El Rey de las Polillas, el cómic de amor terrorífico de Ángel Abellán y de Carlos Morote

Si hay algo más complicado que superar a los miedos (reales o imaginarios) eso es la continuidad de la relación en pareja. El conseguir mantener a flote aquello que une a dos personas es una lucha diaria y, como cualquier relación de confianza, es muy difícil de construir y se puede destruir en un instante. Exige mucho de la persona y eso sí que puede llegar a ser aterrador.

Sin embargo, las historias de amor no suelen enfocarse en clave de terror. Probablemente eso se deba a que mientras que el terror tiende a ser un terreno en el que los miedos toman una forma concreta, el amor y sus efectos se mueven en un territorio más bien abstracto. Es intrincado dar con el punto de encuentro entre ambas cosas, pero, tal y como queda patente en El Rey de las Polillas, no es imposible.

El guionista Ángel Abellán se impuso cumplir con esa misión a la hora crear El Rey de las Polillas. Este cómic viene de alguien que está dando sus primeros pasos. Esta supone la segunda obra larga que ha dado para el medio del cómic. Y eso se nota en todo momento en la frescura propia de alguien en proceso de encontrar su propia voz. A pesar de ello, el guion de este proyecto es bastante sólido y goza de un ritmo que no da tiempo al aburrimiento. 

Y eso que trata de conjugar algunos elementos que podrían hacer que este proyecto quede descompensado con mucha facilidad. Aquí los componentes más fantasiosos propios del género sirven para alimentar la tesis y de un motor de acción que siempre gira en torno a un mismo tema. Los personajes aportan distintos enfoques y maneras de entender las relaciones sentimentales. No deja mucho tiempo para conocerlos en profundidad, pero, al encontrarse en situaciones extremas, se conoce de ellos aquello que aporta a la historia y que se necesita conocer.

La caracterización es otro de los puntos fuertes de esta propuesta. Y es que estos personajes no podrían estar más diferenciados entre ellos, pero todos y cada uno de ellos son carismáticos a su manera. También respiran mucha humanidad y verdad que hace que el lector los entienda y empatice con ellos con mucha facilidad.

Resulta también particularmente sugerente el tratamiento de la criatura que pone en apuro a los personajes. No es la más imaginativa que ha dado el género, pero tampoco parece que hayan buscado darle más importancia que como catalizador. No es una obra que haya construido una mitología propia y perdurable. Por el contrario, el “monstruo” es algo que nace de los conflictos internos de los personajes. Hay una caza de la abominación, pero hay muchas cosas más en juego más allá de la propia supervivencia de las protagonistas.

Eso trae consigo una complejidad en el subtexto muy destacable. Estructuralmente es un trabajo más sencillo que a nivel temático. El argumento es verdaderamente sencillo y convencional y se desarrolla de una forma adecuada. Quien esté acostumbrado a historias de género no encontrará nada que encuentre innovar. Su punto fuerte es otro. Y eso es el enganchar el lector con determinadas maniobras conducidas con acierto. Es algo que debería hacer que la obra esté lejos de concretarse en una sola cosa y que, contra todo pronóstico, consigue  ejecutarse de una manera apropiada.

El Rey de las Polillas enriquece las posibilidades que da el terror y amplía su versatilidad temática. Da mucho más de lo que promete y rompe las expectativas gracias a un tratamiento de temas poco habitual. Y lo hace consiguiendo un equilibrio que hace que sea accesible para todo tipo de público. Eso no quiere decir que no sea un cómic atrevido o complaciente. Por el contrario, se nota que se ha escrito desde la experiencia personal y eso significa que ni de edulcora nada ni tampoco de dramatiza de más. Se aprecia el mimo que se ha puesto en él en todas y cada una de sus páginas.

Carlos Morote es un dibujante conocido por sus colaboraciones con Fernando Dagnino. Con este cómic debuta en solitario y no se puede decir que haya desaprovechado la oportunidad. Tiene un estilo caricaturesco y cartoon y abraza el clasicismo que esta obra precisa. También sabe manejar perfectamente tanto la tensión en los momentos de acción física como aquellas escenas en las que se exige cierta verdad emocional. Con otros dibujantes, probablemente, el resultado hubiese sido completamente distinto, aunque también válido. Pero lo que aporta Morote es un look imaginativo y sorprendente que forma parte indiscutible de la identidad y del correcto funcionamiento del cómic. 

También él se encarga del color y muestra también mucho dinamismo y unas elecciones que responden al naturalismo, aunque también sabe aprovechar las atmósferas con unos colores que responden más a una elección de orden esteticista. Las elecciones son idóneas y van en consonancia en lo que se parece haber buscado contar con el dibujo y todo resulta coherente.

El tomo de Grafito Editorial incluye un epílogo de Ángel Abellán en el que se concreta la intencionalidad y parte del proceso creativo del guion de este cómic, que se percibe como algo verdaderamente personal.

El Rey de las Polillas es una obra que guarda más contenido reflexivo del que cabría esperar a priori. Es una pieza verdaderamente entretenida que consigue que casen dos temas que parecían agua y aceite. Y lo hace en clave de un terror que va más allá de ser una suma de sustos. Una propuesta que se nota que abraza los miedos reales de forma honesta y eso es algo que no se puede decir de todas las obras de género.