Dennis O’Neil, la leyenda del cómic de superhéroes

El pasado mes de junio fallecía a la edad de 81 años Dennis O’Neil (3 de mayo de 1939, 11 de junio de 2020). Guionista, editor, creador, descubre-talentos, revolucionario y leyenda. Cuando fallece una personalidad de la relevancia de O’Neil, suelen exagerarse los parabienes y los elogios a sus figuras. Por ello, afirmar que Dennis O’Neil es una de las cuatro personas más importantes de la historia de DC Comics puede sonar rimbombante, excesivo y/o incomprensible. “¿Qué hay de Carmine Infantino, Julie Schwartz o de Mort Weisinger?”, preguntarán los de un estrato generacional. “¿Por qué va a ser él más importante que Marv Wolfman, Paul Levitz o Karen Berger?”, preguntarán otros. “¿Por qué te olvidas de Geoff Johns, Frank Miller o Grant Morrison?”, dirán los más jóvenes. Pero lo cierto es que, desde el respeto y admiración a todo el mundo, O’Neil es una de las figuras más importantes de los 80 años de DC Comics junto a Gardner Fox o los siempre honoríficos Schuster y Siegel, O’Neil. Así que hemos querido dedicar este tercer número desde el relanzamiento de la revista Dolmen a explicar el porqué de su importancia y su legado. Empezamos.

Dennis O’Neil (llamado a veces “Denny”, en vez de “Dennis”) nació el 3 de mayo de 1939 en St. Loius (Missouri). Es inevitable señalar la coincidencia, tan poética como histórica, de que O’Neil naciera exactamente el mismo mes que se publicó la primera aparición de Batman en Detective Comics. Solo los taquiones pueden explicar que uno de los mejores guionistas del Caballero Oscuro y uno de sus mejores editores naciera el mismo día que el personaje. Sencillamente precioso y obligatorio de resaltar.

 

Antes de entrar a trabajar en la industria del cómic Una carrera en literatura inglesa, un ingreso en las fuerzas armaduras durante la crisis de los misiles de Cuba y un primer trabajo como reportero en un periódico local de lo más conservador formaron a un joven O’Neil, quien daba muestras de no amilanarse ante las figuras de autoridad, por mucho que fueran miembros de la armada o del cuarto poder. A mediados de los años sesenta, en aquel periódico y durante la ausencia de noticias culturales de todo verano, O’Neil aprovechó para escribir una serie de artículos sobre el revival de cómics superheroicos que triunfaban desde que Gardner Fox, Stan Lee, Jack Kirby, Carmine Infantino y compañía revolucionan una industria moribunda en el cambio de década, con la Silver Age y los cómics Marvel. “Publishers Revive Super-Hero Comics; Demand Flourishes”, titulaba en tamaño XXL en un artículo de tres páginas a seis columnas del The Southeast Missourian

Estos artículos llamaron la atención de la madre de un joven llamado Roy Thomas. Subscriptora del periódico y conocedora de la afición de su hijo, le enseño aquellas páginas a Thomas y enseguida descubrieron que vivían a veinte kilómetros de distancia. Cuando Thomas ingresó en Marvel en 1965, sugirió a Stan Lee[1] contratar también a “ese periodista de Missouri” y, casi sin quererlo, O’Neil se encontró en las oficinas de Marvel Comics realizando el ya clásico “test de escritor, marca Stan Lee”. Ya saben: poner diálogos a cuatro páginas de Los Cuatro Fantásticos de Jack Kirby. O’Neil aprobó el test, aunque su interés en guionizar cómics no era mayor que “hacer crucigramas”, como admitiría más tarde. Era un aficionado, pero no se consideraba un escritor, pero las necesidades económicas de su novia y las ganas de perder de vista a su jefe en el periódico le hicieron dar el paso y mudarse a New York. Desde aquella alergia a la pretenciosidad, O’Neil acabaría triunfando en la industria y fue contratado para formar parte de la plantilla de Marvel Comics con 26 años. Una Marvel en expansión.

En cuanto Stan Lee se vio incapaz de “escribir” todas las series por su cuenta, pidió ayuda a Roy Thomas. Y cuando Roy Thomas necesitaba ayuda, pidieron ayuda a Dennis O’Neil. Así, el nuevo chico de la oficina asumió las riendas de algunos números de Millie The Model[2] o Patsy Walker, lo cual recordaba como una experiencia necesaria. “En aquellos años no sabíamos si iba a haber alguien que leyera esos cómics y eso es lo mejor que nos podía pasar. Nos permitió aprender a escribir cómics, los conceptos más básicos, los mecanismos. Y hacerlo sin la presión editorial. Eso ya no ocurre hoy en día”. Pronto, Lee asignó a O’Neil encargarse las aventuras del Doctor Extraño, que compartía antología con Nick Furia en Strange Tales. Allí se encargó de poner diálogos a cinco números (145-149). ¡Pero no fueron unos números cualquiera! Es conveniente resaltar que el número #146 fue el último de Steve Ditko para Marvel. Un “marrón” para el recién llegado del que salió sin arañazos. “The End… at last!”, era el título de aquel capítulo en el que el Barón Mordo y el Doctor Extraño se enfrentaban ante Eternidad y en el que el lector Marvel descubría, por fin, cuál era el nombre real de esa enigmática chica de pelo canoso y medias hipnotizantes: “There is much pleasure in speaking my name to you, Dr. Strange. It is Clea”, exclamaban las viñetas dialogadas por O’Neil. Entre sus otros créditos de aquellos años para este “chico de los recados” se encuentran diálogos en media docena de números de Rawhide Kid, una docena de Millie the Model y episodios sueltos de Daredevil, Ghost Rider o Two-Gun Kid.

Si aquellos trabajos pasaron desapercibidos para casi todos los Marvel Zombies de aquellos años, los siguientes iban a ser todavía más invisibles para el lector de cómics, porque utilizaría un pseudónimo. Pero antes, conviene contextualizar. Esta práctica era muy habitual en aquellos años., por dos motivos. Uno: por vergüenza al considerar el medio del cómic un medio menor que les alejara de aspiraciones mayores como escribir libros o en revistas de prestigio. Y dos: por miedo a represalias de otras editoriales. Cuando Marvel Comics empezó a capturar la atención de varias generaciones de lectores, en DC Comics se encontraron confusos, preocupados y sobre todo, descolocados. Desde las altas esferas no comprendían como “aquellos cómics con un dibujo tan feo” pudieran ser más exitosos que los suyos, pero los dibujantes tenían muchas ganas de intentar trabajar en Marvel. Por miedo a que sus jefes descubrieran que estaban trabajando para Marvel u otras editoriales, era habitual utilizar pseudónimos. O’Neil eligió utilizar un pseudónimo por las dos razones. Por un lado, quería evitar que se enterase el editor de una revista de prensa profesional donde trabajaba. De nombre Newsfront, allí nuestro protagonista llegó incluso a entrevistar al Jefe de Protocolo del presidente Johnson. Por otro lado, no quería que Stan Lee se enterase que iba a trabajar en otras editoriales. Años más tarde reconocería que si ambos se hubieran enterado, no le habrían puesto ningún problema.

En el número dos de Space Adventures, un cómic publicado por Charlton Comics en 1968, los créditos en la primera hoja incluían a un tal Sergius O’Schaugnessy como guionista y a Steve Ditko, Jim Aparo y Pat Boyette como dibujantes. Y sí, lo habéis acertado: ese “O’Schaugnessy” era O’Neil, quien volvía a colaborar con Ditko en la editorial dirigida por Dick Giordiano, uno de los mayores cazatalentos de la historia del cómic. “En Charlton podía escribir un poco de todo. Y de hecho, estoy agradecido por ello: westerns, superhéroes, policías, adolescentes, ciencia ficción, misterio… En Marvel tenía que escribir como escribía Stan Lee. No me importaba, porque todo el mundo empieza imitando a alguien y a mí me tocó hacerlo con el el mayor guionista de nuestra época. Sin embargo, aquí podía aprender a encontrar mi propia voz porque no había reglas de estilo en la editorial”, explicaba O’Neil. En Charlton pagan muy poco, una tercera parte de lo que pagaban en Marvel, pero la libertad era absoluta y “Giordiano fue uno de los editores menos intrusivos que he tenido en mi carrera, junto a Louise Simonson”. De esta época, O’Neil destaca su historia Children of Doom como una de las mejores de toda su carrera, realizada en menos de dos días y con dibujo de Pat Boyette. O’Neil estuvo un año y medio trabajando en Charlton (Thunderbolt, Hercules, Cheyenne Kid, Texas Rangers in Action…) .

¿Quieres seguir haciendo lo mismo, pero ganar el triple de dinero?”, preguntó un día Giordiano a O’Neil. Justo antes del cambio de década, Steve Ditko[3] fue contratado por DC Comics y recomendó a sus nuevos jefes que contratasen a Dick Giordiano como editor, para que se encargase de los títulos de misterio y suspense. Aquellos años del cambio de década de DC Comics fueron tiempos convulsos porque buena parte de su plantilla de guionistas había sido despedida después de que exigieran seguro médico. Autores tan relevantes como Gardner Fox no volvieron a trabajar para DC Comics y Arnold Drake hizo algún trabajo más como freelance y nada más. “La relación entre las editoriales y sus freelance se había roto más allá de cualquier arreglo. Por aquel entonces no había contratos, solo una confianza mutua que había desaparecido para siempre por la polémica del seguro médico. Hoy, se habría informado de aquellos despidos en The New York Times, pero por aquel entonces los autores estaban completamente invisibilizados”, recuerda O’Neil que le había contado Paul Levitz. Y aquella fue nuestra oportunidad. A Dick Giordiano le dijeron que podía traer con él a cuatro guionistas o dibujantes. Ni uno más. Los elegidos fueron Pay Boyette, Steve Skeates, Jim Aparo y Dennis O’Neil. Además,DC Comics también contrató a Gary Friedrich y Mike Friedrich (recordad: ambos Friedrich no tienen relación familiar alguna) y, un poco antes, a Neal Adams. “Adams fue el primer nuevo dibujante que contrató DC Comics desde 1955 y la desgracia del Comics Code”, recuerda quien acabaría siendo su colaborador en varias obras maestras del a editorial.

 

Era 1968 y, con menos de tres años de experiencia, Dennis O’Neil había llegado a DC Comics. Allí iba a hacer historia.

Uno de sus primeros trabajos fue Beware The Creeper, coincidiendo con Steve Ditko por tercera vez y en su tercera editorial. Sin embargo, aunque nunca hubo una mala palabra entre ambos, no había química. “Tengo la intuición de que a Steve no le gustaba lo que yo hacía. Le respeto y es una de las personas de este planeta con las que menos estoy de acuerdo, filosóficamente hablando.” Para más detalles sobre esta relación y los años de O’Neil y Ditko en Charlton os recomendamos la lectura del artículo de la Dolmen 293. Tras ese encargo vinieron otros: una primera etapa en Green Lantern, unos números en la Liga de la Justicia… Siempre bajo el amparo de Julie Schwartz. “DC era una editorial muy territorial. Si trabajabas para Murray Boltinoff, no podías trabajar para Jack Schiff. Si trabajabas para Mort Weisinger, no podías hacerlo para Schwartz. Esas barreras artificiales estaban a punto de disolverse casi sin querer, pero por aquel entonces eran infranqueables”, recordaba O’Neil. La confianza depositada en el jovencísimo O’Neil por parte de Dick Giordano y Julie Schwartz sirvió para que tras la marcha de ambos (polémica la primera, pacífica la segunda) el guionista se mantuviera en la editorial sin problemas. Eso y que todos sus trabajos eran excelentes.

En la próxima década, O’Neil iba a revolucionar y reinventar a los grandes iconos de la editorial. A todos SIN EXCEPCIÓN. Superman, Batman, Wonder Woman, Green Lantern, Green Arrow, la Liga de La Justicia, Flash… A todos.

Cambié a los tres grandes personajes de DC (Batman, Superman y Wonder Woman) pero solo uno de ellos fue verdaderamente exitoso. Y lo de Wonder Woman se recordó como un fracaso durante mucho tiempo”, reflexionaba O’Neil sobre sus “hit and miss”, éxitos y fracasos. Siguiendo un orden cronológico hay que hablar primero de este último, breve pero polémico. El editor Carmine Infantino quería rejuvenecer un personaje que estaba quedando caduco entre el fándom y O’Neil eligió un enfoque que pasaba por convertir a Diana en una agente secreto, aprovechando el éxito de audiencias y popularidad de Emma Peel en Los Vengadores (la serie británica de espionaje que se estaba emitiendo en USA en aquellos años). ¿El resultado? La etapa más polémica de los 80 años de Wonder Woman. Entre los números #178 y #181 de Wonder Woman, O’Neil asumió el mando de Wonder Woman con el dibujo de Mike Sekowsky y las tintas de Giordano. Allí, la princesa Diana abandona su herencia amazona y se entrena en la disciplina de las artes marciales con el sensei I-Ching. Fuera poderes, exiliada de su comunidad amazónica y fuera uniforme, sustituyéndolo por un traje completamente blanco. Y para rematar la faena, al mes siguiente, en el número #69 de la Liga de la Justicia, esta nueva Diana Prince abandonaba el grupo. “No, Flash. I WAS Wonder Woman. I’ve lost my amazon powers. My main reason for coming here is to… resign! I’m no more than an ordinary mortal now. Much as I admire the Justice League, I feel I no longer have a place in it”. Y tras ello, Diana se alejaba del grupo mientras Flash sentía lástima por Wonder Woman, en un globo de pensamiento que decía “Siempre he pensado que algún día Superman se casaría con ella… Ahora será imposible”. Cosas de la época…

La polémica no se hizo esperar y llegó incluso a las páginas de la feminista Gloria Steinem, que escribió sobre ello en el primer número de la revista Ms., sin mencionar en su alegato ni una sola vez el nombre de Dennis O’Neil.Yo estaba tratando de ser feminista. Creía que estaba sirviendo a la causa del feminismo. En su momento no lo veía”, declaró O’Neil cuarenta años después de haber escrito aquella historia. Tras esos cuatro números, se enteró que ya no era el guionista de la serie de la misma manera que solía ocurrir en aquellos años “vi un dibujante trabajando en un guión que no había escrito yo. A veces ni se molestaban en decirte que ya no era tu encargo”. Afortunadamente, O’Neil tuvo la oportunidad de redimirse a sí mismo y cerrar la era de “Diana Prince e I-Ching” en los números #199-200 de la serie, acompañándose del prestigioso guionista de ciencia ficción Samuel R. Delany. Aunque, realmente, quien volvió a “meter el genio en la botella” fue Robert Kanigher, en el número #204. I-Ching moría en la tercera página de la forma más conveniente y rápida posible y Wonder Woman acababa vistiendo su uniforme original en el mismo número que debutaba Nubia.

En definitiva, una de las pocas manchas en el currículum de O’Neil. Aunque podría haber sido peor. Podría haber sido… Armageddon 2001. Pero ya llegaremos a eso, ya…

Challengers of the Unkonwn, Bat Lash (una joya junto a Sergio Aragonés),The Atom and Hawkman, Nightmaster (donde apostó por la Espada y Brujería un año antes de que Conan llegara al os cómics Marvel), la mencionada Justice League (donde introdujo temas sociales y políticos antes de hacerlo en Green Lantern/Green Arrow)… O’Neil parecía tener la gema del infinito de la omnipresencia. Estaba en todas las series. Era cuestión de tiempo que llegara a cruzarse con el hombre murciélago de Gotham City. Allí, junto a Neal Adams, revolucionarían al personaje para los próximos veinte años. Sin embargo, es conveniente recalcar que esa revolución ya la habían empezado cada uno por separado antes de trabajar juntos… y que cuando trabajaron juntos tampoco fue una colaboración muy estrecha precisamente. Vamos a explicarlo.

La primera historia de O’Neil con Batman fue la segunda en ver la luz. La historia titulada Carnival of the Cursed (Batman #224) con dibujo de Irv Novick y tintas de Dick Giordano (portada, eso sí, de Neal Adams) ya aposaba por huir del estilo “camp” de la serie de televisión de 1966, ya fuera de las pantallas. Lejos de Gotham City, sin presencia de Robin, con un tono más detectivesco y oscuro (mucha lluvia) y con referencias culturales en un pasaje de Nueva Orleans. Neal Adams, por su cuenta, también había revolucionado la estética del icono de DC Comics en las páginas de Brave and the Bold, donde la leyenda apuntaba que también “metía mano” en los guiones de Bob Haney, forzando los escenarios en ambientes nocturnos en vez de diurnos y alejando al personaje de aquellos relatos Golden/Silver.Después del Comics Code, Batman pasó a verse envuelto en historias de ciencia ficción, viajes en el tiempo, alienígenas y demás. No creo que eso deba ser el enfoque más adecuado para el personaje. Entiendo que aquellos eran los años de la caza de brujas y hablar de crímenes y detectives en los cómics no era muy adecuado. Muchos creadores evitaron durante mucho tiempo cualquier contenido que pudiera molestar a alguien, pero con eso lo que ocurrió es que en la serie de Batman se vivieran aventuras similares a las de la serie de Superman: aliens, una mujer tratando de descubrir su identidad secreta o lo que fuera”, sentenciaba Dennis O’Neil en una entrevista concedida cuarenta años después de su etapa en Batman. Tanto él como Neal Adams iban a cambiar eso.

La primera colaboración del tandem con el alter ego de Bruce Wayne fue en The Secret of the Waiting Graves (Detective Comics #395), un cómic publicado en Enero de 1970. Ambientado en México, lejos de los tejados y las gárgolas de Gotham City, marcó el inicio de esta colaboración, aunque ello no significaba que fueran el equipo creativo titular de la serie. Esta es una percepción errónea que se ha extraído de aquellos años, pero está lejos de ser verdad y conviene ser contextualizada. Sus números continuarían apareciendo hasta final de 1972, pero sin ninguna continuidad y tan pronto un mes salía una historia de 16 páginas en Detective Comics como al mes siguiente un cómic completo Batman como al mes siguiente ninguna página. “Julie Schwartz estaba tratando de cumplir con sus labores editoriales. Editar era muy fácil y los más veteranos así te lo explicaban: no había expectaciones. No había promoción de los equipos creativos y no había relaciones públicas. Si un día unos autores no aparecían, no había que dar más explicaciones. El tipo de historias que se contaban podían valer tanto para Detective como para Batman, que es algo que yo luego intenté evitar durante mi etapa como editor”, recordaba O’Neil. Y es que tan pronto un mes salía una historia de Frank Robbins como aparecía un relato de Mike Friedrich.

De hecho, la “colaboración” O’Neil/Adams fue importante y revolucionaria, pero distaba mucho de ser una colaboración con feedback entre ambos autores, como al menos sí lo fue en su posterior Green Lantern/Green Arrow. De hecho, hay más cómics del Batman Dennis O’Neil dibujados por el siempre olvidado Irv Novick que por Neal Adams. Y es más, otra de las percepciones erróneas y recurrentes del fándom es que Neal Adams creó a Talia Al Ghul, y no es así. La hija de Ra’s al Ghul apareció en Detective Comics #411 (Mayo de 1971), un mes antes que el debut de su padre en la otra cabecera, Batman #232. Ra’s si fue diseñado por Neal Adams, pero su hija fue co-creada por Bob Brown con ideas de O’Neil y Giordano. Pero, ay, aquel beso entre Talia y Batman dibujado por Neal Adams fue lo que marcó en el imaginario colectivo de dos o tres generaciones de bat-lectores. Pero sin duda, la interpretación de O’Neil de este Batman más oscuro, obsesionado con la venganza, siempre pendiente de que se encienda la bat-señal sobre el cielo de Gotham para continuar con su cruzada, influenció a lectores y futuros autores. Y todo ello respetando el legado de Bob Kane y Bill Finger. Una evolución que marcó al personaje hasta final de siglo.

La saga de la Hija del Demonio, la revitalización del Joker en la aventura The Joker’s Five-Way Revenge (Batman #251, septiembre de… ¡1973)) o la recuperación de personajes como Harvey Dent (un villano clásico desaparecido durante décadas por culpa del Comics Code) o de Catwoman (casi por el mismo motivo) son relatos clave, así como el primer encuentro entre Batman y The Shadow, un personaje en el que Bob Kane se inspiró profundamente para crear a su vigilante. Este último cómic, Batman #253, tenía un dibujo espectacular del mencionado Irv Novick.

Pocos meses después de empezar a trabajar en Batman, ambos autores hicieron lo mismo en Green Lantern/Green Arrow, aunque de nuevo hay una parte de aleatoriedad y de casualidad necesaria en toda obra maestra artística. Y es que cuando O’Neil entró sus primeros guiones para la serie de Hal Jordan y Oliver Queen, él estaba convencido que serían dibujados por Gil Kane, el dibujante titular de la serie. Para nada pensó al escribir esos guiones que serían dibujados por Neal Adams. “Entregué mi guión y a Julie le gustó. Cuando ví las pruebas de imprenta de mi primer número, me quedé de piedra. Neal había dibujado como los ángeles todas las páginas, y especialmente las tres últimas viñetas del primer capítulo”. Llamó la atención de lectores y prensa generalista por igual, y a partir de ahí se convirtieron en el equipo creativo titular. Previamente, en Brave and the Bold y como había hecho con Wonder Woman, O’Neil apostó por “desnudar” al personaje titular, sacarle fuera de su zona de confort. De la noche a la mañana, Oliver Queen perdía toda su fortuna y su fama de playboy, convirtiéndose en un héroe urbano “para que no fuera otro clon de Bruce Wayne” (O’Neil dixit). Sumado al nuevo diseño del uniforme de Queen, el personaje quedó redefinido para la posteridad, hasta la actualidad.

Las políticas de izquierdas, la subtrama de Speedy adicto a la heroína y un dibujo espectacular hicieron que ambos autores fueran solicitados para aparecer en televisión nacional o en la radio. Años después, O’Neil seguía sin entender cómo habían podido triunfar tanto. “No enseñamos chicas desnudas, no había mucho gore, era un cómic bastante estándar. Hacíamos las historias sin mucho input de la editorial. Yo me reunía con Julie una vez al mes, me aprobaba la historia y se la mandaba a Neal Adams. La única ocasión que hablé con Adams fue en la historia de las drogas. Fuimos juntos a Manhattan a un par de centros de rehabilitación, aunque no recuerdo si usamos algo en específico para los cómics”. En una editorial como DC en la que lo más “Clásico” que se suele publicar y reeditar continuamente es La Cosa del Pantano de Alan Moore de principios de los 80, esta etapa en Green Lantern/Green Arrow y El Cuarto Mundo de Jack Kirby son las dos excepciones que encuentran un hueco en el catálogo de reimpresiones de DC. Por algo será.

Por cierto, aquellos números no se titulaban originalmente Green Lantern/Green Arrow. Eso fue después, en ediciones y reediciones varias. Originalmente, aquellos números eran simplemente episodios de Green Lantern co-protagonizados por Green Arrow. Fueron los números #76 a #89, con un fill-in en el número #88, un número después del debut de John Stewart (diciembre de 1971). Y, tras el número #89… ¡la serie fue cancelada! Este dato suele omitirse al hacer los análisis, pero esta fue la cruda realidad. Ni el mejor equipo creativo de la historia de DC en su pico de forma fueron capaces de salvar la serie de Hal Jordan. Cuatro años después, O’Neil asumió de nuevo el cargo de la serie continuando desde la numeración anterior (algo que hoy en día no ocurriría ni locos) y estuvo en ella casi cuarenta números, hasta su regreso a Marvel. Sin embargo, esta DC Comics de 1976 era muy distinta de la DC Comics de 1972 y en el enfoque que permitieron a O’Neil no había espacio para la introspección, la identidad americana o, sin ir más lejos, Green Arrow. De hecho, el propio personaje también tuvo que salir de la Liga de la Justicia. Por ello, esta segunda etapa con el policía espacial esmeralda es básicamente recordada por el dibujo de Mike Grell en su camino a convertirse en una super-estrella en los años ochenta.

Inciso: Ahora que hemos llegado al final de sus primeras colaboraciones con Neal Adams, es interesante señalar que ambos colaboraron en un único número de los X-Men, para Stan Lee en Marvel. El famoso número #65 (Febrero de 1970) donde, oh sorpresa, resultaba que el Profesor Xavier no estaba muerto sino que se había ido de parranda. De las tres veces que esto ha ocurrido con Charles Xavier (sigh…), esta fue la más torpe. Pero, eran otros tiempos… Regresemos a DC.

Tras el éxito con Hal Jordan, Oliver Queen, Bruce Wayne y el pequeño traspiés con Diana Prince, el siguiente revival histórico y de calado iba a ser Superman. Hay una regla no escrita que estipula que cada quince años Superman es rebooteado dentro de la editorial. Desde su nacimiento a finales de los treinta, Mort Weisinger lo revitalizó a mediados de los cincuenta con todos los conceptos “de famila”, Denny O’Neil hizo un gran lavado de cara (y reducción de poder a comienzos de los setenta) y John Byrne lo relazó por todo lo alto a mitad de los ochenta, para ser Jeph Loeb y compañía quienes retconearan algunas cosas con el cambio de siglo tras la propuesta abortada de Morrison, Waid y Millar. Oh, si. De Los Nuevos 52 mejor no hablamos. Sin embargo, de todo estos reboots/revivals se olvida siempre el de Dennys O’Neil, y es posible que sea el más importante de todos ellos. Y todo tiene su explicación.

De Batman siempre se justifica que sus historias en los sesenta eran “meh” por culpa de la serie de televisión camp. “Julie Schwartz me pidió relanzar a Superman, pero yo tenía mis dudas. No se me da bien escribir sobre los semi-dioses. Y Superman era mucho más que eso en aquel momento de los 70.  De hecho, esa fue una de las razones por las que dejé de escribir a la Liga de la Justicia, porque como guionista no podía conciliar tantas personas superpoderosas a la vez y ser capaz de ponerles en peligro. Si no van a estar en verdadero peligro… ¿de qué va realmente la historia?”, recuerda O’Neil. El guionista se aprovechó de su condición de estrella emergente y de su buena relación con el editor para asumir el encargo (Superman #223, con Curt Swan) con la condición de que le dejara rebajar su nivel de poder con total libertad. Y así fue. Su Superman seguía siendo capaz de volar, pero ya no iba a poder mover planetas con su súper-aliento como si fueran las velas de una tarta. Aquellos números, a pesar de ser pocos (un año de historias) ya son historia del hombre de acero y regalaron viñetas icónicas como Superman masticando la kryptonita, en la saga de Kryptonita Nevermore. Como el propio título indica, la kryptonita desparecía del mito y el nivel de poder de Superman se rebajaba convenientemente (¡lo hizo un mago!), para hacer creíble sus historias. Puede parecer que lo que hizo era lógico o sencillo, pero por eso es conveniente contextualizar una vez más. Porque hay que recordar que un año antes la serie de Superman consistía en ver cómo Superman cuidaba a un bebé con súper-cerebro (literalmente, su cabeza de bebé era XXL, Superman #224), se enfrentaba al enésimo impostor que lo encarcelaba (#225) o se convertía en un King Kong XXL por culpa de kyrptonita roja (#226). ¡Ese era el nivel del Superman de DC en plenos años 70! No hace falta ni recordar lo que a esas alturas estaba publicando Marvel, por qué las comparaciones eran odiosas y por qué, por todo ello, Dennis O’Neil fue tan importante. Revolucionó DC Comics e hizo competitivos a sus personajes ante una Marvel que, en un pestañeo de DC, les había adelantado por la izquierda y por la derecha.

Y de propina, unos años más tarde, Superman vs Muhammad Ali (1978), del que tenéis un extenso repaso al lado de estas páginas. Y, también al lado de estas páginas, podréis leer un extraordinario artículo sobre otro de los siguientes proyectos de O’Neil en aquellos años: The Shadow, junto a Michael Kaluta. Serie o personaje que tocaba, serie o personaje que convertía en un éxito. Quizás (quizás), si algún proyecto no salió del todo bien es el protagonizado por el Capitán Marvel (Shazam), ya fuera con las diferencias de enfoque con su C.C. Beck. El dibujante y co-creador de Shazam regresaba para colaborar en este primer relanzamiento en DC… ¡treinta y cinco años después de su creación! Un caso verdaderamente único. Shazam fue creado en 1939… y este relanzamiento se realizó en 1973. La capacidad de convicción de Beck para ser elegido como dibujante de esta serie (no había ningún motivo contractual ni legal para ello).

Como hemos comentado anteriormente, tras un final de los años sesenta espectacular y unos años setenta revolucionarios, Dennis O’Neil regresó a Marvel. La DC de Jenette Kahn era muy distinta a la que él había conocido. La polémica salida de Dick Giordano su gran valedor en DC Comics, para fundar Continuity Studios junto a Neal Adams, fue un golpe duro, aunque ambos volverían a cruzar sus caminos y los de DC años más tarde. ¡Y de qué manera! Por ello, aunque era el guionista estrella de la compañía, O’Neil sentía que tenía que pelear mucho para sacar adelante sus proyectos más personales. Mientras la Marvel más inmersa en la contracultura de los setenta no dudaba en apostar por Shang-Chi o Iron First para capitalizar el tirón de las artes marciales en los Usa, O’Neil veía como sus editores le retrasaban año tras año su idea de lanzar a Richard Dragon. O’Neil, que ya había utilizado a I-Ching años antes o lo había intentado con el Stranger SportStories de 1973, pero la negativa de DC le frustraba. Para cuando la serie llegó al mercado… ya no interesaba a nadie. Se había pasado la moda. Al menos, le dejaron publicar la adaptción de Fafrn y el Ratonero Gris, con dibujo de un jovencísimo Howard Chaykin. Una de las mejores obras en el currículum de O’Neil.

Sin embargo, la razón para cambiarse a Marvel fue puramente económica. Tras la exposición mediática en radio y televisión a raíz de su etapa en Green Lantern/Green Arrow, con giras por varios canales de tv, O’Neil entró en una espiral de problemas personales serios. Esta mala racha personal acabó en divorcio años después, con ciertos coqueteos con la bebida y un hijo empezando la universidad. La necesidad de ingresar más dinero le hizo buscar activamente más ingresos. Dado que no podía escribir más series al mes, aceptó ser editor. “Por aquel entonces estaba escribiendo un libro para Scholastic Publications de la historia de los cómics y allí tuve la oportunidad de entrevistar a Jim Shooter. En esa entrevista me ofreció un trabajo como editor, y era algo que podía hacer con el lado izquierdo de mi cerebro mientras seguía escribiendo otras series. Pregunté a DC a ver si podían contra-ofertar, pero no había nada disponible para mí. Era la peor etapa de mi vida, que acababa con todos los días llenando un termo de brandy barato”, recordaba O’Neil. Y así, O’Neil regresó a Marvel.

Evidentemente, la Marvel de 1980 también era muy distinta de la Marvel de Stan Lee que él conoció en 1965. La Casa de las Ideas había emprendido su viaje de la contracultura al centro de la cultura pop y en ella trabajaban grandes artistas que dejaron su marca en la editorial. El listón estaba muy alto para un O’Neil que llegó allí en calidad tanto de editor como de guionista. Dejar huella en Marvel iba a ser difícil, pero no se amilanó. Una etapa de un año en Amazing Spider-Man (co-creando a Madame Web y a Hydro Man), una etapa de cuatro años en Iron Man sucediendo, sin vértigo ninguno y con gran calidad, a David Michelinie, Bob Layton y John Romita Jr. y una etapa en Daredevil entre la primera y la segunda (Born Again) de Frank Miller, no excesivamente bien considerada por los aficionados, utilizando un eufemismo cordial. Tanto de la etapa del hombre de hierro con la segunda crisis alcohólica, James Rhodes asumiendo la armadura de Iron Man (de nuevo un superhéroe negro sustituyendo al titular blanco, como con John Stewart), Obadiah Stane, la armadura Centurión de Plata como de la de Daredevil tenéis artículos anexos en esta revista, pero merece la pena destacar varios sucesos de esta etapa marvelita.

Por un lado, fue el descubridor de Frank Miller, con quien además colaboró dos anuales de Amazing Spiderman. Era 1979 y Miller tan solo llevaba un año trabajando como profesional y en el número #159 empezó a trabajar como dibujante del Daredevil de Roger McKenzie,. Sin embargo, a Miller no le gustaban los guiones de McKenzie y la serie languidecía en ventas. Afortunadamente, cuatro números después O’Neil sustituyó a Al Milgrom como editor de la serie y su primera decisión fue despedir/realojar a McKenzie en otra serie y otorgar plenos poderes a Miller para hacer historia. Con mayúsculas, en negrita y todo el neón que haga falta. Ambos autores fraguaron una gran amistad que, años más tarde, llevaría a O’Neil a confiar el destino de Batman en un escenario post-Crisis y, de nuevo, hacer historia con mayúsculas, en negrita, etc.

Inciso: en aquellos años de idas y vueltas, vasos comunicantes y ausencia de contratos en exclusiva, Dennis O’Neil y Frank Miller colaboraron juntos también en otro cómic de la Distinguida Competencia, siendo este el primer contacto profesional de Miller con Batman. Se trata del DC Special Series #21 (abril 1980). Se trata de un número que reunía pequeñas historias de, ¡atentos!, Paul Levitz y Jose Luis García-López con la Legión de Superhéroes, Michael Fleisher y Dick Ayers con Jonah Hex, Robert Kanigher y Dick Ayers con el Sargento Rock y Bob Rozaks y Romeo Tanghal con House of Mystery, además del tándem O’Neil/Miller. Gloria pura.

Respecto al resto de su etapa en Marvel, y ya a nivel de curiosidad, suele atribuirse a Dennis O’Neil la lucidez de poner el nombre de Optimus Prime al líder de los Autobots, para la franquicia de los Transformers que publicó Marvel con éxito en aquella década.

En 1980, mientras O’Neil emprendía el camino de vuelta a Marvel, Dick Giordano regresba DC Comics. Cosas de la vida. Realmente nunca se había ido del todo, porque había continuado trabajando de entintador freelance. Pero los puestos editoriales eran otra cosa. A pesar de las discrepancias pasadas, Jenette Kahn le confió las riendas de la franquicia de Batman y enseguida fue subiendo en la pirámide de poder editorial, siendo elegido Vicepresidente y Editor Ejecutivo de DC Comics en 1983, un puesto que mantuvo hasta 1993. Su trabajo, junto con el de Paul Levitz y Karen Berger, ayudó a redefinir la DC Comics que iba a enfrentarse a su reto más importante. ¿Las Crisis en Tierras Infinitas? No. El escenario inmediatamente posterior. El relanzamiento en masa de todo el catálogo DC tras las Crisis. Para relanzar la franquicia de Batman, Giordano pidió expresamente a la editorial que contratara de nuevo a Dennis O’Neil. Fueron muchas las negativas que se encontró, contragolpeadas con insistencia. Giordano lo tenia claro. Si alguien tenía que ser el editor de la bat-franquicia, ese era O’Neil. No le fue fácil, pero se salió con la suya. En 1986, O’Neil se convertía el editor de la familia de títulos de Batman, un puesto que no abandonaría hasta su retiro editorial, en el año 2000. Su trabajo ahí, además los guiones que siguió escribiendo, justifica de sobra la afirmación hecha en la introducción. Uno de los mejores guionistas de la historia de DC + uno de los mejores editores = una de las cuatro mejores personalidades de la historia de DC. Simple.

 

Y es que su primera decisión como bat-editor fue tirar de agenda de teléfonos y contratar a Frank Miller para relanzar Batman, en solitario en el Dark Knight Returns y junto a David Mazzuccheli en el Batman: Año Uno[4]. Desde su puesto, O’Neil se encargó de preservar el legado que él mismo había construido con Neal Adams, alejando al héroe de la faceta más “súper” y centrándolo en entornos de vigilante y detective. Con el paso de los años por allí pasaron autores de la talla de Mike W. Barr, Alan Davis, Todd McFarlane, Norm Breyfogle, Jim Starlin, Jim Aparo, Alan Grant, Peter Milligan, Chuck Dixon, Doug Moench, Grham Nolan, Kelley Jones, Scott McDaniel, Greg Rucka, Devin Grayson, Ed Brubaker, Shawn Martinbrough, Rick Burchett… Una visión editorial del personaje dirigida, pero nada autoritaria que consiguió regatear a la infamia de los años noventa a través de eventos continuos e interesantes por separado y conjuntamente, los cuales han resistido el paso del tiempo de una forma encomiable. Desde la Muerte de Jason Todd hasta La Caida del Murciélago pasando por Cataclismo, Contagio o su traca final: Bruce Wayne: Asesino y Bruce Wayne: Fugitivo.

Y no solo Batman. Fue el encargado de dar luz verde a las series satélite de la franquicia de aquellos años, todas con acierto creativo y sin una sensación de agotamiento a la vista. Despacito para no saturar a los aficionados. Desde la primera miniserie de Nightwing (escrita por él mismo) hasta Aves de Presa o las miniseries de Robin, siendo la primera de ellas (atentos todos) el producto más vendido de DC Comics en 1991 y los únicos cuatro cómics que DC Comics consiguió introducir en el Top100 de ventas anual, en plena lucha con el X-Force de Liefeld o los X-Men de Jim Lee.

Y todo ello mientras, atentos, guionizaba cien números de Azrael, el personaje que co-creo junto a jovencísimo Joe Quesada en la miniserie Batman: Sword of Azrael. ¡¡¡¡Cien números!!!!! Entre febrero de 1995 y mayo de 2003.

Lo cierto es que la relación excelente entre Miller y O’Neil de aquellos años se fue deteriorando ligeramente con el paso del tiempo, sumado al hecho que Miller eligió estar un tiempo lejos de Marvel y DC por motivos de sobra conocidos. Por ello, tras Año Uno y el Dark Kinght Returns, Miller no volvió a colaborar en el resto de siglo con DC, pero a O’Neil no le hizo falta porque encontró el talento, la armonía y las ideas suficientes para mantener al personaje en la línea detectivesca y oscura que había establecido treinta años antes. Eso sí, en cuanto Dennis O’Neil abandonó las labores editoriales como editor de la franquicia, el nuevo editor Bob Schreck tardó media hora en tomar dos decisiones que iban a ir en el sentido opuesto a lo establecido por O’Neil en quince años. La primera, llamó a Jeph Loeb y a Jim Lee para que devolvieran a Batman al género superheroico. Nada de grim and gritty. Nada de detective. Ahora querían aventuras. Batman en modo superhéroe. La segunda decisión fue llamar a Frank Miller, con quien O’Neil ya no se hablaba. ¿El resultado? Dark Knight Strikes Again. En menos de medio año, los aficionados ya lamentaban la marcha de O’Neil (y de Brubaker, Rucka, Grayson…).

Pero tras las Crisis no solo de Batman vivió O’Neil. Hubo tiempo para más trabajos, entre los que destacan dos principalmente. Una para bien, y otra para mal. Hablamos de The Question y de Armageddon 2001. O’Neil asumió el reto de relanzar dentro de DC las aventuras del personaje creado por Steve Ditko para Charlton Comics: The Question. Tras haber “esquivado la bala” de ser usado por Alan Moore y Dave Gibbons en Watchmen (al final acabó naciendo Rorschach… para morir al final), las comparaciones podían ser odiosas. Pero en la mejor de las compañías (dibujo de Denys Cowan y portadas de Bill Sienkiewicz), O’Neil salió airoso. No en vano, no lo olvidemos, estamos hablando de un guionista que estuvo presente en Charlton durante los años de Steve Ditko, con quien colaboró ahí. Aunque las sensibilidades eran distintas, el respeto y el conocimiento no eran ajenos a nuestro protagonista. Puede parecer fácil a posteriori, pero conviene recordar que de todos los personajes de la “quinta Charlton”, este es al que mejor provecho creativo se le ha sacado. Treinta y seis números, dos anuales y cinco especiales y convirtiéndose al momento en una serie de culto, publicada en España en su día por Zinco y recopilada íntegramente por parte de Planeta en 2008 en la línea Clásicos DC, por si algún despistado quiere hacerse con esta obra maestra.

O’Neil es inteligente. Sabe que él no es Steve Ditko. Y tampoco quiere serlo. Su The Question no será el The Question de Ditko. Por ello, en el primer número, Vic recibe una paliza de Lady Shiva (la mejor luchadora mano a mano del Universo DC) que le deja al borde de la muerte, dando comienzo la caída y alzamiento del héroe. Este “renacimiento” funciona narrativamente como una coartada argumental y creativa para explicar las diferencias con la versión del The Question de Ditko. No hay nada que se le pueda echar en cara. Un tipo inteligente y respetuoso, este O’Neil… Además de recuperar a Aristotle Rodor como mentor, O’Neil incorporó a dos creaciones propias como la mencionada Lady Shiva (que también haría las funciones de entrenadora de Vic Sage) y de Richard Dragon (nuevo mentor y profesor de artes marciales y filosofía), además de a Myra Fermin como interés romántico. Ambientada en Hub City, la única ciudad DC más corrupta que Gotham City y donde a Rorschach le daría un aneurisma, la doble carrera como periodista y vigilante llevaría al protagonista a una lucha por mantener la cordura, deshacerse de su identidad “sin cara” y evitar las tentaciones continuas de matar a sus oponentes. La curiosidad al comprobar lo bien que se siente al matar a otra persona y los debates filosóficos y éticos que surgen de ello son aspectos ditkianos bien incorporados de la mano de O’Neil, aunque guionistas futuros (Mike Grell, Rick Veitch) le harían asesinar sin mucha contemplación. Como curiosidad, y no menor, en The Question #17 (junio 1988) durante un viaje en avión observamos a ¡¡Vic Sage leyendo Watchmen!! Y no solo eso, al quedarse dormido ¡sueña con Roscharch! “Quizá no hay héroes. Ni villanos. Quizá no hay un solo villano en este mundo.”, sentencia Walter Kovacs. A estas alturas O’Neil acumula treinta años de carrera a sus espaldas, y sus trabajos siguen manteniendo una calidad e interés innegable que no muchos otros autores pueden asegurar tras tres décadas en el oficio.

Testigo en primera fila del alzamiento y caída del mercado directo, de lo mejor y lo peor de la industria del cómic, O’Neil había luchado a ambos lados de la trinchera. En el lado del guionista y en el lado del editor. Sabía perfectamente lo que su editor de Iron Man (Mark Gruenwald) había tenido que luchar con Jim Shooter para que O’Neil pudiera continuar adelante con su historia en la que Tony Stark se enfrentaba al alcohol, con mucha más gravedad que el primer “escarceo” de los años de Michelinie y Layton. Pero O’Neil también sabía muy bien la dificultad de conseguir un equipo creativo estable, ya fuera en los sesenta, en los setenta, ochenta o noventa. Algunas cosas nunca cambian y esa experiencia, y empatía, era clave en su día a día. Podría enfrentarse a todo. O casi. Porque los noventa se lo pusieron realmente difícil. Y ahora vamos a hablar durante un párrafo de Armageddon 2001. Elijan ustedes si prefieren saltárselos o sufrir recordándolo.

Con guión de Archie Goodwin y Dennis O’Neil y dibujo de Dan Jurgens, en Armaggedon 2001 se presentaba a Monarca (un dictador todopoderoso del futuro de identidad misteriosa) y a Waverider, capaz de viajar en el tiempo y “leer” el futuro de las personas a las que toca. Este proyecto consistió en una miniserie de dos números y varios anuales de series regulare en medio, en las que Waverider se paseaba por dichos anuales a “examinar” a los distintos héroes para saber si ellos se convertirían en Monarca. Originalmente DC Comics tenía planeado que el Capitán Átomo fuera quien se iba a convertir en Monarca, pero las filtraciones editoriales hicieron cambiar la historia en el último momento y reescribir y redibujar (por Dan Jurgens) el número final. El elegido para estar bajo la identidad del villano fue Halcón, del dúo Halcón y Paloma. Pero esta opción era imposible o tramposa, porque precisamente había sido descartada por Waverider delante de todos los lectores e invalidaba las reglas del juego establecidas por los propios autores. De hecho, Halcón moriría en las manos de Monarca, que destrozó al personaje para siempre. “Halcón y Paloma siempre había sido una historia de amor. Pero un día, Halcón se volvió loco y mató a Paloma”. Tal cual. En cualquier caso, la saga acabó con un enfrentamiento entre el Capitán y Monarca que les a ambos 100 millones de años al pasado justo a tiempo para volver para participar en Hora Zero (otro evento noventero DC que es para dar a comer aparte). Un pequeño manchón en el historial de O’Neil. Pero… ¿quién no ha cometido un pecado de estos en una carrera a lo largo de cuatro décadas?

Desde los primeros números en Millie the Model hasta los últimos episodios de Azrael, O’Neil fue un guionista y un editor ejemplar, revolucionario y constante. No se le conocen polémicas dentro de su editorial y supo adaptarse a los tiempos como pocos autores. Su impacto en los grandes iconos de DC Comics en la década de los años sesenta y setenta está fuera de toda duda. Fue capaz de competir con la producción de Marvel de aquellos años y llevar de la mano de DC a un nivel comprometido sociopolíticamente con un aficionado que huía de cualquier producto DC cuando él llegó, para ahorrar su dinero y comprarse los títulos de la Casa de las Ideas. Y no solo sus historias fueron importantes e impactantes dentro del contexto y la producción de aquella DC, sino que han resistido el paso del tiempo mucho mejor que versiones posteriores y continúan ofreciendo tardes de disfrute a los aficionados, que atesoran sus ejemplares de Superman vs Muhammed Ali, de Green Lantern/Green Arrow o de Batman como un auténtico tesoro más allá de la nostalgia. Uno de los más grandes de la historia del cómic USA. Una leyenda.

Descansa en paz, Dennis. Gracias.

 


 

[1] Lo curioso es que O’Neil había entrado ya en contacto con Lee, antes incluso que Thomas, para los artículos del periódico. Obviamente, The Man ni se acordaba…

[2] En las páginas del número #148 de Millie the Model, O’Neil introdujo a Jill Jerold, una modelo afroamericana que se incorporaba al a agencia de modelos de Millie y Chili. Un ejemplo más (1967) del cambio de los tiempos y de la apuesta que iba a hacer O’Neil por diversificar historias, personajes y subgéneros en sus años como guionista. 

[3] Nunca está de mal que durante los primeros años de los años setenta tanto Jack Kirby como Steve Ditko trabajaron a la vez para DC Comics.

[4] Recordemos que tras Crisis Batman no tuvo un nuevo número uno como si ocurrió con Superman, Wonder Woman, Flash, la Liga de la Justicia… Año Uno se publicó en la colección de Batman, entre los números #404-407.