Viuda Negra de Kelly Thompson y Elena Casagrande, una de las mejores series actuales de Marvel Comics

El pasado mes de Julio, tras el estreno de la película de la Viuda Negra, las redes sociales tardaron entre poco y nada en ser un hervidero de comentarios de cierto sector del fándom poniendo en duda la potencial realidad de una legión de jóvenes Viudas reclutadas, adoctrinadas por la vía rápida y entrenadas, con su consiguiente estrés y traumas XXL. Ese día, la puerta giratoria del negacionismo falseaba la existencia de los lavados de cerebro, el adoctrinamiento en masa infantil, el vaciado de úteros y cerebros… Pues vale.

Flashforward a un mes después o, lo que es lo mismo, flashback al mes pasado. Juegos Olímpicos de Tokio. Por primera vez desde 1996, el oro de la disciplina individual de gimnasia rítmica no recaía en cuello y hombros de una atleta rusa. Algo tan inaudito como impensable, pero detrás de lo que pueda ser una efeméride más del millón de éstadísticas y records que se cumplen en cada celebración olímpica, esta se esconde una secuencia dantesca y cruel que escenificó a la perfección que la película y pasado de la Viuda Negra es, en realidad, un blanqueamiento de la realidad y nunca una exageración. Y todo ello emitido a las cuatro esquinas de este planeta redondo. Mientras los jueces (posteriormente amenazados de muerte, btw) deliberaban la puntuación de la gimnasta israelí y futura campeona (Linoy Ashram) todas las atletas rivales se le abrazaban en un corrillo con dos o tres ositos de peluche y entrenadoras de por medio. Las felicitaciones y el calor mostrado por las que habían sido sus rivales hasta cinco minutos antes traspasaban la pantalla, pero contrastaban de lleno con la experiencia que estaba viviendo la joven atleta rusa (Dina Averina), subcampeona. Se encontraba sentada y recogida sobre el escenario a un metro de distancia de su entrenadora, con forma y fondos muy parecidos a los de Claudia en The Americans. O de Tía Lydia en el Cuento de la Criada. Esta entrenadora, que exigía una nueva valoración a los jueces mientras mantenía a su discípula (a falta de mejor eufemismo) en un iglú emocional, privaba a la joven rusa del abrazo y el amor que necesitaba en ese momento, mientras el resto de delegaciones celebraban la victoria israelí con deportividad y humanidad. ¿Cómo era aquello de que la realidad supera a la ficción? Pues eso.

But I digress…

Panini Comics ha anunciado para el próximo mes de diciembre el segundo tomo de la Viuda Negra de Kelly Thompson, Elena Casagrande, Rafael de Latorre y Jordie Bellaire, con portadas de Adam Hughes. La serie, que aspira a ser una de las mejores de la Casa de las Ideas (como augura el premio Eisner a Mejor serie nueva cosechado este año), ha sobrepasado ya al otro lado del Atlantico la cifra mágica de las doce entregas, una frontera que solo había superado hasta ahora una de las incursiones en las viñetas de la Viuda en solitario. Respectivamente, los siete volúmenes previos constaron de 3, 3, 6, 8, 20, 12 y 5 entregas respectivamente, con poco o ningún calado en lo que al imaginario colectivo se refiere, salvo, curiosamente, el primero de todos ellos, donde Devin Grayson y J.G. Jones hicieron debutar a una Yelena Belova, hoy en día irreconocible respecto a la de aquel ya lejano verano de 1999. Además de los méritos propios, la serie guionizada por Kelly Thompson se está beneficiando de la alergia de C.B. Cebulski a las cancelaciones a diestro y siniestro y continúa ya viento en popa a toda vela a su tercer arco argumental. Es momento, repasar qué ha dado de sí la cabecera hasta el momento, con algún que otro spoiler.

A estas alturas, sobra repasar en detalle el Linkedin de Kelly Thompson, que incluye etapas breves pero intensas en la mayoría de títulos protagonizadas por mujeres Marvel de la editorial. Capitana Marvel o Jessica Jones por aquí, A-Force y Ojo de Halcón (y apéndices) por allá… y cierto relanzamiento mutante pre-Hickman completamente inolvidable, en la peor acepción de la palabra, que le valió el favor eterno de su Editor en Jefe. En otras palabras, junto a otro par de autores se comió el marrón de recoger los juguetes mutantes antes de la llegada del Mesías de las infografías. Curiosamente, su mejor trabajo no es ninguno de los mencionados, sino la adorable Mr. & Mrs X que coprotagonizaron Pícara y Gámbito durante un año. Thompson, notable en muchos registros y sobresaliente en ninguno, denota ciertas carencias a a la hora de estructurar sus guiones en arcos argumentales de cinco capítulos mientras que sobresale cuando estos son de seis, pero en la cabecera de la Viuda ha evitado jugar a encadenar cliffhangers potentes sin parar y está sabiendo hacer brillar a los personajes y disfrutar a los lectores como nunca. De la dibujante italiana Elena Casagrande también queda poco por decir, más allá de recordar que su talento es equiparable solo por su poder mutante de la omnipresencia.

Al lio.

La propuesta de Kelly Thompson es inteligente, porque rehúye de resituar al personaje de nuevo en la Sala Roja, nuevos enemigos de origen ruso o sacarse nuevas Viudas Negras (o el color que toque) de la manga. Es decir, nada de volver la burra al trigo o mirar al pasado de Natacha. Está muy visto y ni siquiera el tándem de Mark Waid/Chris Samnee consiguió salir indemne de aquella incursión. Pero el no volver al sota, caballo y rey no quiere decir que pueda jugar con los mismos registros y recursos de adoctrinamiento y lavados de cerebro. Ambos, no en ese orden, están presentes en el primer y segundo arco argumental de la serie, pero remozados y reinventados con una sutileza admirable y admirada. Resumiendo, y mucho, el arranque de la serie, se presenta a un grupo de cinco enemigos de Romanoff que acuerdan un secuestro y lavado de identidad para la vengadora soviética, como única forma de quitársela de en medio de forma perenne. En esta nueva vida, la ahora conocida como Natalie es una brillante arquitecta, está felizmente casada, tiene un adorable spin-off pelirrojo y vive en el clásico suburb norteamericano. Una vida plenamente feliz alejada contra su voluntad de la militancia activa, de la que no recuerda ni sospecha nada.

Un punto de partida brillante, porque, aunque la sensación de tragedia inminente evoca mucho (demasiado durante cinco minutos, pero se pasa rápido) también al retiro a los suburbios vivido por la Visión en la obra magna de Tom King y Gabriel Hernandez Walta, aquí Thompson y Casagrande consiguen regatear los tópicos con elegancia. Una mezcla interesante entre el Show de Truman y Big Little Lies que desemboca, en su recta final, en un síndrome de Estocolmo del tamaño de la Madre Rusia. En los últimos años hemos visto un par de ejemplos similares de hijos/as de héroes Marvel que resultaron ser espejismos trágicos y traumáticos (como le ocurrió a Bala de Cañón con Omega Centinel y a la Avispa y Kaos en la macro-saga de Remender en Vengadores). Ah. Y a Wandavision, claro. ¡Cómo olvidarlo! Pero aquí, a golpe de originalidad, el tándem Thompson/Casagrande consigue la dosis perfecta entre sonrisas y lágrimas. Una resolución suficientemente distinta a todas las mencionadas, en parte porque no es una resolución como tal. 10/10.

Para hablar del dibujo de Elena Casagrande, tendréis que esperar dos párrafos más. Un avance: OMG.

Orbitando en torno a Natacha se encuentran secundarios de lujo que no amenazan el status de héroe titular de nuestra quinta pelirroja Marvel favorita. Y ese, para un servidor, era uno de sus mayores miedos, sobre todo tras ver cómo convirtió su primer año en Capitana Marvel en un Capitana Marvel Team-Up, para desgracia de muchos aficionados y trabajo extra de Carmen Carnero. Aquí el equilibro es perfecto y el Soldado de Invierno, la Viuda Blanca y Ojo de Halcón están presentes sin presumir. El reparto irá en aumento en la segunda saga, con Spidergirl, una nueva recluta y un cameo final incluido con un calzador del tamaño de un carcaj que no nos importa nada de lo que mola.

Hablando del segundo arco… Como si de los mejores trileros de las Ramblas se tratase, mueve la pelotita debajo de los vasos de plástico y lleva al lector de una subtrama de lavados de cerebro a una de Salas Rojas, adoctrinamiento y secuestro infantil tan en la esencia de la colección, invirtiendo de nuevo los papeles. Si la montaña no va a Mahoma, pues Mahoma irá a la montaña. Y si las espías rusas están cómodas en su nueva base de San Francisco y pasan de pisar suelo ruso, pues se monta una Sala Roja (esa sí que tiene peligro) de local y otra de visitante. Espía para arriba, espía para abajo… dos dinámicas con las que contrastar pasado, presente y futuro de las Viudas sin caer en los topicazos XXL habituales. Y, continuando sin prisa, pero sin pausa, la trama de fondo del primer arco. Gasolina para los fans. Aunque de nuevo juega en su contra el final apresurado de la saga de cinco números (un sexto le habría evitado tirar de manual), la lectura es hipnotizante. Además, la mayor presencia de Yelena y de Anya permite una mayor carga de humor, casi ausente en el primer arco (me niego a describir como humor los diálogos que pone en boca de Clint, y ya es reincidente en ese tratamiento…). Sin ser todo lo perfecto que fue el primero y a pesar del ligero bajón en el acabado artístico, la serie se consolida como una estimulante montaña rusa emocional repleta de sorpresas y tragedia.

Bueno, lo prometido es deuda y este es el párrafo donde construimos un monumento a Elena Casagrande. Sí, la doble página de rigor de cada mes es carne de adoración en Twitter, por supuesto. Pero la combinación de un estilo propio con la asimilación de conceptos ajenos (hay mucho de David Aja o Frank Quitely en su forma de guiarnos la vista por las escenas de acción, por ejemplo) conforman una rotunda telaraña en la que el lector se ve atrapado. Casagrande maneja los tempos a la perfección y en las entregas en las que Kelly Thompson le regala menos margen para jugar con la acción sale igual de airosa que en el coctel de cuchillos, pistolas y paracaídas. La ternura, la tragedia, la confianza (propia y ajena) y la contundencia verbal y gestual de nuestras protagonistas son ya santo y seña de su estilo, elegantemente acabado por la colorista Jordie Bellaire. Esta última, quien se ha ganado de sobra ya el calificativo de veterana, juega con una paleta limitada y una iluminación poco protagonista aunque altamente satisfactoria. All-star. Además, Rafael de la Torre también participa activamente en la mayoría de los números recientes. Ojo, no confundirse con Roberto de Latorre (como ocurre muy a menudo por ahí…), quien por cierto ya trabajó en su día con Yelena Belova en los Thunderbolts de Andy Diggle. Un estilo distinto al de Casagrande y que brilla más en la parte de espionaje, pero que empastado por Bellaire resulta adictivo. Por cierto, por momentos da la sensación que esta propuesta se hubiera beneficiado y mucho de un tratamiento MAX… Pero de eso hablaremos otro día, que hay para hablar. De lo que no queda mucho por comentar es de Adam Hughes, portadista de la serie que para sorpresa de nadie se ha marcado varias para el recuerdo.

Resumiendo. La Viuda Negra de Kelly Thompson, Elena Casagrande, Rafael de Latorre y Jordie Bellaire es actualmente una de las mejores cabeceras de Marvel Comics, y más ahora que el Veneno de Cates/Stegman y el Hulk de Ewing/Bennett ya son historia. Una guionista solvente regateando topicazos y jugando a un ajedrez emocional con fichas tan frágiles como resilientes ilustrado por una dibujante que, por momentos, parece una prestidigitadora inimitable. Una colección que, por fin, hace justicia con un personaje que ha sufrido el yugo de la cancelación más veces que la memoria alcanza a contar. La eterna segundona de la franquicia vengadora brillando en la luz de la noche con méritos propios. Que dure.