trata temas universales muy actuales.

La edición de La Cúpula se caracteriza, como siempre, por un papel de buen gramaje y una impresión mate. Con un tamaño más grande de lo habitual (20×26 cm.), y tapa blanda con solapas. La traducción de Rubén Lardín tiene mucho cuidado con los términos y géneros en castellano, ya que algunas situaciones que ocurren en el cómic llaman al uso de un lenguaje más neutro que Lardín ha sabido traducir y adaptar a la perfección.

Rosa es el segundo cómic de Gaëlle Geniller, el primero que se publica en castellano, y tanto su apartado gráfico como su narrativa y guion claros ejemplos del tipo de obras que podemos esperar de ella. Donde primen la honestidad, el amor por el medio y la importancia de ser genuinamente singulares. Rosa es una novela gráfica para enamorarse de nuevo de la belleza y el arte que sólo puede encontrarse en algunos jardines o comunidades.