Benjamin Percy, el legado de Lobezno y el futuro de los mutantes

Tras haber liderado el regreso de La Patrulla X a la primera fila de Marvel, Jonathan Hickman anunciaba hace unos días que abandonará la franquicia mutante tras la conclusión de “Inferno”. El autor argumenta que Marvel no le paga “solo por escribir series regulares, tienen la expectativa de que escriba cómics más grandes”. Los editores de La Casa de las Ideas escogieron al guionista de Carolina del Sur para que desarrollase una narración transformadora y de largo aliento para los mutantes, y justamente eso es lo que se puso en marcha con Potencias de X y Dinastía de X. A partir de ese díptico, había planificado un argumento en tres capítulos extensos, pero cuando se reunió con los guionistas para planificar el paso del primero al segundo, el equipo le pidió detener el avance del plan previsto para seguir explorando el statu quo que habían levantado hacía poco más de un año.

A Hickman le pareció una situación interesante, pero sintió que debía dar un paso al lado para que Tini Howard, Gerry Duggan, Vita Ayala y compañía pudiesen desarrollar libremente las historias que querían escribir. Sin embargo, aunque la trama no vaya a avanzar al ritmo previsto por uno de los grandes arquitectos de la Marvel del siglo XXI (quien tal vez regrese más adelante para retomar el desarrollo original), éste parece haber cumplido con creces el encargo. Bajo su batuta se ha redefinido la situación de los mutantes en el Universo Marvel dando lugar a nuevas posibilidades argumentales, y se ha expandido en decenas de cabeceras que retratan las intrigas políticas, las tensiones ideológicas, los dramas personales… y las emocionantes aventuras de los habitantes de Krakoa.

 

 

No es noticiable que, de los protagonistas con pasaporte krakoano, Lobezno sea uno de los que haya reclamado con mayor intensidad la atención de los lectores. Escrito por el propio Hickman en La Patrulla X, el bravo canadiense llegaba a colarse en las páginas de la prensa no especializada a cuenta de su relación poliamorosa con Cíclope y Jean Grey. Con todo, más allá del carisma propio del personaje y de esa última vuelta de tuerca a un triángulo amoroso bien conocido por los true believers, si Logan está exhibiendo una salud envidiable durante “Amanecer de X” es, sobre todo, debido al notable trabajo que Benjamin Percy viene desarrollando en Lobezno y, complementariamente, en X-Force.

Reconocido como novelista, Percy empezó a colaborar con DC en el poco propicio contexto de “Los Nuevos 52”. A pesar de firmar un par de números en Detective Comics junto a John Paul Leon, no logró captar la atención del público hasta la publicación de Green Arrow: Renacimiento, que con más de 100.000 ejemplares se encuentra entre los tebeos más vendidos en la historia del héroe del arco y las flechas. Curiosamente, su primera colaboración con Marvel se produjo al margen de las viñetas, cuando en 2018 escribió y puso voz a una historia protagonizada por Lobezno en formato podcast.

El escritor explicaba que Logan había sido siempre su personaje preferido, así que la oportunidad de narrarlo, “tan cursi como suena, fue un sueño hecho realidad”. El éxito cosechado en Spotify o Apple Podcast por Wolverine: The Long Night y su continuación, Wolverine: The Lost Trial, le valió una oferta de la editorial para escribir la adaptación al cómic, que dibujó Marcio Takara. Su manejo de la oscuridad, el suspense y la violencia debieron de ser algunas de las cualidades que lograron que Hickman pensase en él para escribir las operaciones encubiertas de X-Force, y los matices que confirió al protagonista acabaron convenciendo al editor de la línea mutante, Jordan White, de que era el guionista apropiado para escribir la primera serie regular con el título de Lobezno en casi seis años.

El desafío que se le presentaba a Percy era doble. Por una parte, recaía sobre sus muñecas el peso de teclear nuevos episodios de uno de los personajes más queridos por los lectores de Marvel, con la presión añadida de que también era su personaje favorito y conocía las implicaciones de narrarlo. Por otra, si de Lobezno se trata, el metro patrón se establece en base a autores que son leyenda del medio como Chris Claremont, Frank Miller, Greg Rucka…, y que cuenta con precedentes recientes tan sobresalientes como El viejo Logan (2016) de Mark Millar y Steve McNiven. “Cuando colgué el teléfono [al editor Jordan White], me di cuenta de que estaba temblando un poco”.

La responsabilidad con que Benjamin Percy recibió el encargo de escribir Lobezno resulta esclarecedora a la hora de comprender lo que desde hace un año Panini viene poniendo en manos de los lectores en formato grapa. El autor norteamericano está tratando de armar una colección que, atendiendo al legado del personaje, añada elementos a su mitología, y en la que la trama transversal krakoana se sienta como una parte orgánica del spin off. “Cuando escribes un personaje con legado, siempre quieres reconocer y honrar su historia, al tiempo que dejas tu propia impronta en él. No quieras hacer karaoke. No quieras ser un grupo de versiones. Encuentra una forma singular de abordar el personaje del que se te ha hecho depositario para que tu etapa pueda ser, con suerte, reconocida como una importante”, le explicaba en una entrevista al periodista Dave Richards. Y aún a la espera de cómo se conducirá en el futuro, las doce entregas que componen su primer año al frente de la serie revelan que ha sabido encontrar la manera de mantener el frágil equilibrio entre esos tres elementos que la colección exige: respeto por la tradición, originalidad y conexión con el resto de franquicias mutantes.

El primer año del séptimo volumen de Lobezno se compone de tres arcos argumentales, que Percy aprovecha para mostrarnos algunos de los rostros más reconocibles del personaje. La colección arranca con un enfrentamiento entre el protagonista y la nación vampírica. Criatura maligna, ególatra y envidiosa, Drácula desea replicar el proyecto de emancipación que los mutantes han llevado adelante con Krakoa, pero para ello debe lograr el modo de no quedar expuestos a sus adversarios durante las horas diurnas. La solución que en esta ocasión se le ocurre al antagonista que reinó en Marvel durante los setenta, de la mano de Marv Wolfman, es diseñar un suero a partir de la sangre de Lobezno, que gracias a su factor de curación, los vuelva resistentes a la radiación solar. Logan, claro, no está por la labor de ceder su vitae.

La elección de Drácula como primer enemigo no parecía apelar a la vuelta a los orígenes al que los guionistas con menos cartel suelen recurrir cuando les llega su primer gran encargo. Al contrario, la introducción de elementos de terror, no sólo en Lobezno, también en X-Force, responde a esa voluntad confesa de no ser un autor que escribe como quien canta en el karaoke: “Es como estoy programado. Crecí leyendo a Stephen King, Dean Koontz, Anne Rice, Peter Straub y Shirley Jackson. Me encantaban los cómics de EC, La tumba de Drácula, Hellblazer…” y, aunque estas influencias se apreciaban de forma más nítida en Lobezno: La larga noche, también se dejan notar en la colección.

Sin embargo, aunque no es Magneto, ni Apocalipsis, ni Bernard Shaw, ni… El rey de los vampiros tampoco es un extraño en las colecciones mutantes. Allá por los noventa, Jim Lee lo hizo quebrar la voluntad de Tormenta en el Uncanny X-Men Annual #6 USA. Más recientemente, Drácula puso en jaque a La Patrulla X en “La maldición de los mutantes”, el crossover mutante de 2010 en que Victor Gischler, entre otros, nos contó cómo las guerras familiares de los vampiros se cruzaban con el destino de los mutis. Y aún en 2019, Marc Guggenheim firmó un simpático one-shot en el que Blade y Lobezno cruzaban aceros para hacer frente a la amenaza transilvana.

Por otra parte, colocar a Lobezno cara a cara con una legión de depredadores inmortales permite a Percy explorar bajo su propia óptica dos de los aspectos profundos que definen la carga dramática del personaje: su instinto animal y su condición de inmortal. Como lo plantea el guionista, Lobezno y Drácula son la cara y el reverso de una misma moneda, y al encontrarse frente al monstruo, como si de un espejo deformado se tratase, el mutante se ve forzado a asumir esos aspectos de sí mismo que preferiría desterrar y que moldean su tormento íntimo.

Este cable introduce una de las cuestiones que ayudan a vertebrar las distintas versiones del personaje que se dan cita en el Lobezno de Percy y que, al mismo tiempo, lo conecta con el contexto krakoano: la búsqueda de la redención. Para Logan, pese a su escepticismo, pese a que no puede sino mantenerse alerta, la fundación del Estado de Krakoa es la oportunidad de tener un hogar, de poder marcharse –cuando se tenga que marchar– pensando que a pesar de todas las vidas que ha arrebatado, ha conseguido legar a las próximas generaciones un mundo algo mejor. Así emerge también esa naturaleza tutelar que le hemos leído recurrentemente a Lobezno (con Kitty Pryde, con Júbilo…), que se encuentra en el tuétano de su esqueleto de adamantium.

En el arco argumental con que arranca la serie, y que se ve interrumpido en dos ocasiones, Logan se arroga la responsabilidad de ayudar a no sucumbir a una cazadora de vampiros francesa, Louise, que ha recibido el mordisco de una de las criaturas a las que ha jurado erradicar. Precisamente a través de su relación con esta cruzada, Percy nos muestra los efectos de Krakoa sobre su protagonista. En tiempos menos esperanzadores (Uncanny X-Men Annual #6 USA), Lobezno se encontró en una situación parecida: una aliada en la lucha contra Drácula, Rachel Van Helsing, recibió el fatal beso de sangre. Sin embargo, en aquella historia escrita por Chris Claremont y dibujada por el nunca suficientemente alabado Bill Sienkiewicz, el expeditivo mutante canadiense decidía que la única forma de mostrar clemencia y respeto por la vida y los ideales de su aliada era acabar con su vida antes de que se convirtiese en una esbirro de Drácula. Este Lobezno, en cambio, convencido de que él mismo puede redimirse, que será capaz de mantener a raya sus pulsiones más violentas, de que Krakoa es la prueba viviente de que cualquiera puede hallar la paz, mira a los ojos de Louise y le dice que debe ser fuerte, y que la ayudará a mantener bajo control la infección vampírica. Y, para empezar, lo hace ofreciéndole tecnología krakoana.

Pero Louise no es el único personaje en apuros que Lobezno ha cargado sobre sus hombros en este último año editorial. En el tercer arco argumental (Lobezno vol. 7, #8-#10), Lobezno se jugará el tipo por un viejo compañero de fatigas que los lectores con cierto bagaje recordarán escrito por Jim Lee o Larry Hama. Siguiendo la pista de un comando de operaciones especiales que parece estar robando “objetos de colección” relacionados con los mutantes, Logan termina en una casa de subastas de Madripur bajo su identidad de Parche (ya saben, parche en el ojo izquierdo, americana blanca…). Y descubrirá que el principal lote de la noche es Maverick, al que tratará de rescatar y unir a la causa de Krakoa. Maverick, Rebelde, Agente Zero, David North…, este mercenario mutante fue creado por Jim Lee y presentado a los lectores en el X-Men vol. 2 #5 USA como parte de un antiguo comando del que formaba parte junto a Logan y Dientes de Sable. Un número antes se había producido la primera aparición de otro de los villanos con los que Percy juega hábilmente durante este primer año de colección: Omega Rojo. La presencia de ambos secundarios y el tipo de historia que narra en este breve arco son barras de incienso que prenden el aroma de los noventa en la colección, aunque, por fortuna, no alcanza los lápices.

La asignación de los dibujantes bien puede ser una muestra del respaldo con el que cuenta el guionista por parte de sus editores. A pesar de que no contar con un artista fijo en una colección suele ser un lastre, la alternancia entre firmas del talento Viktor Bogdanović, Scot Eaton, un Joshua Cassara que lleva ya mucho tiempo de dulce y un Adam Kubert que presenta credenciales a la distinción de mejor dibujante de Lobezno de la historia hace que las diferencias de estilo se digieran más fácilmente, aunque no sea la situación más deseable.

Antes de verse interrumpido por el arco argumental con Maverick, el enfrentamiento de Lobezno contra la nación vampírica había quedado en suspenso ya una primera vez por la publicación del crossover “X de Espadas”. En las dos entregas del evento que formaron parte de la colección (Lobezno vol. 7, #6-#7), la escritura de Percy se ve lógicamente supeditada a la historia orquestada por Hickman y Tini Howard. La irrupción de Saturnina y sus tejemanejes político-dimensionales se sienten como un cuerpo extraño en la colección. Sin embargo, el guionista norteamericano aprovecha la imposición editorial para sacar a jugar una más de las identidades clásicas de Lobezno: la del samurái

Como un fruto que cae de maduro, si la directriz es que hay que contar un episodio en el que Lobezno va en busca de una espada de leyenda, ésta será una katana forjada por el artesano Sengo Muramasa. De este modo, “X de Espadas” sirve para traer a la serie regular a aquel personaje educado en el bushido que protagonizó historias como Lobezno: Honor, de Chris Claremont y Frank Miller, en cuyo camino, además, se cruzará oportunamente el Samurái de Plata, como si de uno de esos encuentros del destino tan propios de las novelas del ciclo del Grial se tratase.

 

De esta forma, en tres arcos argumentales hilvanados a partir de la búsqueda de redención y de la oportunidad de paz para la torturada mente de Lobezno que supone la fundación de Krakoa, Percy logra armar una historia interesante, que ofrece algunos matices sobre su protagonista e invoca a Claremont, Miller, Windsor-Smith, Jim Lee y Hamma, Madripur y las heladas montañas de Canadá, a Parche y al samurái, al tutor y al guerrero implacable. A pesar del talento con el que trenza todos estos elementos dispares en torno al personaje, de lo francamente entretenida que es la serie, cumplir con la promesa de dejar su impronta personal es algo que todavía permanece en el “debe” de la cuenta de Percy. Más allá de introducir su fascinación por la literatura de terror, el homenaje y el encaje con la trama global parecen reducir su margen para ser original desde la tradición, como le leímos hacer en Lobezno: La larga noche. Y es que, a pesar del peso del legado, Percy se ha mostrado en diversas ocasiones consciente de que tiene la obligación de intentarlo. Y, a pesar de esos condicionantes, de que todavía no, se intuye que el guionista navega con brújula, que la colección se dirige a alguna parte.

Cabe la posibilidad de que esta combinación de elementos de distintas etapas icónicas del personaje sea la forma conservadora de escritura, de construir unos cimientos sólidos sobre los que levantar un futuro más ambicioso, que Percy ha dado muestras de ser capaz de escribir. La singularidad del contexto krakoano en la biografía ficcional del personaje ofrece caminos no ollados que poner a recorrer a los mutantes, tal como los guionistas le expusieron a Hickman. El propio autor ha formulado públicamente algunas de las preguntas a las que deberá enfrentarse (“¿Logrará la redención? ¿Su afinidad con la isla y el sueño de Xavier serán perdurables?”). Que la narración de esas respuestas realmente “sacudan al personaje hasta los cimientos”, en combinación con lo ya demostrado, será lo que permita Percy lograr su ambición de que esta etapa sea “reconocida como importante”.