Humor artificial, el cómic de ciencia ficción de Fernando LLor y Miguel Ángel Hernández

Pocas cosas son más efectivas para sobrellevar los pequeños y grandes dramas del día a día que la comedia. Esa pincelada de humor que provoca una sonora carcajada es algo profundamente humano u liberador. Es lo que da color a los días grises. Sin embargo, se tiende a ignorar lo que hay detrás del ruido de la risa. Eso es algo que tiene en común con la magia. Solo se ve el resultado.

El propio título de esta obra, Humor Artificial (agrio, a tenor de lo que aquí se cuenta), ya indica a la perfección aquello que ofrece la nueva obra de Fernando Llor: un oxímoron. Toda la obra juega a la ambigüedad provocada por mezclar imposibles. 

La premisa de esta obra parte de Rober, un humorista con cierto éxito que tiene el conflicto de recuperar a su familia. Ha perdido por completo el contacto con ellos. Tamara, una prostituta con la que guarda amistad, le motiva a partir hacia la ubicación de sus hijos y ambos se embarcan en un viaje con esa misión.

Si hay que encuadrar esta obra en algún género este sería un punto intermedio entre una road movie y ciencia ficción. Sin embargo, la trama es un character driven y la principal prioridad aquí es conseguir caracterizar con esmero para que el lector empatice con los personajes.

Esto es así de tal modo que lo sentimental es lo que tiene más de verdad en estas páginas. Eso no quiere decir que el guion no se guarde algunas sorpresas. Estructuralmente, el guion es sólido y no se queda ningún fleco sin cortar.

El ritmo es veloz. Consigue plantar elementos que hacen que este aspecto se fortalezca, como la persecución a partir del segundo acto y determinadas peripecias que tienen un impacto muy fuerte en el argumento, con lo que mantiene tu atención en todo momento. Además, sabe ajustar sus mecanismos argumentales y formales con las intenciones de la obra de un modo honesto. Sabe perfectamente qué se debe priorizar y que, así que todo encaja y se siente como un trabajo que no busca ser ni más ni menos de lo que es.

Todo lo que se cuenta en esta historia, en verdad, no va a plantear conceptos grandilocuentes de ciencia ficción, si no que se centra en las relaciones de los personajes y en ser un entretenimiento (en el mejor sentido de la palabra). Rober y Tamara gozan de un gran carisma y se consigue que el lector se encariñe rápidamente de ellos. Están bien medidos para que no resulten antipáticos o que no tengan alguna arista que los hagan incómodos, pero eso no quiere decir en ningún momento que sean virtuosos.

Los personajes de estas páginas son erráticos, humanos, ambiguos y contradictorios.  Por encima de todo, aquello que penetra con mayor empuje y fuerza en el lector son los conflictos internos de los personajes, que suponen una vuelta de tuerca a los tropos habituales de la ciencia ficción. Sus características están muy definidas y deja con ganas de conocer más sus sutilidades.

Este cómic, desgraciadamente, parece ir demasiado apresurado, tal vez, respecto a lo que la historia hubiese demandado. Da la sensación de que se ha dado con una serie de claves muy interesantes, pero no parece que haya habido mucho interés por explorarlas. Brotan conceptos sugerentes que no terminan de abrazar su potencial.

A pesar de ello, lo que contiene Humor Artificial valida su compra. Es una historia de género desarrollada de forma accesible, pero con cuestiones que también pueden ser de interés a los parroquianos. Un estimable y disfrutable acercamiento tanto a aquello que hace que el ser humano sea ser humano y una reivindicación del humor como último refugio.

El arte de Miguel Ángel Hernández da unas capas de lectura mayores al todo. Con un estilo que se aproxima cartoon, consigue entender el espíritu de lo que se busca contar y es capaz de restar cualquier síntoma de tragedia o intensidad dramática excesivo. Ese punto intermedio hace que determinadas escenas tengan un mayor impacto en el lector.

Además, es consciente de que, por las características propias de la ciencia ficción, el éxito de esta obra dependería, en buena medida, de él. Al fin y al cabo, es él quien determina el look y la credibilidad de este mundo. Consigue transmitir esa decadencia de todos los escenarios y otorgar de humanidad y de fragilidad a los personajes, con lo que les da una riqueza en matices.

Narrativamente opta por cierto clasicismo formal, aunque las técnicas empleadas son las adecuadas para contar la historia que se ha buscado. A su vez, el tratamiento de color es rico y emplea tonos muy cálidos y vivos, en contraste con la atmósfera. Todo ello parece responder a una utilización más emocional que naturalista.

Gráficamente esta obra es muy vistosa y se transmite en todo momento el nivel de implicación del artista. Es un trabajo en el que se ha notado a gusto al dibujante y en el que ha dado todo de sí, tal y como él mismo confirma en las últimas páginas del cómic.

El tomo de Dolmen Editorial incluye una introducción Jordi Ojeda, escritor especializado en la robótica y divulgador de cómics, y un breve epílogo del dibujante Miguel Ángel Hernández. Junto a ello, hay unas imágenes del proceso creativo del dibujante, complementado con fragmentos del guion de la obra.

Humor Artificial tiene la apariencia ligera de un chiste. Pero lo que verdaderamente cuenta un chiste es algo más profundo que señala en la dirección en la que nadie se atreve a mirar. El chiste explica con sencillez aquello que no lo es. Un cómic ágil que sabe qué es lo que quiere contar y lo hace de una forma muy clara y directa.

Título: Humor Artificial
Guión: Fernando Llor
Dibujo y color:  Miguel Ángel Hernández
Edición nacional y original: Dolmen Editorial
Formato:  Tomo cartoné de 96 páginas a color
Precio: 17.90 €