Guionista de barrio #15 – Precariedad hay que decirlo más

Guionista de Barrio es la columna de opinión semanal de Fernando Llor (@FernandoLlor). Llor, que cuenta con el poder de la omnipresencia, es autor de obras como El espíritu del escorpión, Teluria 108, Ojos Grises o más recientemente Subnormal, entre otras muchas, así como miembro en activo de la Asociación Profesional de Guionistas de Cómic (ARGH!).

Cuando empecé mi participación en esta santa casa a modo de columna “semanal” tenía claro que quería intentar mantener un tono de buen rollito, alegría y regocijo sobre el mundo de las viñetas y todo lo que le rodea.

Está difícil la cosa.

Mira que me esfuerzo en buscar una perspectiva optimista y un punto de vista amable y conciliador, pero no hay manera.

Hace apenas unos días, el macromegainmenso grupo editorial Penguin Random House y la revista Mondosonoro lanzaban la convocatoria para el III Premio Bruguera de Novela Gráfica y ponían de manifiesto una serie de cuestiones que no solo afectan a ese concurso en sí, sino que muestran una tendencia que augura tiempos muy oscuros para la creación de cómic en España. Ojalá me equivoque.

En fin, póngase cómoda, prepárese alguna bebida que no sea excitante y adéntrese conmigo en el maravilloso juego de ofrecer precariedad a cambio de precariedad.

No es solo el concurso, es todo lo que le rodea

El premio Bruguera, resumiendo un poco por encima, ofrece cinco mil euros de adelanto por una obra completa. Esto quiere decir que, en caso de ganar, el autor se llevaría esa cantidad en concepto de royalties de una primera edición o de un número de X ejemplares.

A primera vista alguien podría pensar que esa cantidad no está nada mal, sobre todo cuando se repite un montón de veces que se están ofreciendo adelantos de mil euros o menos y que, ya que se va a recibir tan poco dinero por hacer una obra, pues al menos me presento al concurso, saco algo más y encima voy a tener la distribución de (no olvidemos esto) uno de los grupos editoriales más importante del mundo.

El problema no es la cantidad de ese adelanto (ojo, luego veremos por qué sí que es un problema ofrecer adelantos como premio en los concursos) y eso que es de siete mil euros menos que las dos primeras ediciones del mismo premio a pesar de contar con un organizador más. El gran inconveniente es a cambio de qué se hace ese pago.

En primer lugar quieren explotar la obra durante el máximo tiempo permitido por la ley, es decir, quince años que empiezan a contar desde el momento en que se le facilita en condiciones de ser reproducida al editor.

También quieren los derechos para todos los formatos físicos o digitales posibles, en todos los idiomas y para todos los territorios. Y, como no, también quieren los derechos de transformación no vaya a ser que aparezca un HBO o un Movistar, quiera hacer una adaptación de tu trabajo y ellos no vayan a quedarse un buen trozo de pastel.

Todo esto con dos detalles curiosos añadidos, una limitación de edad que prohíbe participar a los mayores de 35 años y una reserva de opción preferente para todo el que participe durante un mes después del veredicto.

¿Cuánto cuesta todo lo que quieren quedarse por cinco mil euros?

Y es que ahí es donde empieza a estar la clave de todo esto.

 Nos estamos acostumbrando demasiado a que nos lleguen “ofertas” a modo de contratos o, como en este caso, de “suculentos” premios, que lo quieren todo a cambio de muy poco y eso impide que autores y autoras podamos sacar réditos a las obras, no ya en un solo mercado, sino en varios mercados a la vez, lo cual es cada vez más necesario para la subsistencia.

Querer explotar una obra durante quince años (existen editoriales que piden plazos más largos a pesar de ser ilegal) solo es beneficioso para el autor si la editorial garantiza (algo que también es obligatorio por la ley) una explotación continua de la obra, es decir, que va a estar ofreciéndola y exponiéndola de forma conveniente durante toda la duración de esa explotación.

Seamos sinceros, miremos durante tan solo un instante a la normalidad de nuestro mercado, al día a día de nuestras librerías y editoriales. ¿Vemos cómo se promocionan y exhiben de forma continua obras de hace un año, de hace dos, de hace tres? ¿Poner un tuit cada 18 meses sobre una obra le garantiza una explotación continua? ¿Tenerla en la web de la editorial en la página 17 del catálogo le garantiza una explotación continua?

Creo que las respuestas son más que obvias.

Siendo así, ¿es realmente necesario ofrecer a nadie quince años de duración de un contrato? Puedo llegar a entender que desde la lógica de una editorial se pueda pensar: ¿y si es un bestseller, qué? Pues… a ver, si es un bestseller y resulta que has tratado estupendamente a los autores, ocurre algo mágico y lleno de fantasía, les va a encantar renovar el contrato tantas veces como haga falta porque ambos estaréis ganando mucho dinero…

Al margen de la duración, esas fórmulas de “para todas las lenguas y para todos los territorios” que recuerdan a los tiempos más oscuros, están condenando a desaparecer a las obras en gran cantidad de casos.

Si los autores no podemos mover nuestras obras libremente pueden acabar metidas en el cajón de una editorial que no tiene intención ni capacidad de mover realmente esa obra ni en todas las lenguas ni en todos los territorios del planeta.  

Vayamos al siempre socorrido universo del anecdotario personal. Corría el final del año 2017 y el equipo formado por Rafael Vargas, Jose Expósito y yo montamos el proyecto de “La pieza” para empezar a moverlo por editoriales.

En aquella ocasión tuvimos muchísima suerte, la verdad, casi al momento de enseñarlo obtuvimos una oferta por parte de Panini. La editorial no solo nos ofreció dinero, además nos garantizó libertad total y absoluta para negociar con los derechos de la obra en cualquier lengua y cualquier territorio y a cambio de quedarse un suculento cero por ciento. ¿Por qué? Pues porque fueron ante todo realistas, la frase fue: no lo vamos a mover, no tenemos tiempo para eso y si vosotros lo conseguís colocar fuera os quedáis el cien por cien.

Lo movimos y a los pocos días lo colocamos en una editorial francesa. Y ahí cometimos un error. Es cierto que sumando ambos adelantos la cifra resultante entraba dentro de lo satisfactorio, sin embargo metimos la pata. En ese caso la editorial, un sello pequeño, nos pidió los derechos para Francia y el resto del mundo con la promesa de que al ser “un proyecto muy interesante para varios mercados” se conseguirían con facilidad ediciones en Alemania, Italia, Reino Unido…

Imagino que ya sabes cómo acabó la historia… Ese libro se ha movido menos que un roble centenario y además los autores no podemos moverlo por nuestra cuenta porque cedimos ese derecho en exclusiva durante cinco años. El resultado es tener parado un título que podría estar viajando más que Nellie Bly. Es posible que no consiguiésemos sacarle más réditos, podría ser, pero ni siquiera tenemos la capacidad de intentarlo.

Conclusiones, consejillos y cariños, las tres Ces

Estos supuestos “premios” esconden tras una cifra “llamativa” una doble situación de precariedad. Por un lado ofrecen una cantidad pequeña a cambio de todo lo que se pide y por otro se la ofrecen a los más jóvenes para ver si pecando de ingenuos muerden el anzuelo y pasan por el aro llenos de ilusión y con una sonrisa. Además, dar un adelanto por la publicación de una obra es una práctica normalizada en el sector, cuando se ofrece eso en un concurso en realidad el premio es firmar un contrato muy loco…

Pero esa precariedad que asoma en esta convocatoria no es algo exclusivo de este concurso. Está inundando y extendiéndose cada vez más por todo el sector, aquí y en el extranjero y es por eso que hay que decirlo más.

Hay precariedad en librerías, en editoriales y en un elevadísimo porcentaje entre autoras y autores, por eso es importante plantearnos formas diferentes de hacer las cosas.

Ajustemos la duración de contrato de las obras a la explotación continua real que pueden hacer las editoriales. Creemos un sistema transparente de distribución que garantice que todo el mundo sepa al instante y sin ningún margen de error cuantos ejemplares se venden de cada obra. Garanticemos a los autores algo que ya exige la ley: un control minucioso de la tirada, sabiendo desde antes de la puesta en circulación cuantos ejemplares se han impreso y cuantos han entrado en distribución. Dejemos libres para los creadores todos los derechos que no se vayan a ejecutar. ¿Crees que no serás capaz de explotar la obra en el mercado americano, no sabrías ni por dónde empezar? Entonces ¿para qué quieres ese derecho y encima lo pides en exclusiva?

Está claro que el sistema es el que es y ya se ha repetido cientos de veces. Estamos en una burbuja de sobreproducción tan bárbara que arrasa títulos que apenas llegan a las tres semanas reales de exposición. O nos cuidamos entre todos mucho más en esta situación o es muy sencillo que el juguete acabe por romperse y en cuestión de unos años todos nos preguntemos ¿cómo pudo ocurrir?