Guía de lectura – Quién es Zidrou y por qué deberías leer sus cómics

Que un autor venda cinco millones de ejemplares de su obra puede responder al apoyo de un gran grupo editorial, a un talento incontestable o a que, por una de esas circunstancias etéreas que los editores llevan siglos tratando de comprender, conecte con los lectores de una forma especial. En el caso de Benoît Droussie, que firma sus obras como Zidrou y que ha superado esa cifra de ventas en el mercado francófono, se produce una mezcla de estos tres factores, sumado a la envidiable cultura de cómic infantil y juvenil que se ha ido fomentando tanto en Francia como en Bélgica, y que se extiende hasta otras zonas de habla francesa como Montreal, donde en los últimos años han florecido librerías especializadas en BD como la acogedora Drawn & Quarterly o Planète BD.

Nacido en Anderlecht, en la región de Bruselas, Zidrou se dio a conocer en las páginas de la mítica revista Spirou y adquirió una gran popularidad gracias a su obra infantil L’élève Ducobu (inédita en España), que empezó a publicarse en septiembre de 1992 en la revista Tremplin y que editada a partir de 1997 por Le Lombard ya en formato álbum es responsable de buena parte de las ventas y la popularidad del autor. Este tebeo humorístico, que narra las aventuras (o desventuras) de un alumno de escuela no muy espabilado, fue durante muchos años la obra más conocida de Zidrou. Llevada a la gran pantalla por Philippe de Chauveron en 2011, en algunos momentos de su carrera, L’élève Ducobu también se convirtió para el escritor en una sombra de la que resultaba complicado despegarse debido a esa manía de editores, crítica y lectores de encasillar a los autores y enarcar las cejas cuando se salen del registro al que los tienen acostumbrados. Maestro y director de escuela, también compositor de canciones infantiles, el belga se había dado a conocer con creaciones que interpelaban al público infantil que tan bien conocía…, pero Zidrou también tenía historias que contar a los lectores adultos.

En Francia, muchos lectores siguen identificando a Zidrou como «el autor de Ducobu».

En España, la obra infantil y juvenil de Zidrou es notablemente desconocida, sin embargo, en el ámbito de habla francesa el autor tuvo que batallar para se abriesen camino álbumes mucho más crudos y conmovedores como Lydie. Dibujado por el barcelonés Jordi Lafebre, es probablemente el álbum que vendrá a la cabeza a la mayor parte de lectores en lengua española al pensar en este prolífico autor.

Lydie parte de una premisa narrativa que hemos visto y leído en otras ocasiones, la de alguien que es incapaz de asumir un suceso traumático y lleva a quienes la rodean a fingir que nada de eso ha sucedido para tratar de evitarle el dolor. Este punto de partida que sirvió a Wolfgang Becker para hacernos reír durante buena parte del metraje de Good Bye, Lenin! con aquella madre comunista hasta la médula a la que podía darle un tabardillo si al despertarse de un coma le explicaban que habían derribado el muro de Berlín, se desarrolla en manos de Zidrou y Lafebre como un drama a veces enternecedor, a veces cruel.

El cómic nos cuenta la historia de la joven Camille, cuya madre murió al darla a luz y cuyo bebé sin padre ha muerto durante el parto. Dos meses después de la tragedia, de pronto, la protagonista se muestra convencida de que su pequeña ha regresado y actúa como si fuese la mamá de una pequeñina a la que sólo ella puede ver. Y así sucederá durante años, con la complicidad y el esfuerzo de sus abnegados vecinos.

Zidrou y Lafebre componen algunas páginas realmente conmovedoras en Lydie.

Más allá de la capacidad de Lafebre para envolvernos en la atmósfera del relato con sus ilustraciones, un hábil manejo del color y su talento para reflejar las emociones en los rostros de los personajes, y de la habilidad de Zidrou para armar un guion sin fisuras que, además, sugiere al lector preguntas relacionadas con la vida y la muerte, con la naturaleza de la ficción o de las creencias, la obra destaca también por algunos de los riesgos que asume el belga como, por ejemplo, escoger contarnos la historia desde el punto de vista de una virgen de madera que, colocada en la fachada de un edificio, tiene una visión panorámica del “callejón del Bebé con Bigote” donde sucede buena parte de la acción.

Tras conmover a los lectores franceses con Lydie, Zidrou les descerrajó dos disparos, uno en la cabeza y otro en el corazón, con un noir titulado La piel del oso (2012). En combinación con la historia de la mamá y el bebé muerto, esta narración que comienza con un jovencito italiano que acude a leerle el horóscopo del periódico a un melancólico abuelo que espera recibir un mensaje encriptado en la sección obligó a críticos y lectores a hacer trizas el retrato monolítico que habían compuesto del autor. Merecedora, entre otras distinciones, del Premio a la Mejor Obra del como Salón Internacional del Cómic de Barcelona, La piel del oso es una obra tan descarnada como bella, cimentada tanto en el talento de Zidrou para armar historias argumentalmente redondas y emocionalmente sugerentes trenzando elementos en apariencia antagónicos como en la capacidad del ilustrador barcelonés Oriol Hernández para comunicar el dolor, el amor y la melancolía desde la expresividad de sus trazos y  la arrolladora capacidad narrativa de su lenguaje plástico.

A lo largo de los años, tanto Lafebre como Oriol se han confirmado como dos de los ilustradores predilectos del guionista belga, que ha trabajado con ellos en numerosas ocasiones.

La firma del primero aparece en las cubiertas de los cinco volúmenes que Norma Editorial ha publicado en España de la serie Los buenos veranos. Con un tono cotidiano y humorístico, en el que tal vez sí podamos reconocer la parte de la genealogía de Zidrou que lo emparenta con publicaciones como Spirou, nos narran las vacaciones de una familia belga, los Faldérault, en las que las anécdotas amables y las situaciones desenfadadas se entremezclan con la nostalgia, la dificultad que implica tomar algunas decisiones, los reveses de la vida… Pero siempre desde un optimismo que los autores nos comunican tanto desde la actitud de sus protagonistas como desde la luz que desprenden las viñetas.

En cambio, en las historias que Zidrou ha compuesto junto a Oriol, existe siempre una sombra de sordidez y dolor, a veces explícita y a veces no, que oscurece las páginas. Tras firmar un noir en su primera colaboración, el bruselense y el barcelonés nos trasladaron a un mundo de fantasía oscura con Los tres frutos (2015) en el que un demonio tienta a un viejo rey que teme a la muerte: Come la carne del más valeroso de tus hijos y vivirás para siempre. Los filósofos y los sabios, los castillos, las espadas y las coronas se convierten en el disfraz perfecto para una historia de ochenta páginas sobre el poder devastador de la ambición, la corrupción y el miedo.

«Naturalezas muertas» es un canto de amor al modernismo catalán y la belleza.

El erotismo es otro de los temas que florece en las colaboraciones entre Zidrou y Oriol. La sexualidad y la atracción por lo bello desempeñan el papel de motor narrativo en algunos compases de la más reciente Madriguera, y se desenvuelven de forma desacomplejada en Naturalezas muertas (2017), un cómic a ratos biográfico, a ratos fantástico, tocado por una magia evocadora. En su penúltimo trabajo juntos, ambos creadores volvieron su mirada hacia la bohemia de la Barcelona de las tertulias en el café Els 4 Gats, de Ramon Casas y Santiago Rusiñol, de la pintura y el arte desembarazándose de los corsés, para componer una declaración de amor al modernismo catalán mientras caminan sobre los pasos de Vidal Balaguer i Carbonell, considerado uno de los genios del movimiento, que desapareció de pronto, sin despedirse y sin motivos aparentes.

Otro de los artistas barceloneses con los que ha trabajado el guionista belga es Roger Ibáñez. Conocido por su desempeño en los cómics de Jazz Maynard, es el responsable de los lápices de ¿Quién le zurcía los calcetines al rey de Prusia mientras estaba en la guerra? (2013). A pesar del título, no nos encontramos ante una obra de corte histórico, sino ante una historia dramática, en la línea de Lydie. En esta ocasión, Zidrou nos sitúa ante las dificultades y los temores de una madre, Catherine Hubeau, cuyo día a día consiste en cuidar de uno de sus tres hijos, Michel, que padece una discapacidad cognitiva. La narración no nos cuenta tanto el día a día del niño encerrado en el corpachón de un hombre de cuarenta años como nos habla de la abnegación y la resiliencia de esa madre que lo cuida, que es capaz de renunciar a cualquier proyecto de vida, que asume el papel que el destino le ha dado a representar…, y que se invoca a partir del sugerente (y al principio desconcertante) título de la obra.

Aunque hay muchas candidatas, Catherine Hubeau y su hijo son dos de los personajes más conmovedores de Zidrou.

La oposición de contrarios como el dolor y la esperanza, la sordidez y la belleza, y el retrato de dramas por cuyas grietas trata de colarse irremediablemente el optimismo y que siempre están tocados por el humor son dos de las señas de identidad de los guiones de Zidrou. Como sucede con los grandes escritores o cineastas o…, buena parte de su producción se anuda en torno a su capacidad para situarnos frente a los claroscuros de la experiencia de ser, a la maravilla y el dolor que conforman nuestras vidas. Esa misma línea siguen también El cuentacuentos (2011), en la que explora junto Raphaël Beuchot la relación entre el miedo, el poder y la imaginación en un escenario africano; la dolorosa Léo, Léa (2013), dibujada por Benoît Springer; el relato de ese hombre tan enamorado de una prostituta como para secuestrar a la hija de su proxeneta que dibujó Man en El cliente (2013); la onírica y delicada El paseo de los sueños (2015), con una inspiradísima Mai Egurza a los lápices, o La obsolescencia programada de nuestros sentimientos (2019) en la que logra emocionarnos a través de una tierna historia sobre el amor y la sensación de soledad que a menudo implica la vejez, que cuenta con los delicados dibujos de Aimée de Jongh.

Estas características comunes, y el gusto estético de Zidrou pueden apreciarse de forma panorámica y más concentrada en la antología La anciana que nunca jugó al tenis y otros relatos que sientan bien (2015), que recopila quince historias breves, paradigmáticas en lo que respecta a los intereses y desarrollos temáticos del autor, dibujadas por varios de los artistas que han dado forma a su extensa bibliografía.

Pero recordemos, Zidrou no es un autor que se deje enjaular en un registro. Además de sus tebeos infantiles y de su producción de carácter más intimista o dramático, de los diversos noires que ha firmado, el de Anderlecht también ha logrado cautivar a los lectores con dos series llenas de acción y aventura: Shi y Marina.

Shi es una de las series más conocidas del belga.

El primer álbum de Shi fue publicado en Francia por Dargaud en 2017 y llegó a las librerías españolas de manos de Norma a finales de aquel mismo año. En los cuatro tomos publicados hasta la fecha, las peripecias concebidas por Zidrou explotan ante la mirada del lector a partir de los lápices de un Josep Homs estratosférico. Otra constante en la carrera del escritor belga es haber sabido escoger los artistas con los que desarrollar su obra, y Shi es una clara muestra de ello. El trabajo de Homs, con un dibujo detalladísimo, altamente expresivo, narrativamente audaz y, cuando la acción debe desatarse, plásticamente espectacular, nos transporta al peligroso y atrayente Londres victoriano que Zidrou construye como escenario para las intrigas que rodean a Jay y Kita.

Álbumes como Al principio fue la ira y El rey demonio supusieron una renovación de las aventuras de inspiración anglófila. Una vuelta de tuerca tanto estética como en el trabajo con los tópicos que Arthur Conan Doyle, Rudyard Kipling, Bram Stoker…, legaron a los autores que los sucedieron. La inspirada cabeza del escritor de Anderlecht sirve como coctelera para una mezcla de ingredientes clásicos como las sociedades secretas, las conspiraciones políticas, los escándalos de la nobleza, el exotismo oriental…, aderezados con un aliento de crítica política que casi llega a pasar desapercibido bajo la acción constante, y que sin embargo forma parte estructural de la propuesta. A fin de cuentas, Shi nos narra el enfrentamiento de dos mujeres, una de ellas extranjeras, al imperio británico y sus miserias sociales.

Si bien comparten algunas características, Marina es una serie de piratas que se desdobla temporalmente y nos ofrece una trama detectivesca ubicada en el presente. Como en Shi, Zidrou escoge para esta colección un personaje femenino fuerte, que resiste a las presiones de la sociedad y a su condición de caída en desgracia. El dibujo, más sobrio y realista, es obra del italiano Matteo Alemanno, con quien el belga ya había colaborado en otros dos títulos que permanecen inéditos en España: Mèche rebelle y ProTECTO.

Marina es anterior a Shi, su primera entrega se lanzó al mercado en 2013, y casi puede leerse como un ensayo (notable, si se quiere) de una receta que explotaría con mayor fortuna en la serie posterior. Zidrou introduce elementos esotéricos en un escenario que se nos presenta como histórico, nos ofrece una heroína que se opone al sistema desde diversos puntos de vista, tenemos también intrigas palaciegas en los salones de Venecia… Aunque quizá toda la trama, y también la estética, están impregnadas por una amargura que no hallamos tanto en Shi.

Zidrou es uno de los autores que ha sido invitado a ofrecer su propia versión de Spirou.

En esta vertiente más aventurera, cabe destacar también la historia que Zidrou escribió para la serie Una aventura de Spirou por… Publicada en España por Dibbuks, esta cabecera nos ofrece la posibilidad de leer al botones más carismático del cómic francobelga reinterpretado por algunos de los autores más destacados de la BD de las últimas décadas. Bajo este paraguas hemos leído propuestas tan notables como El botones verde caqui (2009) de Schwartz y Yann.

El creador de L’élève Ducobu nos dio a conocer su versión de Spirou en La luz de Borneo (2016). En este álbum, Zidrou nos plantea una historia que comienza con el joven pelirrojo dejando su empleo como reportero por sus diferencias con la nueva jefa de redacción de Le Moustique, y buscando emprender una nueva carrera como pintor. La enfermedad de su amigo Noé, un domador y amante de los animales que ha ido apareciendo a lo largo de los años en los álbumes de Spirou y Marsupilami, interrumpirá el aprendizaje del protagonista, pero no su inmersión en el mundo del arte. El siempre pluriempleado Spirou, mientras cuida de la rebelde hija adolescente de Noé, también tendrá que ayudar a su amigo Fantasio a descubrir quién está detrás de la creación de unas singulares obras de arte de las que todo el mundo está hablando.

Además de componer una historieta con aroma de clásico francobelga y que evidencia que, por supuesto, el guionista conoce el personaje y su universo, su alianza con Frank Pé resulta en una obra que conecta varios de los temas habituales en Spirou (la lealtad, el respeto por la naturaleza, el compromiso con la verdad) con centros de interés recurrentes en los trabajos de Zidrou: la naturaleza dual de la belleza, cómo nos relacionamos con ella, y su capacidad transformadora.

Resulta innegable que la bibliografía de Zidrou es, además de plural y diversa, abundante. Son decenas de álbumes los que el guionista ha publicado sólo en la última década. A series como Los buenos veranos, Marina y Shi o a las autoconclusivas Lydie y La piel del oso habría que sumar otras que han pasado ligeramente más desapercibidas como sus colaboraciones con el artista granadino Francis Porcel (El Folies Bergère, 2012, y Bufón, 2015) y algunas otras inéditas en nuestro país como Les Brûlures (2019), dibujada por Laurent Bonneau.

Y, finalmente, este mes ha llegado a las librerías españolas Madriguera. Lo más reciente de Zidrou en nuestro país es un noir en el que vuelve a colaborar con Oriol y en el que nos enfrentan a la belleza y el dolor de la vida. El belga y el catalán regresan al entorno de la mafia en el sur de Italia que nos presentaron en La piel del oso hace una década, pero como ya sucedía en aquel álbum, las pistolas, los sombreros negros y el sol del Mediterráneo son casi una escusa estética, ya que no nos encontramos ante el clásico cómic de gánsteres, sino frente a un trabajo que busca ofrecer algo más a los lectores, como hicieran Mario Puzo en El Padrino, o Gay Talese en Honrarás a tu padre. La lealtad y la muerte, la violencia y la belleza, el sexo y el amor gravitando en torno a los seres humanos vuelven a servir a Zidrou para escribir una historia de opuestos en tensión constante y ahondar la experiencia de ser.