Palabra de editor 40 – ¿Correos? Una mierda

Palabra de Editor es la columna de opinión de Pedro F. Medina (@Studio_Kat), Editor Jefe, responsable de licencias y redes sociales de Fandogamia y periodista con una faceta nada oculta de showman en los eventos de cómic y manga.

Cuando recibí a finales de diciembre un email de Correos con las nuevas tarifas para 2022 (más caras que las de 2021, entre un 10 y un 20% de subida según el servicio) ya pensé en escribir una columna henchido de ira, pero después de ver el pepino de hilo en Twitter que se ha marcado Editorial Cerbero me siento en la obligación de dar rienda suelta a la bilis: yo también tengo mi vendetta con el servicio postal. Y eso que en nuestra oficina nos tratan a las mil maravillas, aunque aparezcamos a cinco minutos del cierre con veinte cajas de libros… pero los problemas comienzan cuando los paquetes salen a recorrer mundo. Si el sobre no entra en el buzón ya estás vendido, porque lo de dejar un mensaje de aviso parece cosa del pasado. Y suerte que no publico álbumes a la francesa: te van a meter el Astérix por donde César perdió el nombre. 

¿Qué está pasando en Correos? ¿Falta de personal? ¿Una organización desastrosa? ¿Un interés manifiesto en la privatización? 

Con esto del COVID, que haya quien prefiera quedarse en casa y que no se puedan hacer convenciones a la antigua usanza, el comercio electrónico es el ancla a la supervivencia para muchos microsellos (y no tan micro) editoriales. Parece que esto de vender online son todo bits, unos y ceros, pero hasta el momento nadie ha inventado baúles con cientos de patitas que lleguen solos hasta el destinatario, así que es impepinable contar con una empresa de transportes. Hay múltiples opciones, que en libre competencia pugnan por ofrecer el servicio más rápido, más eficaz, con más intentos de entrega, más correos electrónicos de aviso, más puntos de recogida adicionales… pero ninguna apuesta por ser el más barato del mercado. ¿Por qué? Porque para eso se supone que está Correos, que cuenta con fondos del Estado para garantizar un servicio fundamental a su ciudadanía: concretamente, el envío de cartas y paquetes de hasta veinte kilos. 

Aunque parece que Amazon y las grandes plataformas online descubrieron la gallina de los huevos de oro con esto de enviar libros a casa, lo cierto es que solo han explotado hasta el límite ético un método practicado por las editoriales desde hace la tira. La propia Correos cuenta desde hace tiempo con un servicio específico para envío económico de libros. Esta clase de envío solo se caracteriza por su bajo precio: ni cuenta con número de seguimiento, ni llega rápido, ni hay reembolso en caso de pérdida, ni nada de nada, pero viene muy bien si quieres ofrecer un transporte gratuito o tirado de precio a tus clientes.

La cosa es que de un tiempo a esta parte, y especialmente desde la pandemia, fallan más que una escopeta de feria. Si de cien envíos te devuelven veinte y otros diez acaban en el limbo… alguien está perdiendo dinero, entre libros desaparecidos y envíos traspapelados. Por alguien me refiero a la editorial remitente, claro. Y no encuentro más motivo que el puto capitalismo sin empatía ni solidaridad social, camuflado tras (y esto es lo que más jode) un aparente servicio público. Que lo diga yo, que se supone que soy empresario (jaja)… 

Correos, como indica su página web institucional, nació en 1776 con esa función. Se llaman a sí mismos EL INTERNET DEL SIGLO XVIII, no miento. Pero en pleno siglo XXI forman parte del SEPI, un holding público estatal con participación mayoritaria en más de quince empresas, que busca como primer objetivo rentabilizar sus inversiones de capital. Aquí ya huele a chamusquina: si el objetivo de Correos debe ser proporcionar un servicio público accesible para todos, ¿por qué la prioridad de su mayor controlador es alcanzar beneficios? Eso es lo que significa la rentabilidad financiera: lo que se puede ganar en función de la inversión realizada. Pero esto es un servicio estatal que no debería querer ganar dinero, sino sufragar los costes (porque, de hecho, ni siquiera se acercan a ellos, y sus pérdidas anuales son millonarias). Será una cuestión semántica, no le demos más vueltas. Centrémonos en lo importante: ¿cómo se marcan las tarifas de envío? 

La Ley 43/2010, del 30 de diciembre, del servicio postal universal, de los derechos de los usuarios y del mercado postal, indica en su artículo 20 que se entiende por servicio postal universal el conjunto de servicios postales de calidad determinada en la ley y sus reglamentos de desarrollo, prestados en régimen ordinario y permanente en todo el territorio nacional y a precio asequible para todos los usuarios. Es decir, el servicio mínimo que tiene que prestar obligatoriamente y por el que recibe subvención estatal. Este se rige por principios de equidad, no discriminación y continuidad (artículo 22) y precisamente, en los artículos siguientes, se desgrana la financiación del Estado requerida para compensar la “carga injusta” que supone ofrecer un servicio público universal para todo el territorio. Para que no se olviden de la España vaciada (aunque luego solo les repartan correspondencia una vez a la semana) o de Ceuta o Melilla, sin ir más lejos (aunque te claven seis euros más por atravesar el Estrecho).

Y, sin embargo, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia ya realizaba este análisis allá por febrero de 2020: los precios con descuentos que Correos aplica a grandes clientes (empresas y administraciones públicas) para sus envíos masivos se sitúan muy por debajo de sus costes, en una proporción superior al ahorro de costes que generarían tales clientes (…) existen indicios de que Correos incumple con una de las obligaciones que le marca la normativa a la hora de fijar sus tarifas: la de orientar sus precios a los costes reales que le supone prestar el servicio. 

Vamos, que a Amazon le cobra mucho menos que a ti, particular, autónomo o PYME, por enviar un libro, incluso a sabiendas de que su obligación es prestar un (repetimos) servicio postal universal asequible, siguiendo unos preceptos de equidad, no discriminación y continuidad. Y transparencia, debería añadir. Correos les cobra menos a ellos aduciendo que son un gran cliente que les aporta mucho trabajo, y compensan esos márgenes deficitarios subiéndonos las tarifas a los demás y/o echando mano de la ayuda estatal. Es un agujero negro de dinero. Y no solo nos cargan encima esos costes, sino que sobrecargan su logística de transportes. Tu envío no es prioritario al lado de los grandes operadores, que saturan el servicio con sus envíos urgentes por cualquier chorrada. ¿Has comprado un sacapuntas? PRIME ULTRAFAST, ENVÍO GRATUITO, ENTREGA MAÑANA ANTES DE LAS DIEZ CERO CERO ZULU. 

Por supuesto que Amazon está en su derecho de utilizar el servicio de Correos, faltaría más. Lo que no es lícito es que una corporación de este nivel, con capacidad para fletar un cohete, obtenga descuentos de este calibre a costa de todos los demás. Pero, en fin, dinero llama a dinero, quítame allá estos impuestos a cambio de trabajo precario. Hacia dónde vamos y lo que consentimos. Ni que no ocurriera lo mismo con, digamos, fábricas de automoción o cadenas de supermercados. O… me voy del tema, libros, tebeos, de eso va la cosa. Perdón. 

La Unión Europea nos está echando el puro por este tema. No podemos cubrir sin mesura con impuestos públicos estos servicios mercantiles: la financiación del Estado debe servir para cubrir el servicio esencial universal, no para que un oligopolio se lucre ofreciendo un servicio gratuito mientras explota un vacío legal. Y ojo, yo no quiero pagar menos: quiero que el servicio que estoy abonando funcione en las mismas condiciones que para los demás. ¿Es tanto pedir? 

Pues parece que sí, porque off the record me dicen que la idea es derivar los servicios ordinarios de Correos a su departamento de paquetería (¿Correos Express?), que ahí “me pueden hacer mejores precios porque no están sujetos a la tarifa mínima”. SAY WHAT?? Mientras tanto, en Tomodomo ya no ofrecen servicio gratuito de envío de libros en pedidos inferiores a 30€, y hasta quienes publican de tanto en tanto a través de crowdfunding terminan firmando contratos con Correos para asegurarse un código de barras que les permita reclamar en caso de incidencia. Lo de usar el servicio universal ese, como que no. Solo da disgustos. 

Está claro que un servicio de calidad implica costes. No puede ser barato si es rápido y bueno. Las pequeñas editoriales que enviamos libros a cliente final no podemos ser Amazon, pero los consumidores se han habituado a ese sistema. Por eso hay quien nos escribe airado a los dos días de haber hecho un pedido, exigiendo para ayer sus libros en la puerta. No nos engañemos: no puedo culpar a la gente. Pero yo no puedo ofrecer el servicio al que se han habituado porque Amazon lo está copando. Es el pez que se muerde el paquete. 

Me gusta como suena eso.