Radiant Black, una lección magistral de cómo reinventar el cómic de superhéroes

Pese a que han sido manoseadas hasta la extenuación en sus adaptaciones al cine, las historias de origen son uno de los elementos consustanciales al género superheroico. Proporcionan al lector un modelo a seguir, un espejo en el que mirarse para hacer frente a las adversidades y superar los traumas. También funcionan como documento sociológico que refleja la naturaleza del momento en el que fueron creadas. Buena parte del éxito de autores como Brian Michael Bendis –en Ultimate Spider-Man- o Robert Kirkman –con Invencible- ha radicado en su capacidad para adaptar estas historias fundacionales al signo de los tiempos, renovando con éxito los moldes creados por los padres del género para captar a nuevos lectores, al tiempo que se valían del rico imaginario superheroico para radiografiar el presente.

El guionista norteamericano Kyle Higgins también demuestra ser capaz de extraer oro a partir de esta convención genérica, en esta vuelta al género pijamero de Image Comics tan alejada los excesos de antaño. El protagonista de su Radiant Black, Nathan Burnett, no es un adolescente atolondrado que deba madurar a marchas forzadas. Tampoco busca la redención ni presenta cicatrices emocionales profundas. Se trata de un treintañero ahogado en dudas y deudas que se ve obligado a trabajar de conductor mientras trata de sacar adelante su novela. La situación económica desesperada en la que se encuentra le obliga a volver a casa de sus padres en Illinois, donde retomará la amistad con un viejo amigo de la infancia, Marshall. Higgins lleva a cabo en las páginas del primer número de Radiant Black un eficaz retrato de esa generación de treintañeros, atrapada entre los baby boomers y los nativos digitales, que se mueve a impulsos entre la sempiterna sensación de fracaso vital y la necesidad de reinventarse.

Aunque no esquiva clichés, como demuestra ese momento arquetípico y nada original en el que Nathan se topa con una suerte de agujero negro en miniatura que le otorga poderes más allá de toda comprensión y un uniforme maleable a voluntad, Higgins quiebra en este primer arco de seis números las reglas de juego y las convenciones establecidas de la ficción superheroica; de nuevo, vienen a la cabeza las similitudes con Invencible, serie con la que se ha tendido a comparar de forma habitual Radiant Black. Al pertenecerle la propiedad –comparte los derechos de los personajes con el dibujante Marcelo Costa y el editor Michael Busutil- y estar parcialmente liberado de ingerencias editoriales, opta por arriesgadas soluciones de guión que rompen frecuentemente el status quo de la serie, y de las que no se ofrecerán aquí más detalles para no arruinar la experiencia lectora. Al tiempo, planta cara a la tiranía de la acción descomprimida aprovechando al máximo las posibilidades de la grapa mensual. Sin apenas recurrir material de relleno y dotando a sus personajes de compleja tridimensionalidad, Higgins pone aquí los cimientos de un sugerente lore que, al final del quinto número –el sexto explora el pasado y motivaciones de la supuesta némesis de Nathan, un personaje con uniforme similar, pero poderes diferentes-, ha dinamitado todas las expectativas creadas a lo largo de las primeras páginas, y cuyas distintas tramas apenas permiten vislumbrar el plan a largo plazo que el autor parece tener concebido para la serie.

Kyle Higgins ya demostró su amor sincero por los cómics de superhéroes durante su etapa en Nightwing. En Radiant Black da un paso más allá, demostrando que es posible renovar el género sin mirarlo por encima del hombro, ofrecer lecturas desmitificadoras e irónicas o fiarlo todo a ese tono lúgubre y oscuro que tanto daño ha hecho en las últimas décadas y que tan mal envejecido. Un propósito para el que cuenta con un cómplice perfecto, el dibujante Marcelo Costa, a cuyo trazo se debe buena parte de la excelencia de estos seis números. Así, en estas cerca de 180 páginas encontramos sentido de la maravilla constante, autoconsciencia pop, diversión escapista no exenta de sus gotitas de drama y atinados momentos de acción superheroica bañados en una paleta de colores impactante en la que abundan el azul eléctrico y el rojo carmesí para las escenas de lucha y el naranja ocre para los momentos más distendidos.

En Radiant Black, Costa aplica la estética –ojo al formidable diseño de los uniformes de los personajes- y dinámica del tokusatsu japonés en sus diferentes variantes, como el sentai, al cómic de superhéroes. La referencia no es casual. A Kyle Higins le debemos las exitosas e imaginativas reinvenciones comiqueras de los Power Rangers o Ultraman y Costa, que nunca ha ocultado su devoción por este material, recoge el guante encantado. Las impactantes escenas de lucha de la serie están repletas de momentos “rodados” en plano nadir, ingeniosas composiciones de página que convierten a los personajes en gigantescos titanes con el objetivo de incrementar la sensación de fisicidad y peligro de las batallas y explosivos collages para los momentos de transformación superhéroica. Una adrenalítica sucesión de páginas y momentos en los que Costa y Higgins parecen querer demostrar que las batallas en formato viñeta pueden y deben resultar igual de espectaculares y memorables que en formato audiovisual. Ambos se toman un descanso en el número 6 de la colección, que cuenta con dibujos de David Lafuente y colores de Miquel Muerto, en una historia guionizada por Cherisch Chen. Sin romper con la estética de la serie, Lafuente apuesta por una estética marcadamente clara y pop para la secuencias de acción y se emplea a fondo en la caracterización de los personajes en viñetas intimistas en las que logra plasmar el viaje emocional transitado por la protagonista en este número autocontenido.

Con las cautelas necesarias –queda por ver si el globo se desinflará con el tiempo y la serie responde a medio plazo a las enormes expectativas creadas-, Radiant Black es la mejor muestra reciente de que se puede reinventar de forma imaginativa el género de superhéroes en el siglo XXI sin caer en el bucle nostálgico o abandonarse al cinismo posmoderno.