Balas de Punta Hueca, mafias, demonios, tiros, katanazos y mucha, mucha sangre

La violencia y su tratamiento es algo central en el arte posmoderno. El revisionismo solo tiene sentido cuando se ha producido suficiente como para poder valorar si ha sido realizado de la forma correcta o no. Y es que el hecho de que se haya estado saturado debido a un exceso de sangre gratuita, puede tener efectos en el espectador. ¿Eso quiere decir que se deba censurar todo contenido mínimamente agresivo? No, pero está bien que se reflexione un poco antes de tomar una decisión que trivialice determinadas cosas. Por mucho que sea a través de la ficción.

En cualquier caso, algo positivo del empleo de la violencia es cuando se dirige a las personas merecedoras de ella, las que la generan en la realidad. La violencia es una herramienta… Muchas veces mal empleada, sí. Pero es la única manera que, a través de la ficción, se ajusten algunas cuentas pendientes que en el mundo real sería imposible.

Javier Marquina es uno de los guionistas con los que más fuerza han irrumpido en el medio. Su trabajo durante los últimos meses es prueba de ello, en el que se pueden apreciar unas características comunes. Pero su nombre parece ser un claro sinónimo de fuerza argumental y de encontrar conceptos que se atreven a dar una vuelta de tuerca a determinados arquetipos. Es alguien que lanza creaciones muy autoconscientes de sus propias características y que busca llevar al lector a un viaje frenético.

Y, como es lógico, Balas de Punta Hueca es una nueva demostración de las particularidades mencionadas en el párrafo anterior. Pero aquí abraza una nueva mezcla genérica que no había tanteado hasta el momento. Y, además, es algo poco inusual y, por ello, es interesante lo que se ha tratado de realizar.

En buena medida, esta es una historia de acción pura y dura, en un contexto criminal de guerra de bandas. Pero además añade a la mezcla un omnipresente terror sobrenatural. Aquí se da por hecho de que existen los demonios y que conviven con los humanos, que aceptan de buen grado todo lo extraño como algo normal.

El cómic está protagonizado por Kami y QC, dos mercenarias que trabajan para Carmine Spadafaro un gángster/demonio que las manda a rescatar a Luigi, su hijo, de territorio enemigo. Evidentemente, no sale particularmente bien y eso hace que estalle una guerra sin parangón.

Por tanto, exige un salto de credibilidad al lector. Al ser un concepto tan extremo, debes querer poner de tu parte para aceptar las reglas de este universo. Además, el argumento comienza in media res y precisa un tiempo hasta que este se adapte. Pero, una vez lo ha hecho, el guion hace todo lo posible para que disfrute de una historia llena de peripecia, giros locos que solo tienen sentido en este medio y unas páginas que contagian esa diversión sin límites que aquí se propone.

De algún modo, esta pieza recuerda a la mejor tradición fanzinera, caracterizada por su ácido y cínico contenido, o a algún cómic más propio de los noventa que de la actualidad. A pesar de ello, acierta con todo lo que se ha pretendido hacer. Otra cosa es que el lector contemporáneo conecte con este mundo que bebe de Hellblazer, del cine de mafias, de Tarantino o, incluso, de The Warriors. Una multitud de referencias populares bien entendidas.

UVE es de esos dibujantes de los cuales dependen el resultado final de este cómic. Por su contenido, debía darlo todo a la hora imaginar un mundo tan peculiar. Y lo hace creando personajes con un fuerte componente icónico y con mucho carisma. Se trata de generar personajes que conecte fácilmente con el lector así como generar una estética que entre por los ojos, y este artista, con su estilo cartoon, lo logra con creces. Demuestra tener un gran talento para ello.

Por otro lado, es alguien que ha conseguido transmitir todo el ritmo y el pulso que debían tener las secuencias más dinámicas. Tiene un manejo narrativo que siempre consigue espectacularizar las composiciones en todo momento. A su vez, da la sensación de que siempre escoge el tiro de cámara para contar las cosas de la forma más clara posible, a la vez que saca mucho partido a la acción. Se trata de una pieza que, en cierto modo, recuerda al ritmo que consigue imprimir en sus páginas Víctor Santos (salvando las distancias) y eso siempre es una buena noticia para el lector. 

El toque de color es obra de Ruth O’Leary, quien logra adaptarse al color. Opta por soluciones muy coloristas y llamativas, pero siempre adecuadas. Exprime a la perfección las posibilidades que le da el dibujo y consigue enriquecer y dar mucha vida a las páginas. Es una colorista que ha tomado las decisiones oportunas y que hace que las páginas sean todo lo espectaculares que una pieza de estas características demanda.

El tomo que ofrece Grafito Editorial cuenta con una notable y accesible presentación en la que se ha incluido una breve biografía de los autores implicados, así como una historia complementaria a modo de extra.

Balas de Punta Hueca es un divertimento ligero y sin pretensiones que da lo que promete. Quien busque una escabechina en la línea de la acción más cruda con algunos toques de terror sobrenatural, este es su cómic. No va a encontrar otro tan espectacular.