Crítica de Jupiter’s Legacy, la primera serie de Mark Millar para Netflix

Mark Millar está de moda. Es alguien que este año va a tener dos adaptaciones de su obra (todavía queda a la espera la ansiada precuela de Kingsman) y tiene en preparación otras cuantas que, nunca se sabrá hasta qué punto las veremos materializadas o no. En cualquier caso, la más plausible resulta ser ese Reborn, que cuenta con Sandra Bullock en el reparto y con Chris McKay tomando el rol de director del filme todavía con fecha indeterminada de estreno.

Mark Millar ha alcanzado el punto en el que ha vendido todos sus derechos a Netflix y, con ello, tendrá más posibilidades de ser adaptados. Netflix, probablemente, los adquiriera pensando en el éxito de las adaptaciones de Kick Ass y de Kingsman, sin caer en la cuenta de que buena parte del mérito es de Matthew Vaughn.

Jupiter’s Legacy, en buena medida iba a ser su prueba de fuego. El cómic se anunció poco después de su salida definitiva de Marvel e iba a ser de los primeros que iba a publicar después de eso, con lo que quedaría por comprobar la fidelidad de su público. Del mismo modo, esta serie es el primero de sus proyectos junto con Netflix en ver la luz.

El cómic consistió en una directísima, violenta e interesante aproximación a los conflictos familiares de Utopian, el trasunto de Superman, que terminan conduciendo a su caída en desgracia y a la complicada imposición de un nuevo orden. A su manera, tenía una manera de conectar todo ello con la indignación causada por la crisis del 2008.

Se trató de una obra indistinguiblemente de su autor, pero con un componente reflexivo sorprendente en él. Fueron cómics en los que el ritmo, la grandilocuencia y los giros tomaron un papel primordial. Todo ello aderezado por un arte de Frank Quitely que hizo que este producto ganara enteros. Aun siendo menos experimental que en otras ocasiones, lanzó ideas creativas la mar de potentes y demostró ser un maestro de la narrativa.

Después de eso, se lanzó Jupiter’s Circle, una precuela ambientada en los años cincuenta, que permitió tener un vistazo a tiempos mejores para Utopian y compañía. Para ello se rompió con la estética de la serie principal y se contó con Wilfredo Torres y Chris Sprouse, que rindieron homenaje a la Golden age del género.  

Y ahora, junto con la promesa de Millar de que se lanzará un nuevo volumen de cierre a la saga, llega la serie televisiva de Netflix. Y lo cierto es que no se puede decir que haya sido algo particularmente importante, por desgracia. El embargo de críticas por parte de la prensa a tan solo unas horas antes del estreno, no era buena señal respecto a la confianza de la plataforma hacia su producto.

Los peores presagios se confirmaron: se trata de una serie con una cantidad de problemas que han terminado resultando en que sea un producto anodino. La propuesta mantiene cierta fidelidad al espíritu del cómic, pero introducen unos cambios narrativos y de escala que hacen que no termine de ser todo lo que parecería aspirar a ser.

La serie opta por contar en primer lugar, los problemas de educación y comunicación de Utopian para con sus hijos, a la vez que se ha buscado una mayor profundización en los personajes, en lugar de abrazar la peripecia del material original. Lo que, si hubiesen sido del todo fieles, hubiese sido unos capítulos de acción más propia del ámbito cinematográfico, como lo están aspirando a ser las series de Disney+, ha terminado siendo algo inerte que se queda a medio camino.

El primer episodio, aun con sus carencias, parecía buscar llegar a ese punto. Está escrito y dirigido por Steven S. DeKnight, quien también, en un principio, iba a ser el showrunner de la serie. Pero, por conflictos de índole creativo, abandonó el proyecto. Y a juzgar de lo que se parte, probablemente abogaría por menos episodios y de mayor presupuesto, lo cual, probablemente, chocaría frontalmente con los objetivos de Netflix.

Todo ello, se deja entrever en la serie. Hay un contraste clarísimo de intencionalidad a medida que se avanza en los episodios. Mientras que el primero parecía prometer espectacularidad, en los siguientes todo ello se diluye en la introducción de flashbacks, tramas de escaso interés y en virajes de los acontecimientos del primer episodio hasta conducirlos a una escala muchísimo más pequeña. Se ve de forma muy clara que ha habido distintos mandos creativos, lo cual ha provocado que sea una serie a la que le falta algo de consistencia.

A su vez, tiene serios problemas de que resulte creíble al espectador o, dicho de otro modo, que a este le importe lo más mínimo lo que aquí se cuenta. Todo se aprecia como algo artificioso y es difícil que el espectador quiera implicarse con el producto. Los personajes son bastante esquemáticos y tópicos, sin lograr salirse de ello. Los giros son arbitrarios y tampoco sorprenden. Todo ello conduce a un clímax perfectamente deducible por los lectores del cómic, pero muy forzado para los ajenos a él.

Por no hablar del clímax de la temporada, que se antoja como la sucesión de escenas más ridículas que este género ha producido en mucho tiempo. Este consiste en una prueba de fuego para Utopian que en buena medida recuerda al final de El Hombre de Acero de Zack Snyder, pero en el que el villano tiene la necesidad de recordar como 5 veces lo que está en juego. El guion opta por una salida muy facilona que resulta hasta insultante. Es así porque se sabe perfectamente que se puede y se debe hacer mejor.

En lo positivo, la serie resulta más interesante en la medida en la que es consciente de los referentes que maneja y trata de homenajearlos. Aunque a veces resulten tan explícitos que los personajes los verbalizan. Pero hay homenajes también sutiles que al espectador lector de superhéroes les hará esbozar una sonrisa. Afortunadamente, tampoco son muchos y juegan un papel más anecdótico que dramático.  

Sin embargo, la dirección tampoco es que haya conseguido logar ninguna proeza. Las escenas mejor plasmadas están en el piloto, pero, en términos generales, es profundamente plana y absolutamente convencional. Ni siquiera en los territorios más propicios para la búsqueda de soluciones creativas como son las batallas psicológicas y los poderes más abstractos, han intentado salirse mínimamente de las salidas comunes.

El reparto se nota bastante implicado, pero no logra salvar el material con el que tienen que jugar. Sumado eso a determinadas decisiones de maquillaje y peluquería que desmerecen su trabajo, hace que en ningún momento sienta que hay algo de verdad. Josh Duhamel maneja con cierto equilibrio este papel dramático, siendo lo mejor de la función.

Es una propuesta que, de estrenarse a principios de los años 2000, seguramente, habría conectado con el público. Pero, a estas alturas, no resalta en ningún aspecto y no tiene una sola cosa que aportar. Un producto genérico con potencial desaprovechado más de Netflix.

Tanto el cómic que adapta como esta serie se sienten que, en sus respectivos medios, sufren la misma dolencia: llegan demasiado tarde, con lo que tienen que afrontar su propia intrascendencia. En ambos casos, no se antoja como algo absolutamente despreciable, si no que tienen puntos interesantes. Pero te dejan una sensación de vacío que es muy difícil obviar. Es un intento errado. Pero un intento, al fin y al cabo.