Villanueva, el cómic de folk horror de Javi de Castro ambientado en la España vaciada

El folk horror es un género eminentemente cinematográfico pero que, en mayor o menor medida, ha impregnado a otros medios. Su influencia y las posibilidades de hibridación hace que tenga un legado considerablemente extenso. A pesar de ello, no ha sido  demasiado explorado en el cómic. Y eso es algo un tanto extraño, puesto que los mecanismos con los que se genera el terror son menos efectistas que en otros géneros. Y, por ese motivo, el que Javi de Castro haya decidido no solo abrazarlo abiertamente, si no trasladarlo al folclore español en Villanueva, es algo muy meritorio.

No se puede negar que ese subgénero está viviendo una nueva edad de oro, puesto que no son pocas las obras de relevancia que han sobrevolado estos temas últimamente. Es una tendencia que, evidentemente, ha alimentado esta obra, pero eso no significa que no tenga una clarísima y marcada personalidad. Eso se debe a que pone la lupa en algunos aspectos que no suelen ser tratados por la ficción nacional.

Todos los días se escuchan noticias de que hay un grave problema poblacional en determinadas zonas de la península. La imposibilidad de encontrar un porvenir hace que la gente busque opciones en las grandes urbes y no hay manera de parar esa sangría. Ni tampoco parece haber intención de hacerlo por parte de ningún gran estamento. Y eso lleva a que determinadas zonas decidan encerrarse más y más en sí mismas y eso genera muchas incompatibilidades. Lo cual no quiere decir que algunos pueblos lleven medidas desesperadas para conseguir atraer a nuevos habitantes.

Ese es el caldo de cultivo del que ha bebido Villanueva. Esta historia trata de las desventuras de Miguel y Ana, un joven matrimonio que no puede afrontar económicamente la vida en la ciudad y decide acudir al “canto de sirena” de Villanueva, un pequeño pueblo que les ofrece alojamientos gratuitos siempre y cuando se integren y contribuyan a la comunidad de distintas maneras. Eso que, a priori, parecía una idea estupenda termina no siéndolo cuando se descubre que nada en esa localidad de León es lo que parece.

A pesar de ser una deformación por evidentes motivos dramáticos, sí que esta obra respira un respeto y un naturalismo respecto a determinadas festividades en los pueblos de Castilla y León. Los orígenes del autor son los que son y eso juega a su favor a la hora de retratar, en cierta manera, cómo es la vida allí. Con lo bueno (tranquilidad sin igual, otros ritmos, cercanía entre la gente…) y lo malo (el inevitable olor a rancio, gente entrometida, puede a llegar a ser opresivo y asfixiante…). Lo negativo complica llegar a un punto en el que se pueda convivir. Y es que el terror de este cómic no nace de ningún elemento fantástico, sino del mantenimiento las tradiciones y ritos. Pero, por encima de todo, se encuentra en la naturaleza humana y en sus aristas. O sea, de los vecinos y de su manera de entender la vida.

La visión de De Castro se antoja como una muy personal y eso se traduce en que, a pesar de los artificios, es una localización y un ambiente perfectamente identificables. Esta es una obra que respira mucho de verdad y lo hace desde una perspectiva única en la que no se busca ni ensalzar ni condenar. Tiene un interés humanista hacia ese contexto y, tal vez, eso explica el tratamiento delicado que hace de los momentos de mayor intensidad de violencia y de dramatismo. Tampoco se trata de justificar acciones moralmente cuestionables, pero logra que entiendas todos los puntos de vista y que sea el lector quien saque sus conclusiones.

Eso también tiene que ver con la sutilidad con la que todo está contado. Es un autor que confía en la inteligencia de su público y la información principal se cuenta de una forma visual y con una simbología muy rica que mezcla diversas influencias. Se degusta con cierta velocidad, pero deja un poso en el que uno es consciente de que hay que volver a ella y desgranar todas las capas que contiene para comprenderla en toda su profundidad. La más superficial puede entenderla cualquiera, pero el proyecto posee una gran riqueza para todo aquel que quiera rascar por encima de la superficie.

El guion no parte de la pretensión de revolucionar nada, pero cuenta con elementos diferenciales más que de sobras como para que tenga interés. Pero, además lo justo es decir que tiene una construcción con mucho oficio y tino. Cuenta una historia sencilla y muy directa exprimiendo todos los recursos propios del cómic.

Por tanto, esta obra goza de un ritmo muy marcado. La construcción dramática se toma el tiempo necesario y consigue una progresión en la que la atmosfera se enrarece más y más. Todo para culminar con unas gotas de optimismo en las que se entiende que no se debería habitar de una forma tan completamente aislada. Pero en ningún momento se hace desde el maniqueísmo. Todos los personajes que están presentes en Villanueva son deliciosamente tridimensionales y es muy fácil empatizar con ellos. Y no se trata de un choque de civilizaciones en las que una juzgue severamente a la obra.

Lo que aquí se ha logrado es hacer mucho con poco. Los elementos que se plantean son escasos, pero se logra sacar todo el jugo posible de ellos. Y hacerlo de la forma en la que se ha hecho es propio de alguien con un conocimiento narrativo más que sobresaliente. Es un claro ejemplo del lograr conseguir despertar emociones en el lector sabiendo conjugar las cosas desde el minimalismo y sin necesidad de grandes momentos epatantes.

El arte de Javi de Castro es perfectamente coherente con el estilo que ha estado exhibiendo en obras anteriores, como The Eyes, que le llevó a ganar y estar nominado a unos cuantos premios importantes a nivel internacional. Si ya es inusual ver trabajos del mencionado subgénero de terror ambientados en un pueblo español, lo es más aún hacerlo a través con un trazo que estaría lejos del clásico cuando se piensa en los cómics de terror. Es un autor que recuerda más a lo cartoon y a lo desenfadado que a algo diseñado para generar tensión. Pero él lo sabe y hace que ese sea un punto fuerte. Y es que le da un toque muy único. El terror aquí nace de un aspecto muy humano y social. Él es alguien que consigue transmitir eso con un estilo muy limpio y expresivo. Se aleja de los caminos habituales y eso consigue que, aun teniendo el objetivo de generar momentos de malestar, se haga desde unas maneras especiales, distintas y sorprendentes.

Es de esos autores que, desde una apariencia de sencillez y de facilidad, denota que hay un trabajo concienzudo y detallista detrás del resultado final. Eso se aprecia en que sabe perfectamente qué teclas tocar y como expresar de una forma muy eficaz todo lo necesario para que este cómic llegue a buen puerto. La forma está muy cuidada y hay momentos de lucimiento con unas dobles páginas espectaculares, unas composiciones interesantísimas y unos tempos exhaustivamente desarrollados. Y, a pesar de ello, todo responde a la búsqueda de contar la historia de la mejor manera posible. En el mismo sentido funciona la decisión de contar la historia desde una monotonía azul, con toques de distintos tonos de blanco y negro. Al lugar de optar por una paleta más convencional, se logra una expresividad desde la contención y en buscar soluciones creativas. Javi de Castro es uno de los grandes y más jóvenes talentos en activo en una industria en la que hay de sobra. Y este proyecto es un claro ejemplo de los motivos por los que no es arriesgado hacer esa afirmación.

El tomo de Astiberri viene con los agradecimientos y una biografía breve del autor. No hay ningún extra de calado, pero sí que es una edición más que notable en la que destaca una portada en relieve que entra por los ojos y que evoca a imágenes religiosas y a grabados ancestrales, acorde con el contenido.  

Villanueva es una oscura reivindicación de las historias de la España vaciada y sus tradiciones para los urbanitas. Porque son zonas deprimidas casi abandonadas que, lógicamente, no deberían ser ignoradas. Y es que pocas cosas hay más atemorizantes que las leyendas desconocidas y las raíces de pueblos falsamente acogedores. Mejor andarse con pies de plomo.