Crónicas de juventud, un viaje al pasado de Guy Delisle

Hubo una época en que las personas entraban a trabajar a una empresa o bajo la tutela de algún profesional en su más tierna juventud, comenzando por el escalafón más bajo y permanecían allí durante décadas. Incluso llegaban a dar por concluida su vida laboral en esa misma empresa en la que empezaron a ejercer su labor profesional como aprendices, aunque ya en otro puesto de mayor responsabilidad o destreza, tras años de aprendizaje y de familiarizarse con todos y cada uno de los procesos y personas de ese entorno. Actualmente, esos primeros trabajos a los que acceden los jóvenes ya no vienen parejos a ese “para toda la vida” que podía venir implícito tiempo ha. Sin entrar en consideraciones relativas al espinoso asunto de la precariedad laboral y de las generaciones sobrecualificadas para las funciones que acaban por desempeñar, esos primeros trabajos tienden a caracterizarse y escogerse por una temporalidad y con una finalidad bastante determinada. A modo de puente o posada, esos trabajos suelen ser casillas de paso hacia una meta definida mientras nos preparamos para entrar en la cadena productiva en el tablero de la vida. Sacarse unos dinerillos durante la época de estudiante en esos interludios de los periodos de vacaciones, adaptando horarios para compaginar estudios y trabajo para pagarse los estudios o aceptando pequeños trabajos mientras llega “la gran oportunidad”.

Hace unos años Astiberri publicó Basura (2016) de Derf Backderf, un tebeo muy recomendable en cuyas viñetas el autor ponía el acento en el ritmo de generación de residuos por parte de la sociedad, el tratamiento de los mismos, el funcionamiento de los vertederos y el impacto medioambiental. Basándose en sus recuerdos y sus experiencias como basurero en su juventud recorriendo las calles de su ciudad y recogiendo los desechos de sus vecinos, Backderf echaba la vista varias décadas atrás y nos regaló un excepcional relato con un muy buen ritmo narrativo, mucho humor, escatología y costumbrismo aderezado con un buen número de reflexiones.
También desde el catálogo de la editorial vasca llega a las baldas de novedades de las librerías otro tebeo en el que otro autor de cómic comparte con los lectores aspectos biográficos, impresiones e instantes de sus primeras experiencias laborales de juventud. Se trata de Crónicas de juventud, de Guy Delisle (Astiberri, 2021).

Han sido sus trabajos en el ámbito de la animación los que han consagrado al autor canadiense afincado en Francia Guy Delisle como creador de cómic. Bueno, para ser fieles a la realidad, se ha de decir que tanto sus viajes de trabajo relacionados con la animación como aquellos en los que acompañaba a su pareja (trabajadora de una ONG) a diferentes destinos propiciaron la creación de los títulos más destacados por los que se conoce y reconoce a Delisle en el medio: Pyongyang (Astiberri, 2005), Shenzen (Astiberri, 2006), Crónicas birmanas (Astiberri, 2008) y Crónicas de Jerusalén (Astiberri, 2011). Así, su presencia en esos países por razones estrictamente laborales (suyas o de su pareja) era meramente circunstancial en el desarrollo argumental y narrativo de esos tebeos. Lejos de construir tebeos/libros de viaje al uso, ha trasladado de forma rigurosa, muy interesante y directa para el lector, desde su capacidad de observador y tirando de humor pero también de anécdotas personales, las circunstancias geográficas y sociopolíticas, así como los conflictos, problemas y la cotidianidad de escenarios tan dispares como Corea del Norte, China, Birmania o Jerusalén. De esta forma, se observa cómo la realidad es la inspiración de la práctica totalidad de la obra del canadiense, tal y como puede apreciarse en esa tetralogía de Guía del mal padre (Astiberri, 2013-2019), unos deliciosos y muy desenfadados divertimentos sobre su papel como progenitor, o Escapar. Historia de un rehén (Astiberri, 2016), ocasión en la que deja de lado su ya habitual yo-personaje para relatar la historia del secuestro de un miembro de Médicos sin fronteras a finales de los 90 en la zona del Cáucaso.

Más que de kilómetros, el viaje que Delisle nos propone en Crónicas de juventud, un cómic con el que continúa transitando la línea autobiográfica, es de años.
Las viñetas de sus páginas suponen volver atrás en el tiempo a su Quebec natal para reencontrarse con su yo de 16 años que acude a su primera entrevista de trabajo. La industria papelera de Quebec fundada en 1927 -cuya actual propietaria es la White Birch Paper– y lugar donde su padre llevaba años trabajando como delineante, será su entorno de trabajo durante tres veranos consecutivos. Allí comenzará ejerciendo como operario ayudante sexta y le veremos aprender a desenvolverse entre las máquinas a lo largo de esos veranos, mientras en sendos cursos escolares -elipsis en la narración- se irá sacando el título de artes plásticas y comenzará sus estudios en la Escuela de Animación de Toronto.

Desde el particular estilo gráfico de Delisle -esquemático y caricaturesco, de trazo sencillo y juegos de grises- los lectores nos vemos transportados a ese espacio y esos años que adquirieron tanta significancia para el autor. Por el tono, la forma en que articula la composición y el relato y la manera en que se establecen las relaciones personales, Crónicas de juventud se antoja un relato ciertamente intimista, donde esos instantes de comicidad tan habituales en sus trabajos se reducen a una mínima expresión. En la nostalgia que se atisba es especialmente relevante la construcción de la relación entre Delisle y su padre. Por otra parte, en ese ecosistema que es la fábrica en el turno de 7 de la tarde a 7 de la mañana, el tiempo transcurre entre caprichoso y cadente, entre circunstancial y extremadamente ligado a las vidas de quienes acompañan a las máquinas en su producción de papel.
Además de esa formación al cargo de las máquinas (curiosísimo, por cierto, asistir al funcionamiento de esos gigantescos elementos que acaban montando bovinas de papel), se sucede paralela en esa época otro tipo de formación para Delisle y así nos lo muestra. Por una parte, lo vemos dibujando y practicando en el sótano de su casa con mucho tesón, fija su mirada en esos estudios que cursa en los meses en los que no está en la fábrica. Por otra, nos muestra el enriquecimiento que le supone como lector de tebeos y para su formación como dibujante el hecho de apreciar en toda su magnitud a creadores de la talla de Hugo Pratt o José Antonio Muñoz gracias a la colección de cómic de la biblioteca que abrió muy cerca de su casa justo en esos años. Y, además, refleja ese crecimiento que nos lleva a virar el rumbo de nuestras vidas.
A los grises tan ligados a las zonas industriales Delisle le incorpora un tono de color. Crónicas de juventud es un cómic bitono y en ese sentido difiere del grueso del resto de sus trabajos, que se limitaban a los tonos de gris o al blanco y negro. El amarillo se cuela por las viñetas como el humo procedente de la fábrica, es el cuerpo de las onomatopeyas, el elemento que complementa a la narración destacando detalles y la identificación del propio Delisle.

Reencontrarse con Guy Delisle siempre es tan agradable como esa sensación de extraña familiaridad de sentirse como de vuelta al hogar que supone reincorporarte a una rutina eventual y que encontramos en las páginas de este Crónicas de juventud. Aunque por aquel entonces ya soñaba con dedicarse profesionalmente al dibujo, seguro que no imaginaba que sobre ese soporte que producía en su época de juventud acabarían imprimiéndose sus cómics, unos trabajos que alcanzarían gran reconocimiento y que le llevarían a ser un reputado creador de tebeos.

 

Título: Crónicas de juventud
Guion y dibujo: Guy Delisle
Traducción: María Serna
Edición nacional: Astiberri
Edición original: Delcourt
Formato: Cartoné de 144 páginas.
Precio: 16 €