Solo los Encontramos Cuando Están Muertos, en búsqueda de un Dios vivo en el espacio exterior

La búsqueda de sentido a la existencia es una de esas grandes cuestiones que ha acompañado a la humanidad a lo largo de su Historia. ¿Quiénes somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué es lo que hacemos y qué es lo que debemos hacer? ¿Cuál es el fin último de la vida? ¿Existe Dios? Y, de existir, ¿Quién o qué es y cuál es la relación de la humanidad con Él?  Si hubiese una respuesta categórica y matemática a todas estas cuestiones, seguramente desaparecerían muchas de las inquietudes propias del hombre. Pero también mucha de las necesidades que le han llevado a crear. Al final, es mejor que no haya respuesta. O que haya una infinidad de respuestas indemostrables.

Esa búsqueda ha dado lugar a las mejores obras jamás creadas, y se han generado desde, prácticamente, todos los prismas posibles. Y ahora llega una propuesta como Solo los Encontramos Cuando Están Muertos para seguir con esa tendencia con una perspectiva rupturista, novedosa y, sobre todo, muy personal.

La premisa parte de que se está en un futuro muy lejano. Tanto como que los viajes espaciales están normalizados. Hasta ahí, todo es conocido. Pero la cuestión es que no dejan de aparecer deidades muertas. La tripulación protagonista rapiña los restos de estas. Pero el capitán tiene otro objetivo: encontrar a un Dios que esté vivo.

Lo que se cuenta aquí, de alguna manera, es una versión (aún más) retorcida de un proyecto megalómano como es Moby Dick en clave ciencia ficción dura. Por tanto, se trata de un cómic de una densidad simbólica que merece un análisis pormenorizado. Es una obra exigente que no entra fácilmente y que no será del gusto de todo el mundo. Pero, una vez se acepta todo ello, el lector se ve recompensado.

A pesar de la grandilocuencia de los conceptos que maneja, todos los personajes respiran humanidad y, con ello, un cúmulo de imperfecciones, intereses cruzados, historias complejas, dolor y rencillas personales. No son los personajes más carismáticos, ni los más amables, pero sí que logran generar esa empatía con el lector a base de tener mucha verdad. Lo fácil hubiese sido recurrir a personajes esquemáticos, pero, sin embargo, se deja apreciar un cuidado minucioso en sus múltiples facetas. Los personajes de esta historia son de los más interesantes y sutilmente complicados que ha dado el cómic en los últimos tiempos.

De algún modo, es una obra que mantiene el interés del lector en todo momento y que tiene un sabor eminentemente europeo. Se aprecia claramente que es un proyecto en se ha tomado su tiempo de desarrollo y que es intrincado. Eso es lo que consigue que el lector quiera seguir, por encima de una priorización de una trama más clara.

Es una pieza ambiciosa que quiere que se reflexione alrededor de la naturaleza humana. Un cómic que proponga eso en un periodo histórico en el que el tener un momento de cavilación y de duda es cada vez más utópico, es meritorio, a pesar de que tenga sus problemas argumentales. Que una obra de autor con profundidad siga teniendo hueco en un mercado muy competitivo que demanda otro tipo de contenido, siempre es algo que celebrar. 

Este no es un proyecto que sea esperable de Al Ewing. En sus trabajos anteriores, se caracteriza por ser un autor ligero, que se adapta a todo tipo de proyectos. Con la salvedad de esa salvajada que es su etapa en Hulk. Por eso choca de primeras que este contenido esté asociado a ese nombre. Eso da muestras de su versatilidad incuestionable como escritor que, poco a poco, va ocupando el lugar que se merece.

Uno de los mayores problemas que, personalmente, se han producido en la lectura de la obra es con el arte de Simone Di Meo. El trazo deudor del manga y claramente digital tan radical que exhibe ha provocado que tenga una barrera de entrada con esta historia. Algo más orgánico tal vez hubiese encajado mejor. Pero, de nuevo, es una percepción personal que puede que no sea compartida con el resto de lectores.

En cualquier caso, no se puede negar que el artista italiano se ha esmerado en crear imágenes evocadoras y espectaculares. También es más que palpable que es alguien que ha buscado innovar e intentar poner encima de la mesa nuevas formas de narrativa. Son páginas que exige que el lector se pare a analizarlas y degustarlas como es debido. Es un artista con una voz portentosa que no duda en exhibirla en una propuesta un tanto propicia a ello.

El artista, además, cuenta con el apoyo de Mariasara Miotti, quien también aporta una manera muy personal de entender el color. Ninguna de las elecciones que ha manejado es la que tiende a asociarse con este tipo de historias y le da una plasticidad al color curiosa. Sus colores son chillones, y logra que todo se perciba, ciertamente, como propio de la ambientación futura de la obra.

Solo los Encontramos Cuando Están Muertos no es uno de los proyectos más impactantes que se puedan encontrar en la librería, pero sí que es uno de esos que permanecen contigo en el paso del tiempo. Un cómic peculiar, reposado y que te apabulla con sus ideas. En definitiva, algo diferente. Y eso ya es decir mucho.