Palabra de editor 27 – Las redes sociales, ¡menudos berenjenales!

Palabra de Editor es la columna de opinión de Pedro F. Medina (@Studio_Kat), Editor Jefe, responsable de licencias y redes sociales de Fandogamia (@Fandogamia) y periodista con una faceta nada oculta de showman en los eventos de cómic y manga.

Que hoy dedicarse a editar cómics implica tirarse mucho tiempo conectado al Twitter y al Facebook es una realidad incontestable. No solo porque es una forma evidente y efectiva de promocionar tus productos, sino también para saber qué está pasando a tu alrededor, qué va a sacar la competencia, cuáles son las tendencias en otros países, quién se ha llevado un premio (o cómo podrías ganarlo tú), cuándo se celebra un evento (más de una vez me he enterado de las fechas y bases de participación por un tuit antes que a través de un canal más oficializado… o un simple email, que no cuesta tanto) o la última polémica del sector. Puedes pensar que esto último es solo un chascarrillo, pero servidor, que se empapa de todo lo que lee y lee todo lo que puede, aprende a raíz de estos chismes cómo no hay que hacer las cosas… o cómo hacerlas todavía peor hasta darles la vuelta. Al final, todo es puro marketing.

Yo soy de la generación de los blogs, las bitácoras y las webs. De tener la necesidad de un espacio virtual en el que las cosas estén ordenadas, con un archivo cronológico accesible, etiquetas en los posteos. Eso de escribir mensajes en una red en la que la info se va hacia abajo, cada hora, cada minuto, hasta que desaparece… no me entraba en la cabeza hasta no hace tanto. ¿Quién va a leerme si los datos se pierden de un día para otro y son difíciles de reencontrar? ¿Vale la pena el esfuerzo por informar de forma tan efímera? ¿Dónde queda el poso, cómo se sabe que existes? En realidad, ya lo sé, los mensajes no desaparecen, solo se quedan tan abajo en el timeline que dejan de ser novedosos y de recibir likes, pero ahí siguen, acumulándose en la fosa común. Cuando me explicaron lo que eran los stories y su caducidad a las 24 horas, mucho antes de tener cuenta de Instagram, la cabeza me voló por los aires. Qué tiempos tan modernos. Que me devuelvan Fotolog.

Las RRSS tienen dos características fundamentales: son inmediatas y bidireccionales (más bien multidireccionales si no usas cuenta candado). El caldo de cultivo perfecto para que cualquier usuario espere casito de forma instantánea. Hay veces en las que te cargarías todo (especialmente cuando te llega por vigésima vez una mención que dice “cuándo sale este tebeo”, “vais a anunciar algún manga” o “pues a mí no me ha gustado”, pero entiendes que como canal de comunicación son cosas que tienes que aguantar) por quejas sin sentido o con muy poco desarrollo detrás, pero otras veces agradeces que te destaquen alguna errata detectada en una edición, que el ISBN no es el que toca, que un título o tratamiento de personajes pueden ser mejorables… porque no todo tiene que ser dorarte la píldora (aunque la autoestima nunca viene mal) y porque es posible que de otra forma no fueras consciente del problema. Y yo siempre agradezco las recomendaciones y sugerencias de títulos que nos llegan por ese cauce, porque la tarea de búsqueda es ardua (y, con Internet, inabarcable) y a veces te destacan obras por las que vale la pena apostar, o bien te orientan hacia un género/formato/contenido que puedes seguir explorando a partir de ahí. Siempre me anoto las propuestas que parecen prometedoras y sigo mis propias pesquisas después, así que SÍ, hacedlo. Les hacemos caso; yo, al menos.

Lo que tampoco tiene ningún sentido es que, como editor, te tomes la palabra de los lectores como escrita en piedra. Ni van a comprar TODO lo que dicen que van a comprar, ni tienen por qué ser más listos que tú. Al final, quien hace la jugada por mostrar un producto cultural y generar una necesidad es la editorial, y como entidad que publica y pone los cuartos se entiende que detrás hay un equipo que toma decisiones, consensuadas y meditadas. Lo que ocurrió hace unas semanas con Puck, el sello de literatura juvenil de Ediciones Urano, que sustituyó a todo correr (¡en una sola noche!) la ilustración de cubiertas de la novela De sangre y cenizas por unas cuantas quejas no tiene ni pies ni cabeza. No puedes alterar tus planes por treinta personas que escriban tuits en mayúsculas. Si has escogido una imagen de cubierta, esa es tu maldita decisión, tus razones tendrías. Dicen que el cliente siempre tiene la razón, y yo digo que es cierto… una vez que han pagado. Mientras tanto, y hasta que el dinero no esté en tu bolsillo, tú tienes todas las cartas. Si tu edición es espantosa no se venderá, claro, pero eso lo decidirán los lectores después. Es el mercado, amigo. Cambiar tu decisión por un “qué dirán”, motivado por las quejitas de unos cuantos y sin que medie un debate real (sin contar con que una cuestión artística es más bien subjetiva en la mayoría de los casos) es ceder al chantaje a cambio de unas más que cuestionables ventas, y a costa de dejar tu trabajo y el de los profesionales que te rodean a la altura del betún. No se negocia con terroristas.

Pero hay reclamaciones que merecen una consideración, ni que sea porque no siempre se puede tener todo en cuenta. Recuerdo varias ocasiones en las que se nos abrieron debates constructivos alrededor de algunos lanzamientos. Cuando anunciamos MI EXPERIENCIA LESBIANA CON LA SOLEDAD, de Kabi Nagata, unos cuantos cuestionaron si era más acertado el título MI EXPERIENCIA LÉSBICA CON LA SOLEDAD. Luis Alis, el traductor de esta obra, intercedió en redes explicando las decisiones que llevaron a escoger este nombre y no otro. Los franceses se quitaron de encima el problema titulándolo SOLEDAD DE OTRO GÉNERO, que ya hay que tenerlos cuadraos, pero aquí el equipo editorial fue firme en su elección, máxime porque además era la opción más parecida a MY LESBIAN EXPERIENCE WITH LONELINESS y que constaba como subtítulo en la edición japonesa original.

Algo parecido pasó con el lanzamiento de LA NOVIA ERA UN CHICO, de Chii, cuando varios colectivos LGTB y sus integrantes nos advirtieron que era un título que sonaba mal para las personas trans, ya que estas suelen considerar que su género es y siempre fue con el que se identifican en el momento presente: no eras un chico antes y ahora eres una chica, por poner un ejemplo, sino que siempre fuiste una chica aunque tu cuerpo no correspondiera. Entendíamos la situación, pero Chii manifiesta constantemente a lo largo del tomo que ella se siente de esta forma particular y se expresa en esos términos aunque sean incorrectos: antes era un chico, ahora es una chica. Alterar esa percepción, aunque conectara con una parte del colectivo trans, era alterar también la experiencia personal de la autora y sus sentimientos. En este caso primó nuestra voluntad de respetar sus deseos y vivencias, porque nadie más puede ponerse en su piel ni explicarle cómo se debe sentir. Pero vamos, estos diálogos en redes fueron enriquecedores en todos los sentidos y nunca los rechazaría, porque son cuestiones válidas que merecen ser sopesadas. Seems legit.

Porque hay una tercera opción: ignorar o rechazar cualquier enmienda sin posibilidad de cambio o echando balones fuera. Como cuando trescientos autores y autoras protestan porque has elegido a un editor y téorico de la historieta como ganador de un Gran Premio pero decides que eso no va contigo, que rectificar no es de sabios y que pa chulo chulo mi pirulo. Ni que sea por el efecto negativo que tiene tratar de escurrir el bulto no tiene sentido escudarse en discursos vacíos (“ya lo veremos”, “estamos trabajando en ello”, “pa qué quieres saber eso jaja saludos”), sobre todo cuando el bulto es pantagruélico y está a la vista de todos. Es lo que tienen las redes, que donde antes no se podía hacer frente común ahora estamos todos pendientes y conectados y cagándonos en todo lo cagable. Esto me recuerda a una situación, hace muchos años, en un evento de cuyo nombre no quiero acordarme, donde tras encontrarme con el jefe del cotarro y protestar muy fuerte por la situación precaria de los puestos de fanzines, algunos de ellos literalmente encajonados entre una pared y otro stand, me dijo condescendiente y apoyándome una mano en el hombro: “es que los expositores estáis muy malcriados”. Gracias a la World Wide Web puedo decirle al mundo: ¡vaya un gilipollas! Así que este es el consejo de hoy. No seas como esos organizadores. NO SEAS GILIPOLLAS.