Trump y los telepredicadores supremacistas renuevan la vigencia de «Dios ama, el hombre mata»

Oponerse a Trump es oponerse a Dios, aseguraba Paula White, predicadora del evangelio de la prosperidad, en una de sus apariciones en televisión antes de convertirse en asesora de la Casa Blanca en materia espiritual. En Dios ama, el hombre mata, secuestrada por el predicador William Stryker, Tormenta le pregunta a su captor: ¿Por qué nos haces esto? Y el reverendo responde Porque existís. Y esa existencia es una ofensa al Señor.

Los telepredicadores son más populares entre determinados sectores de la población norteamericana de lo que solemos pensar desde el otro lado del Atlántico. Curiosamente, no es un fenómeno en declive, si no en ascenso. Los contenidos religiosos eran bastante ocasionales en la televisión norteamericana hasta la década de 1980, pero con el desarrollo de la televisión por cable y las plataformas de contenidos audiovisuales, fueron surgiendo canales temáticos entre los que destaca TBN, con audiencias que superan el millón de espectadores. Sólo en los últimos años, por sus platós han pasado los personajes más ilustres del conservadurismo nacionalista como el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, la activista antiabortista Serrin Foster o, por supuesto, Donald Trump.

Precisamente Trump ha sido el eje entorno al que ha pivotado una nueva relación entre la televisión cristiana y los políticos. Los representantes públicos habían mantenido una prudente distancia con este tipo de emisoras, pero el gabinete del expresidente decidió servirse de ellas para llevar su mensaje a los sectores más conservadores y puritanos del país hasta tal punto que los telepredicadores han sido una de las muletas en las que se ha apoyado el proyecto político de Donald Trump durante los últimos años. Existe una conexión ideológica entre los valores que defiende el evangelismo mediático y los sectores más reaccionarios del Partido Republicano. Pero este vínculo tiene también una vertiente pragmática que puede entenderse fácilmente: durante la campaña electoral de 2016, diversos telepredicadores cedieron sus micrófonos al candidato republicano y contribuyeron a movilizar el voto de los cristianos más fervorosos a su favor; en julio de 2020, meses antes de su pronosticada derrota en los comicios presidenciales, Trump aprobó una partida presupuestaria de varios millones de dólares para rescatar distintas organizaciones religiosas vinculadas a asesores y cargos de confianza, como la citada Paula White o Jay Sekulow, el abogado que lo defendió durante su primer impeachment.

Tras su derrota en las elecciones del pasado mes de noviembre frente al candidato demócrata Joe Biden, diversos de estos pastores mediáticos avivaron las llamas de la conspiranoia que acabó prendiendo en el intento de toma del Capitolio por parte de sus seguidores. Si lo hicieron porque temían las consecuencias morales del gobierno del Partido Demócrata o el declive de sus lucrativos negocios en torno a la fe resulta complicado de discernir.

Represento a Jesús de Nazaret, y predico para defender la Primera Enmienda. Mi propósito es el de mantener a esta nación como una nación libre, azuzaba el pastor Brian Gibson, desde Kentucky, después de que Twitter decidiese suspender la cuenta de Trump (como terminaría haciendo con la del propio religioso). Acusaba a infiltrados antifa de los actos violentos y sembraba la sospecha sobre las instituciones por la facilidad con la que se habían derribado las defensas policiales. Hasta tal punto se implicaron algunos pastores que fueron señalados en una carta abierta firmada por un centenar de sus colegas evangélicos para condenar el cristianismo nacionalista radical de quienes habían empleado sus púlpitos para alentar a los asaltantes del congreso, considerando esta forma de religiosidad como herética, y denunciando que algunos de esos líderes llevaban tiempo dando acomodo al supremacismo blanco.

Mutatis mutandis, en las páginas de Dios ama, el hombre mata, los discursos televisados del reverendo William Stryker llevan a la una masa acrítica y enajenada a abalanzarse sobre Magneto en el Madison Square Garden, a señalarlo como responsable de un asesinato (¡Cállate muti! ¡La culpa es tuya!) que han visto cometer al propio predicador.

Publicada originalmente en 1982, el auge de los discursos fundamentados en el miedo y el odio recuperados por los populistas de la extrema derecha concede renovada vigencia a una de las narraciones más icónicas de La Patrulla X. Chris Claremont la ideó como una novela gráfica que condensase en sesenta y cuatro páginas la esencia de los mutantes de Marvel, y el guionista tuvo claro desde el principio que no podía tratarse un enfrentamiento de gente con mallas. El motivo temático de una narración que se proponía capturar el espíritu de La Patrulla X no podía ser otro que la xenofobia, el conflicto irresuelto del odio al que es distinto, al que no forma parte de lo que cada uno considera su “nosotros”. Sin embargo, el patriarca mutante apostó en Dios ama, el hombre mata por un antagonista que aterrizase de forma explícita a los superhéroes en el contexto social y político más inmediato de un parte de sus lectores o de ciudadanos con los que convivían los lectores de la Casa de las Ideas, ese norteamericano que, como Claremont hizo para documentarse, se despertaba los domingos por la mañana, encendía la tele y veía a predicadores evangélicos de todo el Sur y el Medio Oeste. El adversario de Xavier, Kitty Pryde y compañía en esta historia no es otro mutante como Magneto (que, esta vez, será su aliado) o Apocalipsis, ni el extraterrestre Mojo, o los robóticos Centinelas, sino un ser humano, cuya única habilidad extraordinaria parece ser una capacidad innata para enaltecer y seducir a las masas con su oratoria, y cuyo objetivo es el exterminio del homo superior.

Y no hay giro de guion respecto a la naturaleza del villano. El reverendo William Stryker no es un telépata de incógnito. Su habilidad para conectar con las personas y moverlas a la acción se basa en una apelación constante al miedo. El guionista británico lo plasma a la perfección en el par de páginas que narran el careo televisado entre Stryker y Xavier. Las intervenciones del Profesor X tratan de convencer a la audiencia con argumentos lógicos y ni siquiera afirma que todos los mutantes sean buenos, sino que trata de advertir sobre lo injusto de generalizar en torno al colectivo, de considerarlo una masa homogénea y potencialmente peligrosa en base a unos pocos criminales que pueda haber entre ellos. En cambio, el religioso trufa sus intervenciones con expresiones como poderes aterradores, peligro claro y palpable…, para hablar de los mutantes, y se pregunta ¿cómo vamos a defendernos de ellos las personas normales?

La apelación a las emociones es, muy a menudo, una herramienta más poderosa que los argumentos lógicos cuando se trata de mover a alguien a la acción. Los publicistas lo tienen claro. Jason Harris, director de la agencia Mekanism, lo advierte en su libro El arte de la persuasión, en el que precisamente toma algunos discursos de Trump como ejemplos de comunicación persuasiva basada en el miedo y la confrontación: En el mejor de los casos, explicarle a alguien por qué debe hacer algo –comprar un producto, votar por alguien, hacer una donación– apela a su intelecto. Lo invita a sopesar las ventajas y los inconvenientes de la situación y razonar hasta alcanzar una conclusión lógica. Es cierto. Pero la lógica es solamente una parte del rompecabezas, y los argumentos rara vez son la mejor manera de hacer que alguien cambie de opinión. Y más adelante advierte: Las emociones negativas pueden ser una fuerza de persuasión poderosa.

Es el fango al que Donald Trump y otros muchos candidatos populistas de extrema derecha de otras latitudes asesorados por Steve Bannon han arrastrado el debate público sobre la inmigración en los últimos años. Stryker o Trump o Santiago Abascal en España aprovechan la distancia cultural entre la mayoría identitaria de la masa de votantes a los que se dirigen respecto a los extranjeros o las minorías religiosas, y los invitan a preguntarse si no serán una amenaza, cuando no lo afirman abiertamente. Esa prédica del miedo establece un vínculo entre la política xenófoba y la religiosidad ultraconservadora. ¿Por qué tantos evangelistas creen a Donald Trump? Porque privilegian el miedo sobre la esperanza, el poder sobre la humildad, la nostalgia sobre la historia, argumentó Jon Flea en las páginas de USA Today.

El miedo que busca sembrar el reverendo se apoya además en la mentira. En Dios ama, el hombre mata, Stryker cita en televisión un informe de un senador ideológicamente afín que afirma que el número creciente de mutantes representa un peligro claro y palpable. Pero no ofrece una estadística sobre cuál es ese arriesgado aumento de la población de mutantes, y, sobre todo, no argumenta por qué representaría un peligro. Introduce un término que suena riguroso (informe) y una fuente pública (senador), pero no muestra, ni cita datos concretos… Así que el oyente no puede saber, sólo creer. De la misma forma, Donald Trump apoyó parte de su campaña electoral en 2016 en su propuesta para levantar un muro en la frontera con México que protegiese a Estados Unidos de los narcotraficantes, criminales y violadores centroamericanos. Convenció a buena parte de sus conciudadanos de que existía una amenaza en el sur del país y que solamente él podía protegerlos. Como Stryker, empleó un léxico llamativo, que invitaba a ponerse en alerta, a comenzar a observar con temor a los latinos, que, sin embargo, se apoyaba en estadísticas falsas, como demostró el periódico The Guardian. O, más cercano a los lectores en lengua española: el candidato a la presidencia de la Generalitat por VOX, Ignacio Garriga, afirmó en un debate televisado por TV3 que debían combatir la creciente islamización de Cataluña, pero no ofreció ninguna cifra concreta sobre un posible aumento de musulmanes radicalizados en la comunidad autónoma. Y no parece que hubiese podido hacerlo. Según el Centre d’Estudis d’Opinió, la cifra de musulmanes en Cataluña se mantiene estable desde 2014 (entre el 1,1% y el 1,4% de la población). Por otra parte, el aumento de las mezquitas en la región se da en la misma proporción que los centros de culto budistas, evangelistas o cristianos ortodoxos, que no parecen preocupar a la extrema derecha (por ahora). Pero, y aunque estas cifras fuesen otras, ¿por qué debería ser considerado peligroso? ¿Porque Barcelona fue víctima de un atentado islamista en 2017 o, de vuelta a la ficción, porque existen mutantes que han cometido crímenes como Magneto o Mística? ¿Qué sucede con la inmensa mayoría que no son ellos? No son per se un grupo monolítico que posea un conjunto de actitudes y objetivos comunes, sino que son individuos, como todos nosotros, y hay que juzgarlos como tales, razona el profesor Xavier.

Y es que tanto el orador creado por Claremont como los portavoces de la extrema derecha populista solo pueden sostenerse mintiendo a sus audiencias para que el temor neutralice parcialmente la razón y puedan así convencerlas de que están bajo amenaza y que necesitan ser protegidos.

La segunda fase de la estrategia discursiva que el guionista refleja en Stryker consiste en emplear La Biblia como legitimación y, al mismo tiempo, solución al conflicto que él mismo está azuzando. El reverendo selecciona y descontextualiza los pasajes de un libro cuya autoridad se da por válida entre amplios sectores de la población. En países de mayoría cristiana, las Sagradas Escrituras pueden llegar a ser aceptadas como fuente de autoridad, no legal, pero sí moral. Si lo dice La Biblia… Pero lo cierto es que el Testamento está lleno de capítulos violentos que resultan problemáticos para muchos religiosos del siglo XXI, que consideran inadmisible una interpretación literal de esos versículos. En cambio, Stryker aprovecha su sonoridad marcial y sacrosanta para lanzarlos contra sus enemigos y decirle al auditorio que la violencia desatada para combatir al enemigo de Dios es legítima: Si en medio de ti hubiere hombre o mujer que hiciere lo que es malo a los ojos de Yavé, tu dios, (…) cuando la cosa llegue a ti, si el rumor es verdadero, llevarás a tus puertas al hombre o mujer que tal maldad ha cometido y los lapidarás hasta que mueran, lee Stryker en un ejemplar de La Biblia. Su manipulación de las fuentes bíblicas y la autoridad religiosa que le concede su condición de reverendo recuerda a los discursos de Paula White o Brian Gibson en apoyo a Trump y contra sus opositores.

El discurso de Stryker va perdiendo en moderación y se torna mucho más beligerante con el avanzar de las páginas. Su agresividad verbal va en consonancia a las acciones que su guerrilla, conocida como los Purificadores, está llevando a cabo en las calles. Mientras que el reverendo se limita aparentemente a la palabra, sus partidarios asesinan a niños mutantes, secuestran a varios miembros de La Patrulla X y planean emplear los poderes de Xavier para acabar con todos los homo superior. A medida que se siente más respaldado por la población y las autoridades, Stryker va despojando su discurso de ambigüedades para mostrarse abiertamente partidario del exterminio. Y en torno a su decisivo mitin en el Madison Square Garden, se dan dos situaciones calcadas a lo que sucedió con Trump durante el asalto al Capitolio. La primera, que un número creciente de líderes religiosos, incluyendo sacerdotes evangélicos fundamentalistas que hace muy poco eran amigos y aliados de Stryker han empezado a cuestionar la dirección de su cruzada. Indican que una cosa es criticar la política gubernamental y el estado moral de la nación, y otra señalar a un grupo concreto de personas como literalmente menos humanas. Y, la segunda, que también los políticos conservadores que le habían dado apoyo le vuelven la espalda. ¡Stryker ha ido demasiado lejos! Ya es bastante grave que diga que los mutantes como raza son malos, pero que pida su ejecución…, se desmarca un senador que hasta ese momento había defendido que merecía la pena escuchar los argumentos del reverendo.

En el extremo de la propuesta ideológica de Stryker, el mutante (el Otro) acaba transmutado por el discurso del reverendo supremacista en una representación del diablo, del Mal en términos absolutos. Se opera así una despersonalización del que es diferente y la violencia ejercida sobre ese colectivo queda excluida de lo punible o lo inaceptable. ¿Es justo llamar humanos a los mutantes?, plantea Stryker en el estadio definitivo de su escalada xenófoba. Más impactante todavía es la icónica viñeta en la que señala a Rondador Nocturno y pregunta: ¿¡Acaso podéis llamar humano a esa cosa?!

Que Chris Claremont, judío y con una larga trayectoria como autor de historias que buscan combatir la xenofobia, ponga estas palabras en boca de su protagonista no puede ser inocente. El cuestionamiento de la condición humana de un colectivo fue el argumento definitivo del nacionalsocialismo para articular una estructura de Estado dedicada al exterminio del desafecto al régimen. Una actitud incómodamente reminiscente de la que se mantuvo en la Alemania nazi contra los judíos, explica el guionista por voz de un periodista que acude a cubrir el mitin del predicador. Ese extremo último y crudo del discurso racista de Stryker se torna una advertencia sobre el estado al que conducen las palabras de los telepredicadores nacionalistas y supremacistas, y de los políticos populistas de extrema derecha.

Dios ama, el hombre mata se configura en cada página como el perfecto retrato del funcionamiento de los discursos de odio, y es un claro alegato contra el racismo. Claremont escoge darle un final feliz, en el que el delirio supremacista de Stryker es repudiado desde la religión, desde la política y, más importante, desde la sociedad civil. No es un mutante, sino un agente de policía anónimo quien dispara contra el predicador para evitar que éste asesine a Kitty Pryde. El guionista británico explica que optó por este desenlace porque el conflicto xenófobo que subyace en cualquier gran historia de La Patrulla X no se resuelve necesariamente con superpoderes, sino que tiene que resolverlo la gente a la que afecta. Es decir, la sociedad en su conjunto, el que odia en diálogo consigo mismo y con el objeto de su temor.

Sin embargo, el lector sabe que fuera de las viñetas esta clase de historias no siempre han terminado con el criminal demente marginado o en la cárcel. Los libros de historia nos recuerdan pasajes en los que el discurso racista se ejerció desde el poder y costó la vida de millones de personas. El nazismo es el ejemplo más recurrente, pero la xenofobia sigue siendo causa de agresiones y discriminaciones. En 2019, Estados Unidos registró el mayor número de crímenes racistas de la última década. El colectivo latino, al que Trump señalaba explícitamente en sus discursos, vio como las agresiones contra sus miembros crecían un 8,7% anual. Pero también sucede en España, donde los delitos de odio xenófobos aumentaron un 20,9% de 2018 a 2019, según el Informe de la Evolución de los Delitos de Odio del Ministerio del Interior.

El aumento de los delitos de odio por motivo de etnia o nacionalidad hace que obras como la que firman Chris Claremont y Brent Anderson sigan siendo vigentes pero, sobre todo, necesarias. A tenor de las estadísticas y del camino por el que discurre en los últimos años el debate público, sería deseable que cuantos más adolescentes mejor se viesen en las manos con un ejemplar de Dios ama, el hombre mata. De hecho, los más jóvenes son el público principal al que se dirige Claremont cuando sitúa a Kitty e Ilyana en el centro de la trama, en lugar de optar por Logan, Scott, Ororo… Los críos todavía están en el proceso de tomar esas decisiones, explica el autor en una de las entrevistas que incluye la excelente reedición que acaba de publicar Panini. Por eso, para mí, Los Nuevos Mutantes, cuando eran adolescentes, eran mucho más fundamentales para el concepto básico que los adultos. Ellos sí se están preguntando: ¿qué hago ahora? ¿Cómo sigo desde aquí? Y, de la misma forma que Gatasombra y Magick, tantos ciudadanos en proceso de formación se siguen encontrando en casa o en el espacio público con discursos como el del reverendo Stryker y deben decidir cómo comprenderlos, cómo reaccionar a ellos, cómo seguir desde aquí. De las herramientas que dispongan para hacerlo dependerán las gráficas que muestren en las próximas décadas la evolución de la xenofobia, y la lectura de esta novela gráfica de La Patrulla X, sin duda, es una forma de conseguir que la línea se vuelva descendente.