Cuando el universo apenas tenía unos minutos de vida, su composición era casi pura. El Big Bang dejó tras de sí una sopa cósmica de hidrógeno y helio, con trazas de litio y poco más. Ningún hierro, oxígeno o carbono: esos "metales" —como los llaman los astrónomos, aunque el término suene exagerado— llegaron mucho después, forjados en los hornos nucleares de las estrellas.
Con cada generación estelar, el cosmos fue volviéndose un poco menos virgen: las supernovas dispersaron elementos pesados al espacio y el polvo cósmico alimentó nuevas estrellas cada vez más ricas en metales. Por eso, la cantidad de metales en el espectro de una estrella funciona como una cápsula del tiempo: cuanto más pobres sean en esos elementos, más antiguas son.
De la sopa primordial a las primeras huellas
Hasta ahora, los astrónomos pensaban que para encontrar estrellas casi tan puras como las primeras del universo había que mirar a miles de millones de años luz de distancia, en los confines del cosmos observable. Sin embargo, un equipo internacional acaba de identificar la estrella más prístina jamás hallada, y no está en una galaxia remota, sino en la Gran Nube de Magallanes, nuestra vecina galáctica a poco más de 160.000 años luz.
La estrella se llama SDSS J0715-7334 y es una gigante roja con una metalicidad extremadamente baja, tan baja que las galaxias más antiguas conocidas contienen diez veces más metales que ella. Es, en términos cósmicos, lo más parecido a una estrella primordial de "segunda generación", formada apenas unos cientos de millones de años después del Big Bang.
Huella química de una supernova ancestral
El análisis de su luz —publicado en arXiv y pendiente de revisión por pares— muestra una escasez asombrosa de elementos como el hierro, el magnesio y especialmente el carbono. Esa composición sugiere que SDSS J0715-7334 nació a partir de los restos de una estrella madre de unas 30 masas solares, que explotó como supernova hace más de 13.000 millones de años.
"Es como encontrar un fósil intacto de los primeros días del universo", explican los autores. Su baja abundancia de carbono, un elemento que normalmente abunda en las supernovas, apunta a que la región donde nació contenía polvo frío suficiente para formar estrellas pequeñas y longevas. Ese enfriamiento, paradójicamente, fue lo que permitió que una estrella así pudiera sobrevivir hasta hoy.
Una pista hacia las primeras estrellas del universo
El descubrimiento de SDSS J0715-7334 también aporta una clave sobre la distribución de las primeras generaciones estelares: su movimiento dentro de la Gran Nube de Magallanes indica que no se trata de una visitante interestelar, sino de una habitante de larga data del halo de esa galaxia. Esto refuerza la idea de que el entorno local todavía alberga reliquias de las primeras épocas cósmicas, mucho más accesibles que las galaxias lejanas que solemos observar con telescopios espaciales.
Además, su estudio permitirá contrastar las observaciones del universo temprano con ejemplos cercanos, algo esencial para comprender cómo surgieron las primeras estrellas, cómo enriquecieron el espacio con nuevos elementos y, en última instancia, cómo se sentaron las bases químicas para la vida.
El hallazgo de esta estrella prístina redefine los límites de lo "antiguo" dentro del vecindario galáctico. En una era en la que el James Webb y los telescopios de próxima generación buscan las galaxias más lejanas jamás vistas, SDSS J0715-7334 recuerda que las reliquias del amanecer cósmico también pueden estar sorprendentemente cerca. "Cada una de estas estrellas es una cápsula del tiempo —señalan los investigadores—. Nos hablan del universo antes de los planetas, antes del oxígeno, antes incluso del carbono que hoy hace posible la vida."